Salut pública i tecnocapitalisme (Jordi Pigem)
En lo que llevamos de siglo XXI, desarrollos de vanguardia en medicina y biología habían ido demostrando que el paradigma mecanicista de la salud, basado en simples conexiones lineales entre un patógeno, una enfermedad y un remedio, es una ficción. Es una ficción porque ignora a la persona y porque ignora la intrincada red de relaciones en la que se da cualquier fenómeno biológico. Pero es un ficción muy útil para el tecnocapitalismo.
Entre tales desarrollos podemos mencionar la psiconeuroinmunología, que demuestra, más allá de toda duda, la enorme influencia del estado anímico de las personas sobre su sistema inmunitario. O la psicomicrobiología, que muestra cómo la salud física y mental está claramente influida por el microbioma intestinal, un enorme ecosistema que incluye bacterias, virus y hongos, gracias al cual podemos hacer la digestión. Todo organismo sano contiene billones de bacterias y virus benéficos, sin los cuales no podría vivir. No somos individuos atómicos, sino seres simbióticos.
Los virus, como las bacterias, se descubrieron asociados a enfermedades, pero desde hace décadas sabemos que las bacterias son esenciales para la vida. En los últimos años hemos empezado a comprender que los virus también están presentes, para bien, en muchas de las funciones básicas del organismo humano y de todo organismo sano. En los océanos hay una cantidad astronómica de virus (en cada gotita de agua de mar que nos salpica en la playa puede haber medio millón), sin los cuales no sería posible la prodigiosa autorregulación química y biológica del mundo que llamamos Tierra y que es sobre todo agua.
Un virus no es una bomba que explota donde cae. Actúa de una manera u otra según el medio y el contexto, según el sistema inmunitario, según la persona. En la medicina clásica de todas las culturas, la enfermedad era solo uno de los polos de una tríada que incluía, con no menor peso, a la persona y al terapeuta. La relación (y la conversación) entre la persona y su médico era, y debería seguir siendo, esencial en todo tratamiento. Pero la persona ha ido desapareciendo del actual paradigma biomédico, eclipsada por el creciente papel otorgado al patógeno y al remedio, más fáciles de entender en términos estrictamente bioquímicos. Con ello, la medicina pierde su dimensión de arte de curar y se convierte en mera técnica. Cosa que también conviene al tecnocapitalismo.
La salud de una persona se parece más a la prodigiosa complejidad de una sinfonía que al funcionamiento de una máquina. Y la curación se parece más a potenciar el equilibrio y la fuerza de esa sinfonía que a una reparación mecánica. La salud de cada persona es única, pero a la sanidad tecnocapitalista le resultan más rentables los tratamientos one size fits all, como las vacunaciones masivas. Y sin embargo, es evidente que no todos los tratamientos funcionan igual para todas las personas. Por eso la curación ha de tener siempre un elemento de autogestión, en que la persona conserva el sentido de lo que le va bien y lo que no, sean alimentos, hábitos de vida o tipos de terapias. El soberano de la salud de una persona no es el médico ni el sistema, sino la misma persona, que alberga en su seno la fuente de su salud y de su curación. El papel del médico es ayudar a que la fuente interior de la salud mane sin obstrucciones, con toda su fuerza y su vigor.
Cada persona es única. También es única cada desafinación de la sinfonía de la salud. Pero se ha ido imponiendo un paradigma, el de la sanidad tecnocapitalista, que no está centrado en las personas, sino en las empresas, en la línea de lo que desde hace medio siglo promueven Klaus Schwab y el Foro Económico Mundial.
La salud pública ha sido presa del tecnocapitalismo porque antes había sido desplazada a su terreno de caza: la salud había sido reimaginada en términos más acordes con el tecnocapitalismo. Desde los tiempos de John D. Rockefeller (cofundador de la primera gran multinacional de la historia, la Standard Oil, que tuvo que ser disuelta por sus malas prácticas, y de la epónima Fundación Rockefeller, muy interesada, desde sus primeros días, en cambiar el paradigma de la salud pública en esta dirección), la salud de las personas se ha ido desplazando cada vez más del ámbito personal, orgánico y vital al ámbito de lo mecánico, reduccionista y despersonalizado. Se ha pasado del doctor que te conocía y te miraba a los ojos al levantamiento de pantallas y muros de datos entre médico y paciente. Se ha pasado de la relación terapéutica personal, en la que se confía en la capacidad de curación que la vida o la naturaleza brinda a través de lo más íntimo de la persona, a una relación cada vez más tecnocrática en la que se supone que la curación es un producto que la persona o el sistema de salud pública han de comprar (a precios cada vez más astronómicos) al tecnocapitalismo.
Jordi Pigem, ¿Qué pasó con la salud?, Browstone España 08/02/2025
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