El perfil dels nous 'yihadistes'



Roy extrae de su estudio unos patrones sociológicos muy claros sobre estos nuevos yihadistas. La mayoría son de segunda generación (casi no hay de primera o tercera), nacidos en un Occidente donde sus padres emigraron, aunque también hay un número importante de conversos -aproximadamente el 25%-. Estos jóvenes radicales no tienen ningún lazo real con el país de origen de su familia. Su islam no está unido a ninguna tradición, cultura, etnia o geografía real. Su “patria” es el pequeño grupo que forman con sus hermanos o amigos íntimos radicalizados, con el que luego atacarán. Su lugar de socialización no suele ser la mezquita, sino los gimnasios de boxeo o artes marciales.
Su entrada en la religión y el radicalismo suele ser imprevisible, secreta y rápida, un cambio brusco en la vida secular que llevaban antes, donde el alcohol, la fiesta, las chicas o el tráfico de drogas a pequeña escala son parte del pasado de la mayoría. Durante su conversión siguen vistiendo ropa deportiva, escuchan la misma música rap y no se dejan la barba larga. Esta transformación súbita y apenas perceptible es lo que hace que los familiares y amigos se sorprendan tanto al ver sus caras en los telediarios después de un atentado. El “nadie se lo esperaba” es completamente real.
Pese a las similitudes en cuanto a su fundamentalismo, los miembros de Daesh son diferentes a los salafistas. En primer lugar, se saltan todas las normas de la sharia que son absolutamente sagradas para este colectivo, como los cinco rezos al día o tomar comida halal. Apenas tienen conocimientos básicos de su religión: su doctrina son varias frases mezcladas y descontextualizadas, con el objetivo de sustentar y racionalizar su visión (por lo que, afirma Roy, es inútil buscar la radicalización de estos jóvenes en relación a la lectura del Corán, como si hubieran “malinterpretado” los textos sagrados, precisamente porque nunca los han leído ni estudiado). Otro hecho que los diferencia de los salafistas es el desprecio a sus padres, a los que ven como musulmanes débiles y traidores que han abandonado la verdadera fe. Su supremacismo joven es más parecido al de los Guardias Rojos maoístas, los Jemeres Rojos o las brigadas Baader-Meinhof, que a los sectores ultraconservadores de su propia religión. Por consecuencia, este rechazo a sus mayores hace que se salten el papel de la familia en la elección de una esposa. La mujer de los nuevos yihadistas es también una creyente radical con un rol violento y activo, en contra de la absoluta pasividad femenina que predica el salafismo (que, por cierto, también es una doctrina condenada por Daesh, como cualquier otra que no sea la suya, recuerda el autor).
Pero incluso el Estado Islámico tiene diferencias respecto a otros grupos yihadistas. Es distinto de los guerrilleros islámicos que luchaban en Afganistán, que tenían como propósito expulsar a los soviéticos e imponer un régimen teocrático en el país. También se diferencia de Al Qaeda (aunque no en sus métodos y violencia), cuyo objetivo principal era atentar contra Estados Unidos y Europa para que retiraran su presencia militar del Golfo Pérsico y Oriente Medio. La ideología de Al Qaeda tampoco incluía declarar la guerra a la inmensa mayoría de musulmanes que no adoptaran su visión, afirma Roy. En ambos casos, tanto los muyahidines como Al Qaeda tenían metas ligadas a una situación real, que querían cambiar mediante la violencia. Pero Daesh no vive en la realidad, sino en la virtualidad.
Javier Borrás i Arumí, ¿Cómo piensa un 'yihadista'?, esglobal 05/09/2017

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