La decisió lliure.
Desde que Libet publicara sus controvertidos experimentos sobre el libre albedrío se han vertido ríos de tinta sobre el tema. ¿Qué tomemos consciencia de nuestra decisión medio segundo después de que nuestro cerebro se active para realizar la acción es signo inequívoco de que nuestra acción no es libre? De primeras, los deterministas se frotaban las manos pues parece que sí: una decisión libre ha de ser fruto de un proceso consciente pues… ¿no parece absurdo pensar en una decisión inconsciente como auténticamente libre? Pero, de segundas, revisiones de los supuestos del experimento y pruebas posteriores pusieron en tela de juicio tan clarividentes resultados. Christoph Hermann, catedrático de psicología general de la Universidad de Carl von Ossietzky, critica las conclusiones de Libet y aporta nuevas e interesantes perspectivas desde las que afrontar el problema.
El equipo de Hermann realizó nuevos experimentos en los que a los sujetos se les daba la opción de pulsar dos teclas en función de una serie de estímulos visuales. Cuando vieran una determinada imagen debían pulsar la tecla de la izquierda y si veían otra, la de la derecha. Entretanto, podrían aparecer otras imágenes que no obligaban a pulsar tecla alguna y se monitorizaba la actividad cerebral mediante magnetoencefalografía. Lo que se probó es que la actividad cerebral preparatoria para pulsar cualquiera de las dos teclas aparecía, no sólo cuando se visualizaban las imágenes que señalizaban que había que pulsarlas, sino en las otras también. El cerebro no sólo se activaba en señal de tomar la decisión antes de ser consciente de tomarla, sino en señal de estar preparado para tomar cualquier decisión. La actividad cerebral refleja la expectativa genérica de tener que hacer algo, no la causación que precede a la decisión libre. Los experimentos de Libet quedan así invalidados.
Pero lo interesante del planteamiento de Hermann no está solamente en estos nuevos datos, sino en el horizonte conceptual en el que plantea todo: para que consideremos que una acción es libre han de darse tres condiciones:
1. Principio de autoría: para que una elección sea libre ésta ha de estar en consonancia con las creencias y convicciones del sujeto que la toma. Este principio es sumamente interesante pues permite que una acción sea libre sin que sea consciente. Por ejemplo, cuando yo voy conduciendo y piso el embrague para cambiar de marcha, seguramente, no soy consciente de que lo piso. Podría estar manteniendo una conversación por el móvil mientras lo hago (y atento a que la policía no me vea hacerla) y nadie diría que mi acción de pisar el embrague es una acción no libre. En nuestra vida cotidiana realizamos miles de acciones de modo automático y eso no debería ser incompatible con nuestro libre albedrío. Además, la posibilidad de una acción libre inconsciente invalida por completo las conclusiones de Libet.
2. Principio de autonomía: la decisión libre ha de tomarse en ausencia de coacción externa. Esto es lo que entendemos por libertad pública o política: que nadie nos obligue a hacer nada. Sin embargo, este tipo de libertad no soluciona nada a nivel filosófico. Podrían existir elementos “internos” que me obligaran a actuar de forma no libre. Por ejemplo, pensemos en que hemos tenido un padre muy autoritario que nos educó en la prohibición y la renuncia. Entonces diríamos que somos menos libres a la hora de elegir que otra persona educada de forma más liberal, aun cuando nuestras “determinaciones” vinieran de “dentro” y no de “fuera”. O pensemos también en alguien que no puede hacer algo debido a una enfermedad mental como una fobia, por ejemplo. Si yo soy incapaz de entrar en una habitación llena de arañas de ningún modo soy libre para hacerlo. A mí nunca me ha gustado demasiado pensar las cosas en términos “espaciales”.
3. Principio de poder actuar de otra manera: para que una elección sea libre han de existir dos o más alternativas que puedan seleccionarse en igualdad de condiciones. Esta es, sin duda, la más problemática, y la clave del dilema. Los deterministas, de la mano de Laplace, dirían que no existe tal posibilidad, no se puede actuar de ninguna manera más que de la que se actúa. El hecho de que no podamos predecir las elecciones únicamente es resultado de nuestras insuficiencias metodológicas, aunque éstas sean totalmente insuperables (por ejemplo, cuando hablamos de sistemas caóticos o si llegáramos a aceptar la incapacidad absoluta de nuestras herramientas de predicción reducidas quizá para siempre a cálculos probabilísticos). Que no podamos predecir algo, aunque sea por definición, no implica que sea algo indeterminado. Los indeterministas, más amigos de la física cuántica que de la clásica, argumentarían, exactamente desde el mismo punto de partida, que del hecho de que no podamos predecir la conducta, lo no se sigue de ninguna manera es que ésta esté determinada de antemano. Además, añadirían pruebas desde los extraños sucesos aparentemente aleatorios que parecen reinar en el mundo subatómico.
Pero ambas posturas se equivocan en afirmar nada, cayendo en la típica falacia ad ignorantiam. Desde la ignorancia no se puede afirmar ni negar nada. No podemos predecir totalmente el mundo natural ni la conducta humana, ese es el único hecho. De aquí no puede deducirse lícitamente que la realidad está determinada o no. Hasta que no sepamos algo más, toda discusión será baldía. Escoger entre determinismo y libre albedrío será más una decisión personal basada en nuestras creencias y preferencias que una teoría basada en pruebas. Paradójicamente, será una decisión que cumplirá las tres condiciones de Hermann, una decisión libre.
P.D.: Otra reflexión colateral es pensar en que muchas máquinas toman decisiones cumpliendo las tres condiciones… ¿están nuestras computadoras actuando ahora mismo con libre arbitrio?
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Tres condiciones para la acción libre, La máquina de Von Neumann 05/04/2012
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