215: Santiago Alba Rico, “Nadie nos ha enseñado a morir. En Occidente hemos vivido durante décadas muy protegidos de la realidad”





En Occidente hemos vivido durante décadas muy protegidos de la realidad, en una ilusión de invulnerabilidad e inmortalidad que nos ha impedido identificarnos o ni siquiera reconocer el dolor de los otros. Como explicaba en un artículo, negar la mortalidad es indisociable de la existencia misma, no podemos estar todo el tiempo pensando en la muerte, pero durante muchas décadas en Occidente hemos estado rodeados de cadáveres que veíamos a través de murallas transparentes, como son la televisión o las redes, que nos permite asistir a las cosas pero no vivirlas. 
Esta crisis, sobre todo a este lado del mundo, es un varapalo muy profundo, relacionado con lo antropológico y lo metafísico. Como hemos estado siempre muy protegidos, hemos tenido una existencia aérea, desprovista de cuerpo, convencidos de que los cuerpos los tenían los otros: los inmigrantes, los refugiados, aquellos que quedaban atrapados en las fronteras, los terroristas. Y de pronto hemos descubierto que tenemos cuerpo, y que es vulnerable, y su vulnerabilidad se pone de manifiesto no por la mala voluntad de quien gestiona la crisis sino por una contingencia. Teníamos la convicción en Occidente de haber suprimido las contingencias, tras décadas no ya sin guerras –con la excepción de los Balcanes– sino desinfectadas de toda amenaza. Este descubrimiento de la vulnerabilidad nos deja desarmados, a la intemperie.
Todo es una fragmentación de esa humanidad común que en estos momentos está unida por la vía tecnológica, lo cual me preocupa un poco. Creo que hay medir las consecuencias del confinamiento en términos tecnológicos porque ya veníamos de una tentación de confinamiento tecnológico, sobre todo para las nuevas generaciones que han crecido moldeadas por el mundo de las redes y las nuevas tecnologías. El hecho de que esta humanidad fragmentada esté viviendo algo, toda ella al mismo tiempo, a través de las nuevas tecnologías va a hacer difícil la desescalada en términos antropológicos. Por un lado, y esa es la paradoja, hemos recuperado el cuerpo en confinamiento, conectado a otros cuerpos por vías tecnológicas que de alguna manera nos descorporizan, y habrá que recuperar el cuerpo y todas las realidades que hemos dejado fuera, y que tienen que ver con las desigualdades, con las guerras, con los refugiados… 

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