L'atractiu de la democràcia liberal.
El verdadero atractivo de la democracia liberal consiste en que quienes pierden unas elecciones no tienen por qué preocuparse de perder nada más: la derrota electoral los obligará a reorganizarse y planear la siguiente contienda, pero no tendrán que exiliarse ni pasar a la clandestinidad mientras sus bienes son confiscados. La pega a menudo olvidada de todo esto es que la democracia no permite a los ganadores disfrutar de una victoria total y definitiva. En tiempos predemocráticos —esto es, durante la mayor parte de la historia de la humanidad—, las disputas no se resolvían con debates pacíficos y apacibles cambios de gobierno. Todo se decidía por la fuerza: tanto los invasores victoriosos como los ganadores de una guerra civil podían disponer de sus enemigos derrotados para hacer con ellos lo que se les antojase. En una democracia liberal, el “conquistador” nunca obtiene esa satisfacción. La paradoja de la democracia liberal es que, aunque sus ciudadanos son libres, también se sienten impotentes.
Los partidos populistas resultan atractivos precisamente porque prometen una victoria total. Se dirigen a aquellos que ven en la separación de poderes, tan respetada por los liberales, más una coartada para que las clases dirigentes puedan incumplir sus promesas electorales que un medio para que los gobernantes tengan que rendir cuentas. Por ello, una vez llegan al poder, lo que caracteriza a los partidos populistas son sus sistemáticos esfuerzos para desmantelar el sistema de pesos y contrapesos y para tomar bajo su control todas aquellas instituciones que gocen de alguna independencia, como los tribunales, los bancos centrales, los medios de comunicación o las organizaciones de la sociedad civil. Pero estos partidos populistas no son sólo unos vencedores despiadados: también son unos perdedores mezquinos. Como están convencidos de ser los portavoces de la mayoría, tienen muchas dificultades para aceptar las derrotas electorales. La consecuencia es que aumenta el número de elecciones impugnadas y se extiende la opinión de que “unas elecciones sólo son justas si las ganamos nosotros”.
Ivan Krastev, Un futuro para las mayorías, ctxt 24/05/2017
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