Democràcia, indignació i antipolítica en Estats Units.
Los dos candidatos principales blancos, abuelos, millonarios de Nueva York. Los dos enriquecidos gracias al sistema aunque uno de ellos se presenta a sí mismo cínicamente como si no lo fuera. El candidato Trump no pagando impuestos durante dos décadas, explotando a trabajadores polacos sin papeles, consiguiendo créditos fáciles y subsidios, cerrando empresas para no pagar a sus empleados sus pensiones, abusando de mujeres jóvenes. La candidata Clinton con dos caras, diciendo en Wall Street otra cosa diferente de lo que dice a sus votantes, jugando sucio contra sus oponentes con intrigas, manejos y maniobras, ocultando la verdad de sus correos, belicista, aprovechándose de su puesto de Secretaria de Estado para enriquecer a su familia a través de una Fundación supuestamente de caridad establecida por el milmillonario Soros y por su marido el presidente Clinton.
No es casual si las encuestas muestran una sociedad frustrada e indignada con ellos, las elecciones y las élites del sistema. El 75% dice que Estados Unidos va en dirección equivocada. Hay un malestar social que recorre el país y está convirtiendo a estas elecciones en algo diferente a todas las que han habido por lo menos desde hace más de 50 años, cuando los blancos sureños dejaron de votar a los demócratas por sus leyes de derechos civiles y los jóvenes y negros se rebelaron contra la guerra de Vietnam y el racismo.
Encuestas muestran que la mayoría de la gente que va a votar a Clinton o Trump no vota por ellos o su programa, les votan porque odian al otro candidato. La revista The Atlantic ha mostrado su apoyo a Clinton -en sus 150 años de existencia sólo lo había hecho una vez para apoyar al presidente Lincoln- no por ella sino por el desastre que puede ocurrir si gana Trump. En estas raras condiciones electorales el problema fundamental no es solo quién va a ganar, lo que hay que preguntarse es cómo se ha llegado a esta caótica situación de candidatos absurdos en donde el FBI se convierte en un actor político; y qué consecuencias tiene. Unas elecciones en las que independientemente de quién gane, el país va a quedar más polarizado que antes -el gran fracaso de Obama- y cuyos resultados van a hacer a Estados Unidos cada vez más difícil de gobernar. Trump ya ha cuestionado la limpieza de las elecciones. Explota que el 57% de los estadounidenses están de acuerdo en que políticos y elecciones están controlados por gente de dinero y por grandes corporaciones.
El programa de Trump es desconocido, aparte de reducir los impuestos a los ricos y de acercarse a Rusia. Puede hacer cualquier cosa. Es un oportunista de libro hecho en los reality shows donde las palabras se desvanecen frente a la realidad. Es por eso que Wall Street no desea que Trump gane las elecciones y apoya a Clinton. No se fía. En público solo dice lo que la mayoría de los blancos, protestantes y anglosajones, la mayoría todavía de los votantes, quieren oír. Sus mítines son reuniones a veces masivas de blancos ansiosos. Encuestas muestran que el 65% de los blancos votaría por un partido que pare la emigración; cree empleos en Estados Unidos; preserve la herencia cristiana y pare la amenaza del Islam. Trump quiere contentar al furioso hombre blanco cada vez más empobrecido confortando sus oídos. Habla de que “romperá el monopolio de los intereses especiales”, despotrica contra las élites sin tan siquiera darse cuenta que es uno de ellos. Vocifera contra el aborto o soporta el uso de armas, los dos grandes pasatiempos, fuera de la heroína, de las comunidades conservadoras empobrecidas del profundo Estados Unidos.
Su narrativa va dirigida a la patriota clase obrera blanca – Hacer América Grande de Nuevo, es su lema- que se niega a aceptar que el capitalismo los ha abandonado mientras culpa a los otros de su creciente miseria. La mayoría de los estadounidenses tienen hoy un ingreso menor que el que tenían en 1990. Esta clase obrera blanca votaba a los demócratas cuando los sindicatos obreros eran importantes y tenían buenos sueldos. Ahora votan republicano. A estos sectores les gusta escuchar a Trump y culpabilizar a los mexicanos, al Islam o a los negros de su trémula situación. Hay en ello algo inquietante y perturbador, amenazante. Le aplauden cuando dice que va a encarcelar a Clinton. Ella representa ante ellos esa élite distinguida ligada a la globalización y a Washington a quien les ha ido bien las cosas gracias a sus relaciones con Wall Street y las mismas corporaciones que los han dejado tirados a ellos. Están escaldados porque ningún banquero de los que organizaron la crisis para enriquecerse ha sido encarcelado. “Tenemos un país que no funciona más”, les dice Trump. En sus mítines se respira una mezcla de frustración y odio que a veces no se contiene y acaba en golpizas a socialistas, negros o mexicanos.
Ese divorcio de la clase obrera blanca con el partido demócrata empezó con el Presidente Clinton cuando bajo su presidencia en 1994 entró en vigor el Acuerdo de Libre Comercio con Canadá y México y después otorgó el estatus comercial de Nación Más Favorecida a China. Los empleos volaron a las maquilas de la frontera mexicana y a las zonas industriales de Shanghai y Shenzhen dejando desempleados a los obreros americanos de Ohio, Iowa, Michigan, Pensilvania, Wisconsin o West Virginia, donde se van a decidir las elecciones.
Los anarquistas y otros grupos radicales fueron los primeros que se dieron cuenta y se movilizaron en Seattle contra la Organización Mundial de Comercio en el año 2000. Después vino el movimiento Occupy Wall Street que puso el tema de la desigualdad en la agenda; un tema de estas elecciones hasta que Sanders fue sacado de la contienda. El vacío dejado por Sanders entre la clase obrera blanca lo está ocupando Trump a pesar de que el establishmentrepublicano apoyó los tratados de libre comercio. Trump dinamitó a su élite con su campaña. Sus asesores son insurgentes republicanos. Clinton es percibida con razón como un agente de Wall Street sin mucha credibilidad porque gracias a Wikileaks se sabe que es favorable al libre comercio en privado aunque diga lo opuesto en público. El partido demócrata es cada vez más un partido de minorías y de sectores urbanos de clases medias que han sacado provecho de la globalización. Un partido que sirve poco a los trabajadores de mono azul que le están dando la espalda y que Sanders se ha propuesto recuperar para su revolución política.
La clase obrera blanca vota por Trump a pesar de su forma de vida de privilegio, porque creen ilusoriamente que como millonario sabe crear empleos; algo que no perciben en Clinton quien ha vivido siempre de la política. Con Sanders, quien ganó a su causa a un sector progresista de esta clase obrera blanca durante su campaña, el triunfo demócrata -todavía muy posible según las encuestas- hubiera sido más fácil. Sanders hubiese ganado el voto de los jóvenes, algo que no ocurre con Clinton o Trump. Los jóvenes no van a votar en grandes números, sólo el 47% ha dicho que lo va a hacer, y va a ser por un tercer partido, más por el partido verde que por cualquier otro. Los jóvenes ven a Trump con tendencias fascistas y a Clinton como la marioneta de Wall Street. Si los demócratas no votan puede haber sorpresa. El 65% de los demócratas ha dicho que van a votar frente al 76% de los republicanos. Con todo, puede ser que gane Clinton gracias al voto de las mujeres. El 60% de las mujeres que van a votar, lo van a hacer por ella frente al 24% que van a votar a Trump. Clinton en la campaña ha defendido el derecho al aborto y los derechos reproductivos de las mujeres de manera contundente mientras Trump no ha dejado de atacarlas y humillarlas. Sería lo único positivo que puede ocurrir.
Mark Aguirre, ¿Por qué la clase obrera blanca vota por Trump?, Viejo Topo 03/11/2016
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