L' AI ja està entre nosaltres.

Un robot leyendo un libro durante una demostración de inteligencia artificial para niños en Londres.
Eff Spicer/ Getty Images
La inteligencia artificial (AI, en sus siglas en inglés) es una disciplina dentro de la informática y la ingeniería cuyo objetivo es el desarrollo de sistemas inteligentes —capaces de aprender y adaptarse— tomando como referencia la inteligencia humana. Y de la misma manera que la inteligencia humana es diversa, compleja y múltiple, la inteligencia artificial también lo es. De hecho, hay numerosas ramas de estudio dentro de la AI, incluyendo la robótica, la percepción por ordenador (visión, reconocimiento del habla, etcétera), el aprendizaje automático, la planificación, el razonamiento, la representación del conocimiento, el procesamiento del lenguaje natural, las ciencias sociales computacionales…

La inteligencia artificial está sin duda viviendo una etapa dorada. Cada vez se habla más de ellos en los medios, aunque muchas veces en términos sensacionalistas. De hecho, cuando pensamos en AI a muchos nos viene a la cabeza una visión apocalíptica de robots humanoides que conquistan el planeta.Sin embargo, todos interaccionamos con sistemas de inteligencia artificial en nuestro día a día, todos los días. La AI ya impregna y enriquece nuestra vida cotidiana, pero ¿dónde se esconde?

En gran medida, en nuestros bolsillos: nuestro querido móvil finalmente empieza a merecer el nombre de smartphone (inteligente) ya que nuestra relación con él, gracias a la AI, es cada vez es más natural y sofisticada. Por ejemplo, si le preguntamos al móvil “dónde hay un restaurante de sushi cercano”, detrás hay decenas de años de investigación: un sistema de reconocimiento de habla para convertir el sonido en palabras escritas, un sistema de procesamiento del lenguaje natural para interpretar dichas palabras, algoritmos de búsqueda de información para encontrar un restaurante de sushi, y algoritmos de procesamiento de información geográfica para identificar qué restaurante de sushi está más cerca de nuestra localización actual.

Cuando hacemos fotos o grabamos vídeos con nuestro móvil entran en acción algoritmos de procesamiento de la imagen y de vídeo (ambas áreas dentro de la AI) para por ejemplo detectar caras automáticamente. Y, por supuesto, los juegos con los que nos entretenemos tanto en el móvil como en consolas y ordenadores utilizan técnicas de AI que dotan a sus personajes e historias de la complejidad precisa en cada momento para captar nuestra atención y mantener nuestro interés durante el máximo tiempo posible.

Nuestro acceso a Internet depende también de la AI. Se estima que cada segundo se generan más de 7.000 tuits, se hacen más de 50,000 búsquedas de Google y se envían más de 2,5 millones de mails. No seriamos capaces de encontrar contenidos (fotos, vídeos, y páginas de web) relevantes en este inmenso océano de datos sin los algoritmos de inteligencia artificial que permiten analizarlos, así como estimar nuestras necesidades e intereses. Nuestras interacciones en las redes sociales también están mediadas por la AI: los posts que vemos en Facebook o en Twitter dependen de nuestro comportamiento pasado, modelado por sistemas de AI.

La AI también es parte integral de las compras online. Algoritmos de personalización y recomendación (un área también de la AI) reconocen nuestros intereses y nuestros gustos en base a compras pasadas, y nos recomiendan productos que consideran serán de nuestro interés. Se estima que como mínimo un 35% de los ingresos de Amazon son gracias a esas recomendaciones. Estas también son un elemento fundamental en servicios de consumo de contenidos multimedia (como Netflix para películas, Spotify para música, etcétera). Hay tantísimos contenidos disponibles —generando lo que se conoce como sobrecarga de información— que, sin la ayuda de la AI, sería prácticamente imposible descubrir aquellos que son interesantes y relevantes. Y, por supuesto, los anuncios que vemos online ­—un mercado mundial de aproximadamente 600.000 millones de euros— también son el resultado de aplicar técnicas de análisis de texto, aprendizaje por ordenador y personalización (todas ellas dentro de la AI) para estimar nuestros gustos y seleccionar publicidad potencialmente relevante.

Nuestros coches son otro ejemplo de AI invisible. Su instalación en los coches —tanto en sistemas de entretenimiento multimedia como en sistemas avanzados de asistencia al conductor— es un mercado valorado hoy en siete millones que alcanzará los 122 millones en 2025, según IHS Technology. Los coches sin conductor son en realidad coches conducidos por inteligencia artificial, capaz de percibir el entorno del coche con cámaras, radares, láseres y otros sensores, interpretarlo, reaccionar en consecuencia y decidir qué acciones debería tomar el coche (por ejemplo, girar, frenar y acelerar).

Las ciudades son cada vez más inteligentes, gracias a la existencia de miles de sensores de todo tipo (de tráfico, de polución, de ruido, de iluminación, de semáforos, del transporte público) cuyos datos son analizados por sistemas de AI para detectar anomalías, y ayudar a optimizar la gestión de la ciudad y la toma de decisiones. Gracias a la AI somos capaces de predecir las áreas con mayor criminalidad en una ciudad.

Los sistemas de producción, distribución y logística se apoyan en la inteligencia artificial para optimizar procesos; la ciencia, para realizar descubrimientos; la medicina, para ayudar a los médicos en el diagnóstico y recomendar el mejor tratamiento, a partir del análisis de millones de historiales médicos, tratamientos, resultados o incluso del genoma humano. La medicina personalizada no será posible sin la AI, que además decide la gran mayoría de las transacciones de Bolsa.

Más que donde está la AI, quizás deberíamos preguntarnos dónde no está. Porque desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, e incluso mientras dormimos, interaccionamos con sistemas dotados de inteligencia artificial que, de manera casi transparente, nos ayudan a ser más productivos, a conducir de manera más segura, a entretenernos o a sentirnos conectados con nuestros seres más queridos. La AI ya ocupa un lugar central en nuestras vidas. Y a medida que desarrollemos una relación cada vez más intensa e íntima con la tecnología, adquirirá aún más protagonismo.

Dado el potencial para mejorar la calidad de vida, tanto a nivel individual como colectivo, no puedo más que sentir, como investigadora y como persona, una gran emoción y esperanza al saber que podremos apoyarnos en una tecnología cada vez más capaz para abordar los grandes retos a los que nos enfrentamos como especie, incluyendo el calentamiento global, el envejecimiento de la población, la prevalencia de las enfermedades crónicas o la falta de recursos. Desde luego, al mismo tiempo, surgen inevitablemente dilemas éticos, morales, legales y regulatorios en un mundo codependiente de la AI pero estos son temas fundamentales que merecen otro artículo.

Nuria Oliver, La sabiduría artificial está aquí, El País 14/12/2016


Nuria Oliver es directora científica de datos de Data-Pop Alliance, iniciativa conjunta de Harvard Humanitarian Initiative, MIT Media Lab y Overseas Development Institute.

ESTO NO ES UN PARQUE DE ATRACCIONES

GUILLERMO ALTARES
Las voces que se han alzado para señalar los peligros que puede llegar a plantear la inteligencia artificial van desde Stephen Hawking hasta el Instituto para el Futuro de la Humanidad de Oxford. Sin embargo, ninguna advertencia ha sido tan poderosa como el cine. Tal vez el mayor alegato que se ha realizado sobre el poder maléfico de las máquinas sea 2001. Odisea del espacio, la película de Stanley Kubrick basada en un relato publicado en 1968 por Arthur C. Clarke. Hal 9000, el ordenador que se alza contra sus creadores, ilustra una pesadilla recurrente: que una máquina diseñada por los seres humanos acabe rebelándose contra ellos.
Con tornillos en la cabeza, Frankenstein ya respondía a este juego del aprendiz de brujo con la tecnología. Westworld, la serie de HBO que acaba de llegar a España, juega con la misma idea. Se trata de una adaptación de una película dirigida en 1973 por Michael Crichton que en España recibió un título muy inquietante: Almas de metal plantea una idea recurrente: ¿Qué ocurriría si los robots con inteligencial artificial creados para animar un parque de atracciones del oeste comenzasen a tomar sus propias decisiones, incluso contra nosotros?
Entre el catastrofismo de un futuro en el que seremos despedazados por nuestros inventos y la ignorancia ante la transformación que se avecina existe un término medio. Basta con ver lo que los móviles han hecho con nuestra vida cotidiana para comprender que nos enfrentamos a cambios más profundos de los que podamos imaginar sin necesidad de visitar ningún parque de atracciones del futuro. 

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