El colapse de l'atenció.




Está la famosa «economía de la atención» que persigue la captura de nuestra percepción y de nuestro tiempo a través de una multiplicación de los signos de consumo. Está la tendencia a la «protolocolización» de la sociedad, que supone una delegación de la atención es todo tipo de automatismos que supuestamente van a pensar y decidir (bien) por nosotros. Está la inflación, no de las imágenes en general, sino de los clichés y los estereotipos, que son sentidos empaquetados y percepciones predefinidas que vienen a decir: «las cosas son así». El eclipse tiene todas estas formas de captura, de hechizo, de explotación de la atención. La distracción, contra lo que se piensa, puede ser hoy una rebelión: desviar la atención de los lugares que la quieren capturar y someter, ponerla en otros sitios imprevistos, dejarla flotar. Cuando todo conspira para que estemos hablando a la vez del mismo vídeo de YouTube, la distracción es sana rebelión.

El trabajo de Marino Pérez Álvarez y José Ramón Ubieto, en torno al TDHA, me parece impecable. Ese diagnóstico –omniabarcador, impreciso y patologizante– tiene el problema de reducir la cuestión de la atención a un daño cerebral a reparar con medicamentos. Adiós entonces a una reflexión sobre el contexto vital de la persona en cuestión (escolar, familiar, etc.). Adiós a una respuesta también contextual que pase por formas de acompañamiento. El problema se abstrae; es decir, se reduce complejidad y se localiza biológicamente. Los dos autores cuestionan esta reducción, esta lógica clasificatoria incapaz de escuchar la singularidad de cada persona, este bloqueo del pensamiento sobre los factores sociales (las formas de vida, las diferentes «velocidades» que marcan los caracteres). Creo que ahí hay una reflexión general sobre la infancia y la escuela. En lugar de pensarla y medirla según criterios a priori de lo que «debiera ser» haríamos mejor en ejercitar una escucha de lo que es, de lo que hay y de lo que ya está siendo. Muchos problemas de la escuela actual tienen que ver con la idea de que los chicos tienen que adaptarse a sus programas y funcionamientos, caiga quien caiga y cueste lo que cueste, en lugar de dotarse de una plasticidad capaz de escuchar y acompañar la pluralidad de las vidas singulares que componen un aula.

El asunto es que la atención no es una cuestión individual, sino colectiva. La atención no es «mi» atención, sino un entorno de atención compartido con otros. Una verdadera ecología. Esa trama es lo que hay que cuidar. Es muy sencillo de entender. Pensemos en una simple conversación. ¿A qué estamos atentos? ¿Solo a lo que yo quiero decir? Entonces resultará una jaula de grillos, un choque de monólogos infernal. La buena conversación requiere una atención expandida al «entre», a lo que pasa entre los que están ahí. Escuchar, ceder la palabra, preguntar. Y eso no es posible si no hay buenas condiciones de atención. Pensemos en los sanitarios hoy en lucha, ¿por qué? No tienen buenas condiciones para atender a cada persona que se presenta. No tienen tiempo para escuchar. Hay un problema de recursos. Se ven obligados a aplicar automatismos. No pueden atender, no porque ellos hagan mal su trabajo, sino por una cuestión de entorno y condiciones. La atención es un problema político y colectivo.

David Lorenzo Cardiel, entrevista a Amador Fernández-Savater: "La atención es un problema político y colectivo", ethic.es 31/03/2023 


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