Viure sense farmàcies?



Todos vivimos dopados. Efectivamente, esta sentencia no contiene toda la verdad, pero puestos a sintetizar el diagnóstico más ajustado se puede afirmar que la pura existencia vive del doping y no puede prescindir de él. Los actuales problemas en el coste de la sanidad no los plantea el desbordante consumo de antibióticos o de laxantes sino de psicofármacos a granel. Lo que nos falta a muchos para redondear la vigencia de la actualidad es, además, ser deportistas de élite. O, incluso, ser deportistas de vez en cuando.

Tanto nuestro organismo como nuestro genoma se encuentra diseñado sin variación importante desde hace más de 50.000 años. El cuerpo de los australopitecos que llegaban a gastar hasta 3.500 calorías diarias para resolver los problemas de alimentación mediante las operaciones de caza siguen presentes en nuestro modelo orgánico. Aquellos requerimientos físicos les hacían criaturas naturalmente sanas. Pero, ahora, para gastar no ya 3.500 calorías diarias sino apenas un millar deberíamos andar unos 20 kilómetros permanentes y cada día. Es decir, cumplimentar un onírico Camino de Santiago permanente para conservar la salud.

Quienes no cumplen este itinerario son clínicamente enfermos. Y siendo clínicamente enfermos, ¿cómo rechazar las medicinas de todo género para recobrar la salud? ¿Cómo no medicarse, inyectarse, tragarse o, en fin, doparse en aras del beneficio natural?

Tomarse una pastilla, ponerse una inyección sigue estando mal visto. Pero, por contraste, la creciente organización de maratones con más de 100 kilómetros, los decatlones o los llamados ironman en evocación al hombre de hierro que aspiramos a ser -en el mundo de los superhéroes del cómic o en la ciencia-ficción- plantean pruebas no solo fuertes (en calor, húmedas, hipoxia) sino "inhumanas". Pero justamente no se acostumbra a morir en esta supercompetición.

El Ironman de Hawai se compone de tres kilómetros de natación, 180 de ciclismo y 43 de carrera a pie. ¿El corazón? ¿Los pulmones? ¿El sistema muscular? ¿El tracto intestinal? No todo oficinista tiende a inscribirse en el Ironman, pero esta sería la prueba, no muriendo en su transcurso por causas al margen, de hallarse en el punto dulce de la formación.

Muere, en efecto, más gente por no hacer nada de deporte que por hacer mucho o muchísimo. Contra la creencia de que los deportistas de élite pagan con una vida más corta su éxito (típica y maldita ecuación moral) un buen número de investigaciones desde hace decenios ha mostrado que la longevidad premia a los deportistas de élite, sean remeros, esquiadores, futbolistas o atletas, y sentencia con la muerte anticipada a la molicie.

El tópico de que el triunfo deportivo se castiga después con el fracaso orgánico ha servido de ecuación consoladora en una sociedad sedentaria nacida de la segunda revolución industrial. Con esta creencia moral nos decíamos: "Habrá coronado el Tourmalet, pero le espera el abismo de la vida breve". Pues no. Los deportistas de élite finlandeses, por ejemplo, participantes en las olimpiadas de 1920 a 1965 han vivido más años que sus mesurados vecinos. E incluso mucho más si los deportes que practicaban fueron de resistencia, con su alto consumo de oxígeno. Y no solo no morían tales campeones del corazón sino que disminuían tanto las cardiopatías como el riesgo de contraer cualquier clase de cáncer.

Born to run, decía Springsteen, nacer para correr, antes que para quedarse sentado. El doping acentúa la velocidad de la carrera, pero aceptado que vivifica correr, ellos, los velocistas -según el Colegio Americano de Medicina Deportiva-, que llevan una vida acorde con lo humano, son quienes en lugar de conformarse con un gelocatil beben la magia de un compuesto que, como australopitecos, les promueve a deportista de élite. ¿Doping? La condición maldita del doping proviene no de la sustancia en sí sino de la institución moral que distribuye prohibiciones. Tal como el peyote, el khat, el alcohol, la marihuana o la masturbación fueron estigmatizadas, según los tiempos.

Fuera de esto, doping no quiere decir otra cosa que hallarse drogado. ¿Pero qué menos que drogarse para vivir? ¿Cómo vivir, de otra parte, fuera de la farmacia? ¿Qué es interior o exterior en la farmacopea absoluta, de vivir, parir, amar, matar, enfermar, copular o morir?

Vicente Verdú, Dopados todos, El País, 12/12/2010

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