El mal és l'ús pervers del bé. (Giorgio Agamben)




La antigua doctrina según la cual el mal no es más que la privación del bien y, por tanto, en sí mismo no existe, puede corregirse y completarse en el sentido de que no es tanto la privación como la perversión del bien (con el añadido, proclamado por Ivan Illich, corruptio optimi pessima, “la corrupción de lo mejor, es lo peor”). El vínculo ontológico con el bien se mantiene de este modo, pero queda la cuestión de cómo y en qué sentido un bien puede pervertirse y corromperse. Si el mal es un bien pervertido, si seguimos reconociendo en él una figura malograda y distorsionada del bien, ¿cómo podemos combatirlo cuando nos enfrentamos hoy a él en todos los ámbitos de la vida humana?

Una corrupción del bien era conocida por el pensamiento clásico en la doctrina política según la cual cada una de las tres formas correctas de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia: el gobierno de uno, de pocos o de muchos) degeneraba fatalmente en tiranía, oligarquía y oclocracia. Aristóteles (que considera la democracia misma una corrupción del gobierno de muchos) utiliza el término parekbasis, desviación (de parabaino: irse a un lado”, para-). Si ahora preguntamos hacia dónde se han desviado, nos encontramos con que, por así decir, se han desviado hacia sí mismas. Las formas corruptas de organización se parecen, en efecto, a las sanas, pero el bien que estaba presente en ellas (el interés común, el koinon) se ha convertido ahora en lo propio y particular (idion). El mal es, así, un uso particular del bien, y la posibilidad de ese uso perverso está inscrita en el bien mismo, que de este modo sale de sí, se va como a un lado de sí mismo.

Es en una perspectiva semejante como debemos leer el teorema corruptio optimi pessima que define la modernidad. El gesto del samaritano, que inmediatamente socorre al prójimo que sufre, sale fuera de sí y se transforma en la organización de hospitales y servicios asistenciales, que aunque se orientan a lo que se considera bueno, acaban finalmente convirtiéndose en un mal. Es decir, el mal al que nos enfrentamos resulta del intento de instituir el bien en un sistema social objetivo. Así la hospitalidad, que cada uno puede y debe dar al prójimo, se transforma en hospitalización gestionada por la burocracia estatal

El mal es, así, una especie de parodia (aquí también hay un para-, una desviación a un lado) del bien, una objetivación hipertrófica que lo desplaza para siempre fuera de nosotros. ¿Y no es precisamente esa parodia mortífera la que los progresismos de todo tipo hoy nos imponen por doquier como la única forma posible de convivencia entre los hombres? El «estado administrativo» y el «estado de seguridad», como los llaman los politólogos, pretenden gobernar el bien, quitándonoslo de las manos y objetivándolo en una esfera separada. Y la llamada inteligencia artificial, ¿es otra cosa que un desplazamiento del «bien del intelecto» fuera de nuestras manos, como si, en una especie de averroísmo exacerbado, el pensamiento pudiera existir sin relación con un sujeto pensante? 

Frente a estas perversiones, hay que reconocer en todo momento el pequeño bien que se nos quita de las manos y liberarlo de la máquina letal en la que, “para bien”, está atrapado.

Giorgio Agamben, El bien y el mal, Brownstone España 13/02/2025


Traducción de Jordi Pigem, con permiso de Giorgio Agamben. Publicado originalmente como Il bene e il male, en www.quodlibet.it/, 25 de enero de 2025.


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