Cervell i mentides.
No es difícil pensar en alguien que haya terminado en una red de mentiras. Los ejemplos están allá donde mires: política, fraude financiero, pareja, etc. En muchos casos, las mentiras empiezan siendo pequeñas pero se convierten en una espiral de la cual es difícil escapar.
La gente miente en un 25% de sus interacciones sociales aproximadamente, asegura Charles Honts, profesor de psicología en la Universidad del Estado Boise (Idaho). Sobre las razones, unos lo hacen para evitar el castigo, como Correa o Bárcenas. Pueden ser para obtener ventajas de cualquier tipo como hicieron con los ERE en Andalucía y también los que lo hacen para no dañar los sentimientos de otros, como hizo Bill Clinton al principio, negando su relación sexual con la famosa becaria. Finalmente, están los que mienten con el fin de aparentar lo que no son, como le ocurre al pequeño Nicolás.
Sin llegar a estos ejemplos extremos, mentir es un comportamiento común en los humanos y otros grandes simios. Lo interesante es que las razones por las que se desarrolló la mentira en los primates se han vuelto contra nosotros. Una de las hipótesis sobre su origen es que fue favorecida por selección natural para ser capaces de esconder la comida de los más dominantes y así no pudieran robarnos. Millones de años después, esa función regresa como si de un efecto boomerang se tratara y resulta que estamos rodeados de ladrones.
Pero la mayoría de la gente se siente mal cuando comete una infidelidad o se queda con dinero que no es suyo. Entonces, nuestros chorizos españoles, ¿se sienten mal cuando mienten ante un juez? Un estudio publicado la semana pasada ha encontrado la respuesta a por qué algunas personas mienten sin pestañear. Las mentiras nos hacen daño, sí, pero muy pronto nos adaptamos y dejan de ser un tormento. Por fin sabemos cómo es posible que estas personas duerman tranquilas por la noche.
Los neurocientíficos saben que para mentir usamos distintas zonas del cerebro que las que empleamos para contar la verdad. Ahora, Talit Sharot, de la University College of London, ha descubierto que cuanto más mentimos, más se adapta el cerebro a ello y nos genera menos culpa.
Cuando las personas se sometían a resonancias magnéticas se observó que tras varios días, el cerebro de una persona mentirosa se va desensibilizando. De la misma forma que si vemos muchas imágenes violentas o de personas sufriendo un suficiente número de veces, nos afectan cada vez menos.
Es decir, aunque la mayor parte de la gente se siente culpable, la sensación desaparece con la práctica. Si mientes y sigues haciéndolo el malestar desaparece, siendo más probable que lo vuelvas hacer de nuevo. Es como si a partir de un punto se escaparan de la voluntad del individuo porque ya no están asociadas a emociones negativas y entonces son susceptibles de convertirse en compulsivas.
Pero la evolución también premió la detección de la mentira para contrarrestar a estos " agentes libres " (free riders en inglés) que ponen el peligro la vida en grupo, o ¿no?. Aquí los expertos y científicos aún debaten sobre nuestra habilidad innata para cazar a los mentirosos. Además, el descubrimiento de que nuestro cerebro se adapta, hace más difícil su descubrimiento.
En personas sin entrenamiento, un estudio llevado a cabo por Ten Brinke, de la Universidad de Berkeley, California, llegó a unos resultados fascinantes. Si los voluntarios saben que están detectando mentiras y el proceso es consciente, no aciertan más que cualquier jugando al cara o cruz con una moneda. Pero cuando no saben que están en un proceso de detección y se les da tiempo para pensar en otras cosas, las personas aciertan mucho más. Podría deberse a que la deliberación es inconsciente, y por lo tanto, el cerebro tiene que integrar señales que pasan desapercibidas para nuestra mente consciente. En estos contextos sí florece nuestro experto mono innato atrapa troleros.
Quizá por esta razón, Juan Manuel García López, sinergólogo (ciencia que que estudia la lectura de la comunicación no verbal) y experto en comportamiento, cree que " es más prudente hablar sobre la detección de incongruencias entre lo hablado y lo expresado corporalmente, ya que los gestos y actitudes corporales que se realizan de forma no plenamente consciente ayudan a ver esas incongruencias. ".
Los resultados anteriores son coherentes con los resultados de los meta-análisis realizados por el psicólogo Wendy Morris sobre los indicadores de mentiras de los que se habla popularmente. Morrís demostró que las personas que escuchan a mentirosos se sienten más nerviosas. La razón puede ser que los que mienten suelen gritar más, sus pupilas se dilatan y aprietan sus labios, correlación que detectó el propio Morris en su investigación. Es comprensible si tenemos en cuenta que esos gestos son todos señales de amenaza para cualquier animal o son captados como incoherentes de manera inconsciente para los que no estamos entrenados, como declara García López.
Así que tiempo al tiempo mentirosos de España. Cada vez son más las personas que se entrenan o guían por su intuición para detectar quién les está tratando de vender humo. Solo de esta manera podremos volver a un equilibrio en el que los aprovechados no superen en número a los honestos, y poder así seguir viviendo varios cientos miles de años más en sociedad. De lo contrario, estamos condenados a vivir por separado y extinguirnos.
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Pablo Herreros, El cerebro se adapta a mentir, Yo, mono 29/10/2016
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