La parrhesía cristiana (Michel Foucault).
El uso de la palabra parresia se modifica en una serie de
textos judeo helenísticos precristianos Filón
de Alejandría y la Biblia de los
Sesenta) . (…) En ellos, la parrhesía
ya no designa simplemente el coraje del individuo que en cierto modo, solo
frente a los otros, tiene que decirles la verdad y qué pasa con las cosas que
hay que hacer. Esta otra parrhesía que
vemos esbozarse se define como una especie de modalidad de la relación con
Dios, modalidad plena y positiva. Se
trata de algo así como la apertura de corazón, la transparencia del alma que se
ofrece a la mirada de Dios. Y al mismo tiempo (…), hay en cierto modo un
movimiento ascendente de esa alma pura que se eleva hacia el Todopoderoso. La parrhesía va a situarse entonces, si se
quiere, ya no en el eje horizontal de las relaciones del individuo con los
otros, de aquel que tiene coraje con respecto a los que se equivocan. La parrhesía se sitúa ahora en el eje
vertical de una relación con Dios en la cual, por un lado, el alma es
transparente y se abre a Dios y, por otro, se eleva hacia Él. (…)
Ya no es el coraje del hombre solitario frente a los
otros que se equivocan; es la beatitud, la felicidad del hombre tendido hacia
Dios. Y a ese movimiento del hombre hacia Él, Dios responde con la expresión,
la manifestación de Su bondad o Su poder.
En la literatura neotestamentaria, el término parrhesía aparece con un sentido
diferente del que acabamos de ver en la tradición judeo helenística, diferente
también, desde luego, del que encontrábamos en el uso griego. Dos cambios
importantes. El primero es que, en los sucesivo, en esa literatura
neotestamentaria, la parrhesía no
aparece nunca más como una modalidad de la manifestación divina. Dios ya no es
el parresiasta que era en la versión de los Setenta,
y hasta cierto punto en Filón de
Alejandría. La parrhesía no es
más que un modo de ser, un modo de actividad humana. Segundo cambio: ese modo
de actividad humana tiene efectivamente, en cierta medida, cierto contexto y
ciertas circunstancias, la connotación del coraje, la osadía para hablar, pero
es también una actitud del ánimo, una manera de ser, que no necesita manifestarse
en el discurso y la palabra.
(…) El término parrhesía
se emplea esencialmente en dos contextos, para designar una virtud determinada
que caracteriza o debe caracterizar sea a los hombres, o al menos a todos los
cristianos, sea a los apóstoles y a quienes están encargados de enseñar la
verdad a los hombres. Para los hombres en general, o al menos para los
cristianos, la parrhesía no es en
absoluto una actividad de orden verbal. Es la confianza en Dios, la seguridad
que todo cristiano puede y debe tener en el amor, el afecto de Dios por los
hombres, el vínculo que une y asocia a Dios y a los hombres. Esa confianza
parresiástica hace posible la plegaria, y por ella el hombre puede entrar en
relación con Dios. (…) La parrhesía
se sitúa pues en el contexto siguiente. Por un lado, el cristiano, como tal,
cree en el Hijo de Dios, sabe que posee la vida eterna. Segundo, se dirige a
Dios, ¿para pedirle qué? Nada más que lo que Dios quiere. Y en esta medida, la
plegaria o la voluntad del hombre no son otra cosa que la duplicación o la
devolución a Dios de Su propia voluntad. Principio de obediencia. En esa
circularidad, de la creencia en Dios y la certeza de poseer la vida eterna, por
una parte, y de un pedido que se dirige a Dios y no es otra cosa que la
voluntad misma de Éste, por otra, se ancla la parrhesía. La parrhesía
es la confianza en que Dios escuchará a quienes son cristianos y que, en cuanto
tales, al tener fe en Él, no Le piden nada más que lo que es conforme a Su
voluntad. Esa actitud parresiástica hace posible la confianza escatológica en
el día del Juicio, ese día que se puede esperar, que se debe esperar con toda
confianza (metá parrhesías) a causa
del amor de Dios. Dicha confianza escatológica, la confianza en lo que pasará el
día del Juicio, se expresa en la Primera
Epístola de san Juan: “Dios es Amor: y el que se mantiene en el amor se
mantiene en Dios y Dios en él. En esto conoceremos que el amor ha alcanzado en
nosotros su plenitud: en que tengamos confianza (parrhesía) en el día del Juicio, pues según es Jesucristo, así
seremos nosotros en este mundo” Por el lado de los hombres, por el lado de los
cristianos, la parrhesía es entonces
esa confianza en el amor de Dios, amor que Dios manifiesta cuando escucha las
oraciones que le dirigen, amor que Dios manifiesta y manifestará el día del
Juicio.
Pero la parrhesía,
en estos textos neotestamentarios, es también la marca de la actitud valerosa
de quien predica el Evangelio. En este punto, la parrhesía es la virtud apostólica por excelencia. Y aquí damos con
una significación y un uso de la palabra bastante cercanos a lo que conocíamos
en la concepción griega clásica o helenística. Así, en los Hechos de los Apóstoles, la cuestión pasa por Pablo, su vocación y
la desconfianza con que los discípulos, los apóstoles, lo ven al comienzo. No
se lo toma por un discípulo de Jeuscristo. En ese momento, Bernabé cuenta que
ha visto a Pablo en damasco, donde éste predicaba “francamente” en el nombre de
Jesús: en Jerusalén, al igual que en Damasco, Pablo se moverá ahora entre los
discípulos y se expresará con toda seguridad (metá parrhesía) en el nombre del Señor. Discutía así con los
griegos y los que “intentaban matarlo”. Como ven, la predicación oral, la
predicación verbal, el hecho de tomar la palabra, discutir con los griegos, y
hacerlo incluso a riesgo de perder la vida, se caracteriza aquí como parrhesía. La virtud apostólica de parrhesía está, por tanto, bastante
cerca de lo que era la virtud griega. (…) Éstos don entonces algunos puntos de
referencia para la literatura neotestamentaria: la parrhesía como virtud apostólica, muy próxima, en su significación,
a lo que hemos visto en los griegos, y además la parrhesía como forma de confianza general de los cristianos en
Dios. (334-340)
Clase del 28 de
marzo de 1984. Segunda hora.
Michel Foucault, El coraje de la verdad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires
2010
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