Càlcul i control, la racionalització del món segons Max Weber.





La tesis central de Weber es que en la raíz de la modernidad de Occidente está la formación y afirmación de la acción racional, personal y social. La acción racional es intencional, tiene un sentido subjetivo, se enfoca en fines precisos, y es causal, porque sus efectos y resultados son la realización del fin intencionado. Dos son los tipos de la acción racional: “la acción racional con referencia a fines” (zweckrational) y “la acción racional con referencia a valores” (wertrational), que no suprimen las acciones “afectivas” y “tradicionales”, pero minimizan su importancia en los tiempos modernos. Por la conformidad plena con sus objetivos valorados, por su conocimiento de los efectos que la acción puede causar y por el control de su ejecución, el atributo esencial de la acción racional es la efectividad.

La formación de la conducta racional tuvo su inicio con los capitalistas originarios, que se comportaban de acuerdo a las normas éticas de un ascetismo mundano, de derivación religiosa, que entendía la actividad económica como “vocación” (Beruf) y exigía ejercerla metódicamente con acciones dedicadas enteramente a la realización plena de sus fines, sin distracciones y sin pausa. (Son interminables las discusiones académicas en este punto.) El “espíritu del capitalismo” fue el origen de la aparición y difusión de “una vida racional en el mundo”, “una conducción racional de la vida” y “la organización racional del trabajo”, que se extendió progresivamente por todos los ámbitos y alcanzó al mismo Estado moderno, que es “una empresa” que organiza racionalmente sus poderes y acciones a fin de realizar efectiva y sistemáticamente sus fines. La expansión de la acción racional motivó la invención, la adquisición y el aprovechamiento de otros elementos que moldearon racionalmente las conductas sociales, como las aplicaciones tecnológicas de las ciencias, la contabilidad racional, la administración racional y el derecho racional, dicho con Weber.

El original espíritu racional de la profesión capitalista desapareció cuando se extinguieron sus raíces religiosas (“La raíz religiosa del hombre económico moderno ha muerto”) y evolucionó hacia la burocracia, la forma de organización racional del trabajo asociado. No es realmente importante lo que ocurrió con el capitalismo original y lo que podrá ocurrirle en el futuro, porque no es el asunto histórico decisivo. Lo que importa es la afirmación de la conducta racional a la que ha dado origen y que se exige ahora a todos en todos los ámbitos de la vida social. “Puede concebirse una eliminación del capitalismo privado, pero no significaría en modo alguno una ruptura de la estructura de hierro del moderno trabajo industrial.”

La burocracia culmina el proceso de racionalización. Es el arreglo organizacional de la máxima efectividad, porque el trabajo se distribuye entre individuos que poseen conocimiento experto, son capaces de calcular los efectos de las acciones y de ejecutarlas sin defectos, y además obedecen las reglas conductuales y los estándares operativos establecidos.

Cálculo y control son las condiciones fundamentales de la racionalidad de la burocracia y son posibles a su vez por el conocimiento y la dirección. La efectividad implica causalidad y la causalidad se sustenta en el conocimiento que conjetura, descubre y valida los nexos causa-efecto existentes en la realidad y hace posible calcular los efectos de las acciones que se deciden. Pero el conocimiento causal es insuficiente para asegurar la efectividad. Se requiere también calcular el desempeño del sujeto conocedor (el productor, el administrador), estar seguros de que obedecerá las directrices y los estándares establecidos para asegurar la ejecución de las acciones. Lo sorprendente es que el control y la dirección, condiciones necesarias de la efectividad de las organizaciones, son resultado de un proceso de expropiación y concentración, que Weber formula con crudeza.

La organización burocrática, normal en nuestros tiempos e inevitable en el futuro, es resultado de que siglos atrás los productores independientes –propietarios de sus medios de producción material o intelectual, de sus armas, utensilios, materiales y recursos monetarios– fueron despojados de ellos por los propietarios de empresas y por los gobernantes a través de varias acciones, desde su eliminación mediante la competencia industrial de productos y precios hasta acciones militares o judiciales de expropiación forzosa. La expropiación de los medios de trabajo de los productores independientes y la consiguiente concentración del mando son “el fundamento decisivo común tanto de la empresa político-militar estatal moderna como de la empresa capitalista privada”. Hubo expropiación y subordinación, no solo ética profesional.

Weber llega a la exaltación de la racionalidad de la vida social moderna cuando afirma que su efecto radical es “el desencantamiento del mundo” (die Entzauberung der Welt). La expansión de la acción racional en la vida social ha hecho que los acontecimientos del mundo sean entendidos como obra de las acciones humanas que determinan su sentido, su propósito, y lo realizan por saber calcular los efectos de sus acciones y controlar su ejecución. El mundo es obra humana, no de agentes o fuerzas trascendentes, acaso providenciales. “Se ha excluido lo mágico del mundo.” Sin embargo, en sentido contrario, el desencantamiento significa que la triunfadora racionalidad instrumental, campeona de la efectividad, es incapaz de definir y prescribir el sentido del mundo y el sistema de valores que lo inspira. La ciencia y la tecnología triunfadoras pueden calcular qué hechos son consecuencia de las acciones emprendidas, pero no tienen la posibilidad de establecer los valores que dan sentido a las acciones de la vida personal y social y prescribir su obligatoriedad. Su efectividad se limita a la realización del sentido de la acción, no a la validación de su sentido. Mucho y poco.

El resultado final de la modernización desencantadora es un mundo carente de sentido. Con la caída de la visión religiosa y filosófica de la historia humana y con la imposibilidad de que la razón técnica instaure el sistema de valores que da sentido a la acción humana, circulamos por la vida en medio de una pluralidad optativa de valores, diferentes y antagónicos, calificada por Weber como “politeísmo”, que se enfrentan en una batalla a muerte en la arena de la política y es la razón de ser de la política.

Es discutible el monoteísmo de una razón verdadera, teológica o filosófica, que da un sentido unitario y único a la existencia humana, pero es refutable un politeísmo de valores y sentidos sociales sin asidero racional y que se imponen unos sobre los otros por la fuerza de una mayoría política más o menos ilustrada o por la coacción física. Muchos no apreciarán este desemboque irracional de la racionalización moderna del mundo.

Luis F. Aguilar, Max Weber: modernidad y racionalidad, Letras Libres 29/05/2020

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