Els senyors del núvol.



Si estoy en lo cierto, lo preocupante no es lo que la Inteligencia Artificial (IA) nos vaya a hacer en el futuro, sino lo que ya ha hecho: el capital ha llegado a ser tan dominante y ha mutado en una variante tan tóxica que, como un virus estúpido, ha acabado matando a su anfitrión, el capitalismo, para sustituirlo por algo muchísimo peor.

Este nuevo capital mutante que ha matado al capitalismo vive en la famosa nube, así que llamémoslo capital en la nube.

El capital en la nube, por supuesto, no vive realmente en la nube, sino en la Tierra; reside en equipos conectados en red, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, programas, algoritmos basados en inteligencia artificial y en el fondo de nuestros océanos, donde se extienden incontables kilómetros de cables de fibra óptica.

A diferencia de lo que ocurre con los medios de producción del capital tradicional, como los motores de vapor o los robots industriales modernos, que son medios fabricados, el capital en la nube no fabrica cosas, sino que está compuesto por dispositivos concebidos para modificar el comportamiento humano. Eso es lo que son Alexa de Amazon o el Asistente de Google: un medio de modificación del comportamiento construido precisamente para eso. Es una máquina, una pieza del capital, a la que entrenamos para que nos entrene para que la entrenemos para que ella decida qué queremos. Y, una vez decidido lo que queremos, la misma máquina nos lo vende directamente, sin pasar por los mercados.

Por si fuera poco, esa misma máquina consigue que sostengamos la enorme red de modificación del comportamiento a la que pertenece con nuestro propio esfuerzo, de forma voluntaria y gratuita. Cuando publicamos reseñas, valoramos productos o publicamos en la red vídeos, diatribas y fotos, estamos ayudando a reproducir el capital en la nube sin recibir un céntimo por nuestro trabajo. La máquina, en definitiva, nos ha convertido en siervos de la nube. Mientras tanto, en las fábricas y los almacenes, los mismos algoritmos que modifican nuestro comportamiento y nos venden productos se utilizan —normalmente, mediante dispositivos digitales en la muñeca del trabajador— para hacer que trabajen más deprisa, dirigirlos y vigilarlos minuto a minuto.

Impresiona ver de qué forma el capital en la nube consigue desempeñar cinco funciones que antes estaban fuera del alcance del capital tradicional. Capta nuestra atención. Fabrica nuestros deseos. Nos vende directamente, sin pasar por los mercados tradicionales, lo que nos ha hecho desear. Fomenta el trabajo proletario en los centros de trabajo. Y crea una ingente mano de obra gratuita (los siervos de la nube).

¿A alguien le extraña que los propietarios de este capital en la nube —llamémoslos los nubelistas— tengan un poder hasta ahora inimaginable para obtener una plusvalía gigantesca de los proletarios, un volumen incalculable de trabajo no remunerado de casi todo el mundo y, de los capitalistas vasallos, unas rentas de la nube inconcebibles? ¿Cómo no van a ser mucho más poderosos de lo que pudieron ser jamás Henry Ford o Rupert Murdoch?

“Un momento”, me dirán. “¿En qué se diferencia Jeff Bezos de Henry Ford? ¿No son todos monopolistas?”. No. Amazon.com no es una empresa capitalista monopolista. En el momento en que entramos en amazon.com hemos salido del capitalismo. Es cierto que es un sitio lleno de compradores y vendedores, así que es una enorme plataforma comercial, pero no es un mercado. El dueño de todo es un hombre llamado Jeff, que es muchísimo más que un monopolista.

Jeff no posee las fábricas en las que se producen los artículos que los capitalistas tradicionales no tienen más remedio que vender en su plataforma. Lo que sí posee es el algoritmo que decide qué productos vemos, el mismo algoritmo que nosotros hemos entrenado para que nos conozca a la perfección y nos empareje con un vendedor —al que también conoce a la perfección— de forma que cada emparejamiento tenga las máximas probabilidades de permitirle a Jeff extraer el mayor margen posible del vendedor por cada cosa que se compra: hasta el 40% de lo que pagamos.

La mente se revuelve ante una explotación de tal dimensión y tan radicalmente nueva. El mismo algoritmo que ayudamos a entrenar en tiempo real para que nos conozca de arriba abajo modifica nuestras preferencias y administra la selección y la entrega de los productos que van a satisfacer esas preferencias. Si dos personas escriben “bicicletas eléctricas” en amazon.com, obtendrán recomendaciones totalmente diferentes. Es como si, en un mercado o centro comercial tradicional, las dos personas caminasen una al lado de la otra, mirando en la misma dirección, pero viendo cosas distintas en función de lo que el algoritmo de Jeff quiere que vea cada una.

Todos los que entramos en amazon.com navegamos en un aislamiento construido por el algoritmo, como si estuviéramos en un panóptico en el que no podemos vernos unos a otros sino solo el algoritmo que todo lo ve o, para ser más exactos, lo que el algoritmo nos permite ver para sacar el máximo dividendo de la nube, la versión actual de la renta que los señores feudales cobraban por las tierras a sus vasallos y sus campesinos.

Esto no es capitalismo. Señoras y señores, bienvenidos al tecnofeudalismo.

Yanis Varoufakis, Somos humildes siervos de los señores de la nube ..., El País 11/02/2024

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