Rosses: aliens destenyits.

Todos y todas adoramos a las rubias por singulares. Las rubias naturales son raras desde un punto de vista estadístico. La rareza es condición necesaria para que algo nos llame la atención, pero, a fin de que se integre a la cadena del estilo del mundo, hace falta algo más. En el caso de las rubias, ese plus trata de aquello a lo que remiten: una pérdida. Estas chicas llaman a algo que no está en ellas y que, no obstante, las alcanza, alcanzándonos también a nosotros: ver una rubia es como ver un Caspar Friedrich, paisaje sublime en el que parece haber acontecido una derrota que no podemos parar de mirar. El estereotipo "rubias tontas y vacías" es contrario a la realidad: vacías, sí; pero nada de tontas; no es que les falte algo que nunca tuvieron, sino que ya lo han tenido todo y lo han perdido; les queda la sabiduría, pero no la materia que la hizo posible. Pura metafísica. Por eso una rubia siempre desencadena un pensamiento melancólico. Cuando era pequeño, veía a las niñas rubias como a extraterrestres desteñidas. Ante la hegemonía numérica de las morenas, las rubias se presentaban como singularidades, agujeros netamente blancos, cuerpos raros, mutantes que circulaban y se movían sin poseer color alguno. Y para un niño no hay acontecimiento más raro que la ausencia de color. Después comprobé que la replicante más empática de Blade Runner era rubia. Hace pocos días, en la mesilla de noche de una habitación de un hotel Hilton, encontré una autobiografía de Conrad Hilton. Entre las fotos de la saga familiar, aparecía el retrato de la tatarabuela de Paris Hilton, pionera del far west. El parecido entre ambas era extremadamente fiel. Recauchutados aparte, la única diferencia era el color del pelo, muy negro el de su antepasada. De pronto, lo entendí todo.

Agustín Fernández Mallo, ¿Los caballeros las prefieren rubias?, SMODA, El País, 17/12/2011

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