Les tres concepciones sobre l'expansió de la IA.
El vicepresidente de los Estados Unidos, James David Vance, ha dejado claro en la cumbre mundial sobre inteligencia artificial celebrada en París recientemente cuál va a ser la actitud del gobierno de Trump en lo que a la investigación en este campo se refiere: carencia de regulación específica, hostilidad frente a cualquier intento serio de gobernanza global y libertad a las empresas tecnológicas para que desarrollen esta tecnología del modo que mejor les parezca, incluso aunque, como han subrayado algunos magnates e ingenieros de Silicon Valley, haya peligros evidentes en este camino. Estados Unidos y Gran Bretaña se han negado a firmar el manifiesto promovido por la UE en favor de una IA “abierta, ética e inclusiva.” Un documento que sí ha firmado China, lo que no significa que en realidad se vaya a sentir muy condicionado por él. Cabe sospechar que solo haya buscado un lavado de imagen. El tiempo dirá.
El vicepresidente Vance tomó de hecho la firma de China como una excusa para no adherirse al documento (para no “encadenar su nación a un amo autoritario”) y sostuvo que un elemento central en la ventaja que Estados Unidos lleva en este asunto sobre Europa se debe precisamente a la ausencia de regulación, que solo contribuye a lastrar el progreso y la innovación. La regulación, según dijo, “podría matar una industria en plena expansión”.
No son pocos en Europa los que están dispuestos a darle la razón y creen que si aquí no hay un Silicon Valley se debe sobre todo a la manía regulatoria europea. Conviene recordar, sin embargo, que Silicon Valley tuvo un origen militar en los años 30 y que su desarrollo como centro de innovación tecnológica comenzó en los años 50 y 60 gracias al apoyo de la Universidad de Stanford y a la abundancia de capital riesgo, que en los años posteriores invirtió fuertemente en tecnología y consiguió atraer a talento extranjero.
Esta actitud de los Estados Unidos parece ir en la línea de lo que escribiera Anu Bradford en su influyente libro Digital Empires: The Global Battle to Regulate Technology, profesora de derecho del comercio internacional en la Universidad de Columbia. Bradford sostiene que hay tres imperios digitales con diferentes estrategias de expansión: el estadounidense, el chino y el europeo. El primero se cimienta sobre la libertad de mercado, el segundo sobre una estricta dirección estatal y el tercero sobre la protección de derechos mediante la regulación y el fomento de la justicia social. No obstante, Bradford argumenta de forma convincente que el hecho de que el imperio digital europeo sea mucho menos poderoso que los otros dos no se debe a su base regulatoria, sino a otros factores históricos, sociales y económicos.
Pese a estas tendencias, sería un error creer que los Estados Unidos se han opuesto sistemáticamente a la regulación tecnológica en aras de la libertad de mercado. Cuando en los años 70 despegaban las técnicas que son la base de la biotecnología actual, Estados Unidos estableció normativas estrictas para regularlas, en ocasiones a través de sentencias judiciales. La Conferencia de Asilomar marcó un hito en este camino. Era además una época en la que la religión pesaba más sobre las decisiones del gobierno y la biotecnología era (y sigue siendo) vista por muchos como un desafío mayor para las creencias morales y religiosas que las tecnologías digitales.
Esto no deja de ser un tanto desconcertante, porque no está muy claro por qué estaría jugando más a ser Dios un científico que modifica genéticamente una bacteria o un embrión que un ingeniero que quiere crear una nueva forma de inteligencia sobre este planeta. Los líderes de empresas tecnológicas tenían además entonces menos poder del que tienen ahora. Recordemos que incluso bajo el mandato de George W. Bush, al comienzo de este siglo, se tomaron algunas medidas mucho más estrictas que las vigentes en países europeos sobre el uso de embriones humanos sobrantes de procesos de fertilización in vitro con fines de investigación.
No hace falta decir que nada de eso acabó con la innovación en biotecnología en los Estados Unidos, ni hizo que quedara muy por detrás de lo que se hacía en otros lugares. Más bien al contrario. En el caso de las células madre, aunque esto no estuviera en la intención de Bush y de sus ideólogos, la regulación incentivó la investigación para obtenerlas de fuentes distintas a los embriones humanos.
La biotecnología está desde entonces muy regulada. Como nos recuerda el genetista y bioeticista barcelonés Lluis Montoliu en su último libro, nadie serio cuestiona que en ella “No todo vale”. Esto ha evitado abusos inmorales, como el que cometió en China He Jiankui en 2018, al permitir que nacieran tres niñas editadas genéticamente. Incluso en la IA podemos ver efectos análogos. La exigencia de transparencia, por ejemplo, está fomentando la investigación en la mejora de las redes neuronales artificiales de modo que sus resultados puedan ser más analizables. Quizá una mala regulación pueda acabar con la innovación, pero no la regulación sin más, como así lo prueba lo sucedido en diversos campos de la tecnología a lo largo de los años.
¿La desregulación impuesta por las compañías tecnológicas en los Estados Unidos llevará a un desarrollo tecnológico más rápido y potente, como cree Vance? No podemos saberlo con seguridad, lo que sí podemos saber es que pondrá en manos de esas compañías decisiones que no les corresponden acerca del futuro de la humanidad, decisiones que podrían ser perjudiciales para los derechos de los ciudadanos. Lo hemos podido constatar en el modo en que estas compañías han violado los derechos de autor en el entrenamiento de la IA generativa.
El premio Nobel de Economía Daron Acemoglu publicaba hace unos días un artículo sobre este asunto titulado significativamente “La inteligencia artificial de las grandes compañías tecnológicas no es el futuro que Europa necesita”. Hago mías para concluir unas palabras de ese artículo que me parecen atinadas: “Haciendo frente al poder y la influencia de estas empresas, con medidas antimonopolio, por ejemplo, y adoptando una visión de la «IA pro-humana», los gobiernos pueden crear un entorno verdaderamente competitivo. Sólo entonces la tecnología podrá ayudar a los trabajadores y a los ciudadanos, en lugar de convertirse en una herramienta para que una élite muy reducida domine al resto de la humanidad”.
Antonio Diéguez, EE.UU vs China vs Europa: la guerra por regular la IA no es la que te han contado, El Confidencial 18/02/2025
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