Manual del demagog.
El panfleto fue tradicionalmente arma demagógica: una caricatura concisa y virulenta que denuncia a alguien o algo. Tuvo cultivadores ilustres, como Cicerón, Erasmo, Jonathan Swift o Karl Marx, y también otros anónimos y barriobajeros. Hoy el género apenas se cultiva porque resulta demasiado extenso: para el castigo o la calumnia, basta un tuit. En 1884, época dorada del panfletismo, el periodista y profesor francés Raoul Frary volvió el arma contra la demagogia misma y escribió Manual del demagogo (editorial Sequitur), con los consejos de un resabiado político a un aspirante a demagogo, o sea, a guiar a los demás tirando del ronzal y obteniendo para sí mismo los mejores beneficios.
Recordará que su papel no es en absoluto nuevo. Antes, los cortesanos adulaban a los príncipes esperando obtener su generosa privanza; hoy, se debe ensalzar al pueblo soberano y elogiar sus caprichos, incluso sus vicios. “¿Qué hace falta para ganar el favor del pueblo y apoderarse de la dirección de las mentes? Principios claros que uno no se tomará el trabajo de verificar, siempre que estén de moda, razonamientos fáciles de seguir; actitudes y frases”. Se insistirá en que los problemas más arduos no escapan a la penetración de los ignorantes y que el saber es la menor virtud del gobernante. Nada de pretender ilustrar ni menos desengañar a nadie: “El hombre que abre un periódico, el ciudadano que toma parte en un mitin no pide más que una cosa: que se le hagan llegar nuevos motivos para complacerse en su propia opinión”. Que apele pues al buen sentido, infalible e intolerante porque es la suma de nuestros prejuicios. Esta obrita, bien traducida y prologada por Miguel Catalán, es breve: se lee en menos tiempo del que tardan quienes no la han leído en rodear el Congreso.
Fernando Savater, Consejos, El País 29/10/2016
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