Llibertat negativa vs llibertat positiva (Isaiah Berlin).




Isaiah Berlin (1909-1997) escribía que los historiadores han documentado “al menos doscientos sentidos de esta palabra sumamente poderosa y proteica”.

Lo decía en Dos conceptos de la libertad, un texto en el que Berlin intentaba poner un poco de orden. Estos son los dos conceptos a los que se refería:

- La libertad negativa, o la “libertad de”. Esta libertad se refiere a la ausencia de impedimentos, interferencias y control por parte de los demás. Es el área de libertad personal que se debe preservar a toda costa, libre de invasiones.

Es la idea de libertad de pensadores como John Stuart Mill y Benjamin Constant, que defendían que ha de haber el menor número de prohibiciones posible: hemos de poder expresar nuestras ideas, reunirnos con quien queramos y leer los libros que nos apetezca. Esto es un bien en sí mismo, pero también por las consecuencias que trae: una sociedad abierta y libre estimula el conocimiento y el progreso.

- La libertad positiva, la “libertad para”. Aquí hablamos de la posibilidad de alcanzar nuestras metas y objetivos. A menudo está ligada a la libertad económica: de acuerdo, nadie me prohíbe ir a la universidad, pero ¿qué ocurre si no puedo pagarme los estudios? En ese caso, ¿de verdad soy “libre” para sacarme una carrera? Tampoco hay nadie que prohíba a ninguna mujer que sea consejera delegada de su empresa, ¿pero es libre de conseguirlo si tiene que enfrentarse a un sistema que discrimina a las mujeres de forma tácita?

Esta segunda libertad puede llevarnos a fijarnos en cuestiones de justicia y de equidad, pero, en opinión de Berlin, también presenta riesgos: abre la puerta a que una sociedad autocrática decida por nosotros cuáles son las metas y objetivos que debemos alcanzar. Si alguien se opone a estas metas es porque no entiende que este plan racional es lo mejor para él y para toda la sociedad, y en realidad no es libre, sino que obedece a ideas preconcebidas o a la propaganda de los enemigos de la nación. Es una idea que parte de la “voluntad general” de Rousseau y que llega a las dictaduras y totalitarismos de los siglos XX y (todavía) XXI.

Como hemos apuntado, la “libertad para” es peligrosa porque puede llevar a utopías autoritarias. En cambio, la “libertad de” no puede ser absoluta porque entra en conflicto con otros valores y derechos (que, a su vez, tampoco pueden ser absolutos).

Por ejemplo, yo no tengo libertad “de” circular con el coche a la velocidad que quiera: la velocidad está limitada por la seguridad de todos. Como dice Berlin, “debe trazarse una frontera entre la vida privada y la autoridad pública. Ahora bien, dónde trazarla fue asunto de discusión”. Es dificilísimo saber cuánta autoridad hemos de poner en manos de los demás, incluso aunque sepamos que lo mejor es que sea la menor posible.

Un ejemplo de este conflicto lo vivimos durante la pandemia. En circunstancias normales, podemos salir a la calle con el pelo mojado y en camiseta, y al Gobierno le da igual que pillemos un griponcio. En cambio, durante lo peor de la pandemia se tomó la decisión de limitar nuestra movilidad para no saturar los hospitales. Pero incluso entre los que estuvieron a favor de esa medida, había quien creía que no era necesario sacrificar tanta libertad personal, aunque solo fuera durante un tiempo limitado.

Berlin recuerda que la vida en sociedad está marcada por el conflicto y la negociación: el pluralismo implica que a veces entrarán en liza valores y principios como la libertad, la seguridad, la prosperidad, la igualdad, la justicia, la compasión, la propiedad privada, la protección del medio ambiente… “Las metas humanas son múltiples, no todas son conmensurables y algunas rivalizan perpetuamente entre sí”.

Es decir, siempre tendremos que buscar una solución que no será “ideal, pero sí adecuada; ni enteramente buena ni enteramente mala, pero sí más buena que mala”, como escribía en Seis enemigos de la libertad humana. No hay una gran idea o teoría política que dé respuesta a todos nuestros problemas, pero sí podemos ver qué soluciones funcionan mejor en cada momento o, al menos, cuáles son las menos perjudiciales, y aprender para el futuro. En esto coincide con John Rawls, que decía que no podemos alcanzar unanimidad en asuntos de ética. Como mucho, un conjunto de valores compartidos gracias a la reflexión, el debate y el compromiso.

Volviendo a Berlin, el pluralismo nos debería ayudar “a actuar no demasiado mal, sino razonablemente bien”, basándonos en “el sentido común y el debido respeto, un respeto moderado y decente a casi todos los deseos de los demás, de modo que la gente, en conjunto, no obtenga en realidad todo lo que desea, pero sí una protección para los ‘derechos’ mínimos, y más de lo que obtendría según cualquier otro sistema”.

Jaime Rubio Hancock, Libertad, una palabra y doscientos significados, Filosofía inútil


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