L'impressionisme filosòfic.



















Lo que los empiristas —una suerte de impresionistas filosóficos— defienden es que las impresiones sensibles son el único dato objetivo del que disponemos para conocer el mundo. Mi impresión de esta mesa —habría dicho David Hume— no es más que el conjunto de mis impresiones de puntos coloreados dispuestos de cierta manera (the impressions of coloured points, disposed in a certain manner). Imaginamos que, más allá de nuestra impresión de puntos coloreados vistos durante una tarde soleada en París, fuera de nosotros, están, en efecto, los campos de Marte y la torre Eiffel, por así decirlo, “en sí mismos”, pero esta es una suposición meramente subjetiva que no podemos justificar racionalmente, puesto que, como he dicho, lo único objetivo que poseemos con certeza a este respecto son las impresiones sensibles, y no podemos salirnos fuera de ellas (o sea, fuera de nosotros mismos) para ver a qué corresponden o dejan de corresponder. Y las impresiones sensibles siempre son concretas, singulares e individuales (no hay dos individuos que tengan la misma impresión de los campos de Marte ni dos impresiones de los campos de Marte que sean iguales en el mismo individuo). De modo que toda abstracción (en la medida en que es generalización) tiene siempre algo de ilegítima, aunque pueda justificarse pragmáticamente. . “El paisaje” —decía Monet— “no es más que una impresión, una impresión instantánea, de ahí el título: es la impresión que me dio. He reproducido una impresión de Le Havre, desde mi ventana, sol en la niebla y unas pocas siluetas de botes destacándose en el fondo”. La impresión conserva cierto parecido con aquello que la ha producido (“la naturaleza”), pero el pintor no quiere representar la naturaleza, no quiere pintar el puerto de Le Havre, sino la impresión que el puerto de Le Havre deja en nuestra sensibilidad visual. El cuadro, pues, no puede declararse “incorrecto” o “mal pintado” con respecto a un original que sería “el puerto de Le Havre en sí mismo”, puesto que es la impresión del sujeto la que da la regla, y no las presuntas proporciones objetivas de la cosa “exterior”. Y, como ya se ha dicho, no hay dos impresiones iguales, ni siquiera para el mismo sujeto, y por lo tanto pueden variar con la hora del día, con el tiempo atmosférico, con la perspectiva del sujeto o con su estado de ánimo y su condición física, de tal manera que, en última instancia, sólo el sujeto perceptor puede juzgar la “adecuación” del cuadro, cuya veracidad no radica ya en la correspondencia con algo externo con lo que pudiera compararse. El “escándalo” que produjo en su momento la pintura impresionista en ruptura con las convenciones de la figuración naturalista se debe a que, salvo que seamos filósofos empiristas, nosotros no vemos habitualmente nuestras impresiones: ellas son el vehículo que nos permite imaginar una realidad externa e independiente de nosotros pero, como nos sucede con las letras cuando escribimos o con los fonemas cuando hablamos, no vemos el significante, lo trascendemos inmediatamente hacia su significado. Y eso que habitualmente no vemos es lo que pinta el impresionista. Por eso nos sorprende, a la vez que nos resulta extrañamente familiar.

José Luis Pardo, pardonomics, Facebook 16/06/2017 
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