Més gent és més festa.

El saber de la muchedumbre, los códigos abiertos, las open sources, conceden el protagonismo al conocimiento de las multitudes mientras desdicen como una antigualla el liderazgo intelectual del genio individual. Todo es súper de acuerdo a la suma del montón.

La superpoblación será un fenómeno alarmante y desajustado a la alta cultura de unos pocos, pero hoy ¿cómo hablar de la crisis, del hambre, de la riqueza o del accidente si no alcanza el grado superlativo, hipermoderno, super-lady-gaga?

En consecuencia, la superpoblación sería lo más coherente con un mundo como este, cuajado de superéxitos y superproducción. ¿Miedos? ¿Amenazas? ¿Catástrofes derivadas de la superpoblación? No es preciso esperar a que la cifra de seres humanos trepe hasta los 10.000 millones o más. En diferentes lugares del planeta, y especialmente en el área subsahariana, la alta fertilidad se corresponde con la vacuna de la mortalidad. En casi todos los demás puntos del Tercer Mundo, de Tailandia a la India, de China a Vietnam, los métodos anticonceptivos mantienen el censo relativamente controlado.

Nadie desea, como en los tiempos del catolicismo a machamartillo o los imperios del Opus Dei, tener todos los hijos que nos mande Dios. Y Dios, por su parte, ha relajado su potente dominio y el semen no es ya, ni mucho menos, lo vigoroso que fue.

Siendo naturalistas, ecologistas, biólogos, equilibristas, humanistas, es fácil predecir que el mundo en cuanto superórgano sabe lo que le conviene, lo que le beneficia y, en definitiva, lo que puede dar de sí. El problema más grave de la superpoblación no se halla en la superpoblación del planeta, sino, como es obvio, en la monstruosidad de las concentraciones en las superurbes. Pero ¿qué hacer? Un campesino mexicano gana más de pordiosero en la capital que de campesino en Oaxaca.

¿Enfermedades? Las epidemias en la metrópoli reciben mejor asistencia que las enfermedades en el campo. Podría diseñarse un urbanismo más eficiente y compasivo, pero ¿por quién?, ¿para qué? La muerte de las mujeres que dan a luz en la ciudad junto a la mortalidad de sus hijos es menor que la de las zonas rurales. ¿Urbanizar el campo?

Todo el mundo tiende en tromba hacia la urbanización, y si en 2010 se llegó a un 50% en cada zona, las previsiones son que para 2050 el campo albergue tan solo a una tercera parte de la población. La fertilidad declina en todos los domicilios y tanto más cuanto más urbanizado se halla el entorno o cuanto más crece la clase media.

Los pobres estaban destinados a parir, y los ricos, a sacar provecho de esa mano de obra barata. Pero ahora, como tendencia, no conviene ni que sobren parados ni que se les retribuya muy mal. El consumo, como antes el ahorro, es el nuevo aliado del capital.

Más gente es más fiesta. La gente ama a la gente. Hace cola en los estadios, en los museos, a la salida de un CD o un iPod, se hacina en los conciertos de rock y se amontona a la intemperie con la conciencia de que esa penalidad es parte importante del suceso. Parte inseparable de la importancia del suceso.

A la gente le gusta la gente. Es lo que más le gusta y con eso se explica en dos palabras los éxitos de los Facebook, los Twitter o los e-Bay. Demasiada gente abruma mucho, pero poca gente deprime funeralmente. ¿Superpoblación? ¿Cuánta población sería necesaria para desencadenar el odio que las ratas se tienen cuando al multiplicarse se devoran entre sí?

Por el momento, ampliándose hasta las predicciones para el siglo XXII, hay aforo para todos y lo decepcionante sería que a causa de las guerras, las epidemias o las hambrunas llegara esquilmado el porvenir.

El demógrafo francés Hervé Le Bras, que no renunció a elaborar predicciones de cara al Juicio Final, estimó que para ese momento apoteósico de la gran judicatura la población se habría multiplicado por 20, y esto tras padecer guerras, tormentas de hielo y toda clase de sevicias. Se trataría entonces de un censo planetario próximo a los 120.000 millones que comparecerían ante el Gran Juez dentro de 2.000 años aproximadamente.

¿Una exageración? ¿Cómo podría considerarse una exageración algo como el mismo Fin del Mundo? Y siendo así, ¿cómo esperar menos público en un espectáculo de tan inmensurable magnitud?

Vicente Verdú, ¿Cabemos todos en el mundo?, El País semanal, 24/04/2011
http://www.elpais.com/articulo/portada/Cabemos/todos/mundo/elpepusoceps/20110424elpepspor_10/Tes?print=1


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