Tot i esperant un CEO totalitari
¿Qué ha cambiado en Silicon Valley para que su mitología de creatividad e independencia se use ahora como herramienta de obediencia populista? Contesta desde California —evacuado de su casa debido a los incendios— el sociólogo y exministro de Universidades, Manuel Castells, gran historiador de internet. Explica tres etapas. En la primera fase, de la que nacieron las grandes figuras que cambiaron la tecnología mundial, de Steve Jobs a Bill Gates, “el emprendedor era el modelo y la innovación el objetivo, más que el dinero, individualista pero solidaria con el mundo y con valores sociales (feminismo, ecologismo, tolerancia sexual y religiosa)”. A partir de los noventa se consolidaron las grandes empresas, que terminaron como oligopolios: “Aunque predicaron la innovación y la libertad, en realidad la acumulación de capital y, por tanto, el ánimo de lucro fueron las ideologías dominantes: se hicieron capitalistas y empresarios más que emprendedores e innovadores, aunque siendo liberales y tolerantes en sus discursos y en su vida”.
Desde 2010 nos encontramos en una tercera fase —dice Castells—, donde el 5G, los satélites y la IA propulsaron a innovadores de éxito rápido: la “mafia de PayPal”, como se denominan a sí mismos. “Se encontraron en esta empresa, que luego vendieron para lanzarse a nuevos proyectos. Estos son Elon Musk, Peter Thiel, Marc Andreessen y otros. En este caso, a su innegable capacidad de innovación añadieron la búsqueda del poder total, son demiurgos que crearían un nuevo mundo e incluso lo expandirían, a Marte o al metaverso. Zuckerberg se enganchó a este grupo; también Bezos”. Su ideología, continúa Castells, “es la búsqueda del poder para los mejores cerebros, que son ellos, y que deben apartar a la plebe ignorante”. Esa es, cree, la base de su alianza con Trump: “Son tecnócratas libertarios que buscan ocupar el Estado para imponer su proyecto. Son muy peligrosos porque están convencidos, tienen poder material. Pero, sobre todo, su objetivo es el poder. No son nazis, pero les caen bien los nazis”. Y añade: “No tienen ideología, solo egolatría”. El día de la investidura, las miradas se las llevó Elon Musk, al mando del Departamento de Eficiencia Gubernamental, tras un gesto en el escenario que recordaba, precisamente, al saludo nazi. Philip Low, fundador de la empresa de neurociencia Neurovigil y antiguo amigo de Musk, no cree que este sea nacionalsocialista per se, y escribe en un post público de LinkedIn que “es algo mucho mejor, o mucho peor, depende de cómo lo mires. Los nazis creían que una raza entera estaba por encima. Elon cree que él está por encima de los demás. Creía que trabajaba en los problemas más importantes”.
A quienes no vimos en escena, a pesar de la profundidad de sus lazos con el nuevo orden estadounidense, fue a otros dos miembros de la mafia PayPal, Peter Thiel, dueño de la principal empresa de ciberseguridad del mundo, Palantir, proveedora del Pentágono y la CIA, y Marc Andreessen, poderoso inversor, creador de Netscape y ahora asesor de Trump a pesar de su pasado demócrata. De Thiel escribió su protegido, el vicepresidente J. D. Vance —a quien financió su carrera política—, que era la persona más inteligente que había conocido. Se encontraron en Yale, donde Vance estudiaba y adonde Thiel acudió a dar una charla. Seducido por sus ideas —como que las mentes más brillantes están enredadas en competiciones absurdas y no concentradas en hacer avanzar el mundo—, Vance trabajó en su órbita como gestor de fondos de inversión en el Valle.
En su libro De cero a uno, Thiel defiende la excepcionalidad del gran líder empresarial que ignora las convenciones sociales (“es más poderoso y, al mismo tiempo, más peligroso para una empresa ser dirigida por un individuo diferenciable que por un gestor intercambiable por otro”), motivo que explica, en su opinión, que el asperger (antiguo término para un grado de autismo generalmente más funcional) sea ventajoso en Silicon Valley. Es uno de los valedores de la nueva derecha reaccionaria estadounidense, de la ilustración oscura propugnada por otro de sus protegidos, Curtis Yarvin, una corriente antidemocrática que propone el gobierno de un monarca fuerte que lleve el país como lo haría un consejero delegado. Thiel incluso dijo que la democracia y la libertad eran incompatibles.Respecto a Andreessen, merece la pena leer el Manifiesto tecno-optimista que publicó en octubre de 2023 para entender su batiburrillo de inspiraciones: anarcocapitalismo, aceleracionismo, futurismo, Nietzsche, Ayn Rand. La tecnología, viene a decir, nos hará superhombres libres. Se atreve a identificar como enemigos a la responsabilidad social, la sostenibilidad medioambiental o la ética. También es interesante repasar un libro que ha recomendado, Atrévete a no gustar, del filósofo japonés Ichiro Kishimi. Se trata de un best seller que ha vendido millones de copias difundiendo las ideas del psicólogo Alfred Adler (1870-1937): “La psicología adleriana aboga por la valentía, por el valor. No puedes culpar al pasado o al entorno de tu infelicidad. No es que te falte capacidad, sino que te falta valor. Podríamos decir que te falta el valor necesario para ser feliz”.
Así pues, al comenzar 2025 tenemos, ligados al poder político, a un puñado de tecnócratas convencidos de su superioridad intelectual, valentía y mérito (¿cómo no hacerlo, si el mercado los ha refrendado convirtiéndolos en milmillonarios, si pasan sus días intentando enviarnos a Marte o construyendo una superinteligencia?), que tienen en sus manos empresas con una capacidad de influencia nunca vista, conocedores de las dinámicas de la sociedad y sus conflictos (recordemos, han inventado o controlan las redes sociales), atraídos por la idea de un poder gubernamental ejercido con la mano dura de un CEO totalitario a su imagen y semejanza, y sostenidos por unas convicciones eclécticas confeccionadas a su medida.
Noel Ceballos, experto en cine, cultura popular y autor de El pensamiento conspiranoico, recuerda tres películas de 1999 que conforman un ethos de protagonistas que despiertan y eligen su propio destino contra las convenciones sociales, y que tan bien encaja en la mitología de la joven derecha: Matrix, El club de la lucha (“aunque muchos de sus fanes se quedan con lo que les conviene, como la metáfora de las píldoras o la hipermasculinidad agresiva de Tyler Durden, e ignoran el auténtico discurso”) y Eyes Wide Shut, “que sigue espoleando todo tipo de hipótesis descabelladas sobre las supuestas intenciones de su director”. En el pastiche ideológico que ha conformado la cultura de internet en la última década y media se adivina el auge del arquetipo heroico, incluso del “elegido”, en los memes de la píldora de Matrix, en las referencias a Ayn Rand, en la popularidad de unos estoicos mal leídos, también en autores como Jordan Peterson o Nicholas Taleb. Uno de los lemas del momento en TikTok es to be cringe is to be free: permitirse dar vergüenza ajena es ser libre.
Una vez fuera de las convenciones sociales, la mente sin ataduras es capaz de discurrir con verdadera claridad. Esta premisa, que puede ser la base tanto del pensamiento crítico kantiano como de una charla adolescente sobre El lobo estepario, ha sido especialmente clave tras la pandemia. Y aquí llega la paradoja: todo el mundo se acusa entre sí de pensar mal. Unos se centran en la libertad radical de pensamiento y expresión; los otros, en la verificación de los hechos. Mientras la encomiable obsesión por afinar los razonamientos crece (recordemos otro best seller, el del Nobel Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio), la izquierda culpa a la derecha de caer en el pensamiento conspirativo y el uso de noticias falsas, y la derecha acusa a la izquierda de mentalidad de rebaño y de abandonar la innovación. Este último argumento se extiende a la vieja Europa en contraposición con EE UU.
“Si las personas realmente entendieran cómo funciona internet —escribe por correo el profesor de la Universidad de Stanford Sam Wineburg—, cómo las palabras clave distorsionan las búsquedas, cómo la optimización de motores de búsqueda mueve los hilos”, hacer nuestra propia investigación “conduciría a una mejor toma de decisiones. Pero la mayoría navegamos a ciegas, con una confianza ingenua y excesiva en nuestra capacidad para tomar decisiones sabias sobre la información digital”. Wineburg es autor junto a Mike Caulfield del manual divulgativo sobre comprobación de hechos Verified. Frente al concepto del pensamiento crítico, defienden la necesidad de “ignorar críticamente”: “Vivimos en una economía de la atención, donde las plataformas compiten por mantener nuestros ojos pegados a la pantalla. La evaluación de la información requiere pensamiento crítico, pero el pensamiento crítico es el combustible de la atención. En internet, el primer y más importante acto de pensamiento crítico es determinar si la información merece ser analizada críticamente. Aprender a ignorar fuentes de baja calidad preserva nuestra atención para la información que realmente importa”.
Cojamos una cultura en línea que promueve un individualismo no siempre bien entendido, un mundo complejo filtrado por el adanismo propio del desconocimiento, una fantasía incumplida de democratización del conocimiento y el efecto de refuerzo psicológico que generan la reunión de individuos antes aislados, pero que ahora se reúnen en comunidades online afines. Polaricemos con un sistema informativo pervertido por los dueños de los algoritmos, cuyas empresas se benefician del caos emocional de las redes. Y llegaremos a unos líderes económicos y políticos fuertes y populistas, admirados por su independencia (incluso sobre sus propios partidos y seguidores), defensores teóricos de la libertad y que reciben con los brazos abiertos a aquellos dispuestos a “atar cabos”… siempre que les convenga. Cuando se admira a un líder que “piensa por sí mismo” se admira, de hecho, a seres profundamente emocionales.
Delia Rodríguez, La filosofía ultraindividualista de Silicon Valley quiere conquistar el mundo, El País 02/02/2025
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