El que Wikileaks revela.

Jean Baudrillard
Lo más escandaloso, lo realmente escandaloso, de las informaciones arrojadas por las informaciones de Wikileaks es su efecto y valor indiferente. La mentira, la conspiración, el soborno o el chantaje perviven con tanta comodidad en el sistema que el sistema no sería nada importante sin su apoyo.

De esta manera, cuando se dice que ha sido puesto en evidencia lo oculto, lo que se ve realmente es la ordinaria obviedad de su funcionamiento. Como las lavadoras, los relojes o los pianos, que se pusieron de moda con una carcasa transparente para comunicar sus mecanismos íntimos, Wikileaks ha actuado como un manto calado para hacer ver la lencería transparente que a su vez transparentaba una obvia anatomía con la transparencia.

La gran coartada de los fracasos o errores políticos han sido atribuidos a la falta de transparencia frente a los ciudadanos, pero la transparencia, tal como se urge actualmente a los bancos y a los Gobiernos, no aporta otra cosa sino la redundancia de la ya sospechada sorpresa. O mejor, el rebote de lo visto en el cansancio de lo dèjá vu.

No hay un más allá metafísico y, paralelamente, no hay un más allá del pecado político o financiero. No hay el pecado nefando del pecado común. El pecado oculto es suficientemente previsible como para que su visibilidad no añada nada.

De este modo, el juego del poder actúa con una impunidad absoluta porque su proceso se desarrolla por los parques de la corrupción de antemano admitidos como el espacio recreativo y natural del sistema. El sistema funciona merced a la energía emanada de la descomposición, y los políticos y autoridades en general gestionan sus aplicaciones para obtener, con su explotación, el alumbramiento más eficiente.

El procedimiento, por tanto, de exponer los "sucios" asuntos a la luz no consigue el efecto de desvelarlos, sino de blanquearlos. O dicho de otro modo, su alumbramiento viene a ser equivalente a la garantía de su continuidad legal.

"De la misma manera que nos hemos convertido en transpolíticos, es decir, seres políticamente indiferentes e indiferenciados, andróginos y hermafroditas, hemos asumido, digerido y rechazado las ideologías más contradictorias llevando únicamente una máscara, y transformándonos en nuestra mente, sin saberlo quizá, en travestís de la política" (Jean Baudrillard. La transparencia del mal. Anagrama, 1991).

Travestís con dos sexos, dos caras, dos morales. Lo bueno y lo malo, la verdad y su contrario, forman parte del círculo de incertidumbre, del círculo de desconfianza y del laberinto de la inestabilidad. Si los mercados marchan bien o mal y ofrecen tanto su rostro como su máscara confundidos ¿qué sentido tiene referirse a la transparencia?

La transparencia es su otra realidad y no hay, en consecuencia, otro mundo posible. La fe en el ejercicio de la transparencia como mágica medicina contra todos los vicios, comporta la creencia de que existe un espacio transfronterizo donde, de acuerdo con la nueva honestidad, se reordenaría benéficamente el mundo.

O lo que es lo mismo, pensamos la transparencia como un resplandor, acaso celestial, cuyos vatios divinos y puros pondrá las cosas en su sitio, la justicia en su pedestal, la especulación en la prisión, la avaricia en el averno.

Nada de nada. Todo es todo lo que hay, ya travestido. Más luz, más filtraciones, más ventanas hacia la claridad. La totalidad del espacio se halla iluminada de antemano, saturada de fulgor y sus destellos, sus pánicos, sus millones de pobres gentes no son sino las fosforescencias del gran incendio donde se quema, en plena incandescencia, el capitalismo funeral.

Vicente Verdú, La transparencia de la transparencia, El País, 04/12/2010

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