Realitat real, realitat viscuda.


La luz corre trescientos mil kilómetros por segundo. No es pequeña velocidad. (...) Pero esa velocidad, siempre finita, de la luz, aunque comparativamente desmesurada respecto de las ordinarias que percibimos, trae por consecuencia que lo que nosotros creemos estar viendo no está siendo mientras lo estamos viendo. La luz que nos viene del sol tarda unos quinientos segundos en llegarnos, de modo que el sol que estamos viendo no es el que está siendo, sino el que fue hace quinientos segundos. Podría haber realmente desaparecido. Y la luna que contemplamos, poco románticamente ya, en noches de plenilunio, no la podemos ver sino al cabo de un segundo de que la luz partió hacia nosotros. No vemos la luna porque esté siendo en el instante que la veo; veo (en presente) la luna que fue o era hace un segundo (pasado).
La luz de las estrellas fijas, tan próximas relativamente como el Alfa Centauro, tarda en llegarnos unos cuatro años y medio; es decir, estamos viendo lo que la estrella fue hace cuatro años y medio. Vemos tales objetos celestes no como son, sino como fueron hace años y años, y algunos hace miles de años, a lo mejor dos mil millones de años. Mas veo todo ello como si fuese y estuviese en este instante en el astro mismo; de consiguiente lo que veo en el cielo no es lo que es, sino creación objetiva de mi vista, invento por el que ve actualmente y como actual lo que existió hace quinientos segundos, un segundo, miles de años. Somos verdaderos poetas del universo visible, en el cual está habitando, como en casa propia, bien agradable, como en Mundo, nuestro sentido de la vista.
(...) Podemos, pues, afirmar como consecuencia primera: que el universo físico, tal como está en si mismo constituido, no es casa habitable; no es mundo, dicho ahora con la palabra justa. No es mundo o casa habitable para la vista. La vista tiene que reconstruir el universo de la luz y colores para poder habitar en ellos cómodamente, cual la casa corriente en que habitamos la construimos ciertamente con materiales naturales, mas debidamente transformados. Lo dicho de la vista, igual valdría, en su orden, para el oído.
Todos los sentidos, en general, transforman el universo físico en Mundo o casa habitable para ellos. Lo transforman más o menos, según los casos y sentidos. El sonido en sí mismo, tal como es según la física, se reduce a un conjunto de vibraciones longitudinales del aire, que se propagan con una velocidad de unos cuatrocientos treinta metros por segundo, o un tercio de kilómetro. Pero ¿quién, cuando oye un sonido, cuenta semejante número de vibraciones? Resultaría insoportable faena. El mundo de la música, en semejante plan ontológico, no sería vital y deleitosamente habitable; el Universo de la música no sería mundo para nosotros.
No se puede, por tanto, confundir universo con mundo, como no confundo una selva tropical, virgen, con la casa que habito. Todos nuestros sentidos tienen, pues, esa maravillosa propiedad, descubierta cada vez más claramente a partir del Renacimiento; que no son pasivos, ni inertes, ni están atenidos simplemente a lo que se les dé; son capaces de sacar de un material indiferente, hecho de figuras geométricas, de movimientos, sacar esa maravilla que nosotros creamos: color, tal cual lo vemos; sonido, tal cual lo oímos.
Juan David García Bacca, Antropología filosófica contemporánea, Anthropos, Barna 1982, págs. 69, 71

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