"És estrany que l'amistat no hagi generat institucions pròpies" (Marina Garcés)
Es curioso que un referente tan estable como el concepto de amistad no haya generado instituciones propias. No hemos inventado ninguna forma que la regule, institucionalice y legisle. ¿Por qué no firmamos papeles para hacernos amigos? De esta pregunta parto para buscar no lo que tienen de obvio, sino lo que tienen de extraño las relaciones de amistad. Los amigos no vienen de nuestro núcleo familiar, íntimo o doméstico. El amigo o la amiga siempre es aquella presencia a la que nos vincularemos a través de la vida y vendrá de fuera. El vínculo no viene construido, hay que inventarlo.
Los miedos contemporáneos impulsan un repliegue a mundos interiores, ya sean domésticos o basados en identidades muy claras, de gente que es como nosotros, que piensa como nosotros, que se mueve como nosotros. Eso deja mucho más intransitable esta idea de dejar llegar al extraño, descubrir lo extraño de nosotros mismos. Lo que, para mí, es la aventura de la amistad.
Ya no creamos comunidades de amigos, sino burbujas de iguales. Me pregunto en qué medida confundimos la necesidad de seguridad con el deseo de amistad. Los amigos nos pueden dar apoyo o acompañamiento porque son prácticas que vemos desintegrarse en otros ámbitos de lo social, lo laboral o lo familiar. Pero cuando la amistad es vista como una terapia, esta idea de “mis amigas son mi salvavidas”, se apuesta por una reducción de la aventura de la amistad en sí misma. La finalidad de la amistad no es anestesiarnos de nuestros miedos, sino poder perderlos juntos.
El problema del tiempo en la amistad es que no se debe medir por su cantidad, sino por su sentido. Mucha gente cree que la amistad, si no es para toda la vida, no es amistad. O que se le debe dedicar muchas horas. Pero ¿quién ha estado en tu vida y de qué manera? Además, ¿quién puede disponer de más cantidad de tiempo para sus amigos? Hay formas de privilegio que muestran, simplemente, quién tiene más tiempo y más dinero, no quién tiene más amigos ni qué tipo de amistades sostiene. Sabemos, además, que mucho de ese tiempo es banal, repetitivo, absurdo. Muchas veces, por dentro, nos estamos aburriendo y agotando, pero ese tiempo está hecho para hacer que no se note, para que no sintamos y no moleste nuestra soledad. También se habla con desprecio, muy clasista, sobre las amistades que se puedan sostener con un “hola, ¿cómo estás?”, por mensaje de WhatsApp. “Esto no es amistad, es una versión de poca calidad”, dicen. ¿Y por qué? ¿Quién establece todo este régimen de jerarquías sobre cuáles son las verdaderas amistades y las que no, las que pueden gozar de amistad con todas las letras y las que solo son versiones low cost?
La amistad no es un espacio libre de juicio. Los amigos juzgan y esperan que seamos de determinada forma. En un mundo que se desdibuja es idónea una voz que parezca más confiable, a veces, que la de los propios humanos. Alguien que responde siempre, que siempre está ahí, que siempre es amable, que siempre rectifica y que está dispuesto a pensar con nosotros. Es muy interesante este nuevo paradigma. Me contaba una persona que trabaja en un juzgado de violencia de género que se había dado el caso, por primera vez, que tuvieran que juzgar una violación, casi infantil, en el que la muchacha había compartido su agresión antes con la IA que con su entorno de confianza. No lo dijo ni a familia ni a amigas. Esa conversación, ¿en qué medida no es válida como testimonio? ¿Hasta dónde es confiable esa conversación?
Desde Aristóteles, en la tradición clásica, la amistad se define por la reciprocidad de los hombres libres. Son amigos aquellos que no dependen los unos de los otros. A la amistad acceden los adultos autosuficientes, tanto en términos materiales como sociales. Las relaciones de dependencia están delegadas en mujeres o esclavos. La infancia y la vejez son zonas de no interés y todas las dependencias, reproductivas o materiales, quedan fuera para el ejercicio pleno de su autonomía. Es un paradigma violento, además de excluyente.
Para poder gozar de la amistad hay que perder el miedo a la soledad. Muchas de estas amistades que se nos están proponiendo de tipo terapéutico, de tipo identitario, no se construyen desde no tener miedo a la soledad, sino desde el contrario: el miedo atroz al aislamiento social y a la soledad no deseada. Todo ese miedo es el que crea esta necesidad casi adictiva de la vida social y escenificada, aunque sea solo en las redes, en las que siempre hay otros. Yo hago una reivindicación de la soledad, no como aislamiento, sino como esa condición que nos hace aprender que uno no basta, que uno no se basta.
Noelia Ramírez entrevista a Marina Garcés: "Para gozar de la amistad hay que perder el miedo a la soledad", El País 16/02/2025
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