Cervell i aleatorietat.



No solo las personalidades paranoicas o suspicaces son proclives al fenómeno de la apofenia: cualquiera puede experimentarlo. Y es bastante fácil deducir cuál fue seguramente su origen.
El cerebro recibe un torrente constante de información variada a la que tiene que dar sentido. El mundo que percibimos es el resultado de todo ese procesamiento de datos llevado a cabo por nuestro cerebro. (…)
Pese a que son numerosas las regiones cerebrales que intervienen en que sintamos y percibamos el mundo que nos rodea, nuestras limitaciones en ese terreno no dejan de ser considerables. Y no es que el cerebro esté mal provisto en cuanto a potencia: más bien se trata de que somos bombardeados a todas horas por un volumen excepcionalmente denso de información, de la cual solo un poco tiene realmente relevancia para nosotros, y el cerebro dispone de apenas una fracción de segundo para procesarla y convertirla en datos que nos resulten útiles. De ahí que el cerebro se tome no pocos atajos para mantener las cosas (más o menos) bajo control. (103-105)
Uno de los métodos que sigue el cerebro para separar la información importante de la que no lo es consiste en reconocer patrones y centrar su atención en ellos. (…) Se trata sin duda de una táctica de supervivencia que proviene de tiempos en los que nuestra especie se enfrentaba a un peligro constante y que inevitablemente dispara unas cuantas alarmas falsas. Pero ¿qué representan unas pocas alertas infundadas a cambio de garantizar nuestra supervivencia?
Sin embargo, son también esas alarmas falsas las que causan problemas. Es fácil que caigamos en la apofenia, y si le añadimos la típica respuesta cerebral de lucha o huida y nuestra tendencia a ponernos en lo peor, veremos cómo pronto tendremos ya muchas cosas de las que preocuparnos a la vez. Detectamos en el mundo unos patrones que no existen y les atribuimos una relevancia notable por si (muy improbablemente) pudieran afectarnos negativamente. Pensemos, si no, en cuántas supersticiones se basan en el ansia de evitarnos la mala suerte o el infortunio. Tampoco oiremos nunca conspiraciones pensadas para ayudar a las personas. La tenebrosa y misteriosa élite que controla la situación mundial no se dedica a organizar ferias benéficas. (105)
El cerebro también reconoce pautas y tendencias basadas en la información almacenada en nuestra memoria. Las cosas que experimentamos dan forma a nuestro modo de pensar, lo que no deja de ser lógico. (…) Cuando todavía estamos creciendo, gran parte (si no la totalidad) del ambiente que nos rodea es un entorno controlado: prácticamente todo lo que sabemos nos ha sido contado en su momento por adultos a quienes conocemos y en quienes confiamos; todo lo que pasa sucede bajo la supervisión de esas personas. Son nuestros puntos de referencia durante los años más formativos de nuestras vidas. (…)
Lo crucial del caso es que muchos de nuestros recuerdos más tempranos se forman en un mundo que, lejos de resultarnos meramente aleatorio o caótico, parece estar organizado y controlado por figuras poderosas que nos cuesta comprender. (…) A muchos adultos les sirve de mucho más consuelo creer que el mundo está organizado con arreglo a los planes de unas poderosas figuras de autoridad, sean estas magnates adinerados, lagartos extraterrestres fascinados por la carne humana o simples científicos. (105-106)
Una consecuencia destacada (y una causa tal vez) de nuestra tendencia a buscar patrones es el hecho de que el cerebro no sepa manejar muy bien la aleatoriedad. Parece tener problemas con la idea de que algo pueda suceder sin ningún motivo discernible más que el mero azar. Esa podría ser una consecuencia más de que nuestros cerebros estén continuamente buscando peligros por todas partes: si no existe una causa real de algo que ocurre, entonces nada podemos hacer al respecto en el caso de que sea peligroso y eso no es tolerable para nuestra mente. Pero también podría deberse a algo completamente distinto: tal vez la oposición de nuestro cerebro a todo lo aleatorio sea simplemente una mutación azarosa que terminó resultando útil para nuestra supervivencia. Esa sería, cuando menos, una cruel ironía de nuestro pasado.
Fuera cual fuera la causa, el rechazo de la aleatoriedad tiene numerosas repercusiones, una de las cuales es la suposición refleja de que todo lo que ocurre pasa por alguna razón, que a menudo llamamos “destino”. En realidad, algunas personas únicamente tienen mala fortuna, pero esa no es una explicación aceptable para nuestro cerebro, así que tiene que hallar otra con la que adscribir una justificación (por endeble que sea) a lo que les sucede. ¿Qué usted tiene muy mala suerte? Debe de ser por algún espejo que rompió y en el que estaba contenida su alma, que ahora está hecha añicos. O quizá es porque le están visitando unas hadas traviesas: odian el hierro, así que guarde una herradura a mano, que eso las mantendrá alejadas.

(…) La idea de que toda la sociedad humana se mueve dando tumbos y sin más dictado que la guíe que los caprichos de la fortuna resulta, en muchos sentidos, más inquietante que la posibilidad de que exista una élite en la sombra que lo diría todo, aunque sea en su propio beneficio e interés. Mejor un piloto borracho a los mandos que ninguno. (107-108)

Dean Burnett, El cerebro idiota, Editorial Planeta, Barcelona 2016

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