Fractures de l'ordinari.
Lo ordinario es, en la primera acepción del diccionario de la RAE, lo común, lo regular, lo que sucede habitualmente. En una primera instancia está constituido por la previsibilidad. Incluso bajo circunstancias inusuales la previsibilidad se impone a lo excepcional. Así, una llamada al timbre de nuestra casa a las cuatro de la mañana se interpreta espontáneamente como una confusión de un vecino y un corte de electricidad como una avería temporal que será pronto reparada. En una segunda instancia, lo ordinario es un espacio afectivo: está constituido por redes de confianza básica que sostienen la vida cotidiana. No sospechamos de la báscula del carnicero ni de la aparente sobriedad del conductor de autobús.
No significa que no existan los conflictos. Al contrario, precisamente porque la previsibilidad y la confianza cimentan la existencia diaria, los pequeños conflictos, riñas, polémicas y odios vecinales y familiares ocupan buena parte del día, pero lo hacen bajo la convicción de que el orden fundante sostiene los desórdenes ocasionales. En estos conflictos siempre cabe la esperanza de acudir a las formas institucionales que sustentan ese orden como último recurso. Tampoco implica que lo que llamamos común sea lo de todos. Lo común es lo previsible, pero está conformado por un espacio de diversas formas de poder: económico, social, cultural, simbólico. Sin embargo, la trama del poder permite que los desposeídos organicen sus propias "tácticas" de supervivencia y resistencia, como estudió con perspicacia y amor Michel de Certeau en La invención de la vida cotidiana.
Precisamente por estas características, lo ordinario es, cada vez más abiertamente, en el mundo globalizado, un territorio abierto a la depredación, a la violencia explícita o al chantaje implícito. Françoise Sironi, una psicopatóloga que ha dedicado su vida al tratamiento de las víctimas de la tortura, y a pensar y escribir sobre ello, comienza su libro Psicopatología de la violencia colectiva, con este dato escalofriante: "Durante la Primera Guerra Mundial, la morbosidad entre civiles, es decir, el porcentaje de la población civil herida o fallecida, en relación con la morbosidad global (incluyendo reclutas y militares), era del 5 por ciento. Durante la Segunda Guerra Mundial, la morbosidad civil ascendía al 50 por ciento. En 1996, el número de civiles heridos o muertos en las guerras y conflictos contemporáneos se elevaba al ...90 por ciento". Hay razones para sospechar que en estos veinte últimos años la tasa no ha disminuido.
Los traumas intencionales causados a enormes colectivos a través de la amenaza, la violencia explícita y la tortura sistemática son los constituyentes básicos de las nuevas formas de conflicto en aquellos lugares donde cabe temer alguna resistencia o hay necesidad de beneficio rápido y hay que destejer los lazos que sostienen esos colectivos. Leer los libros de Sironi: Bourreaux et victimes (verdugos y víctimas) o la Psicopatología citada es darse un paseo por el infierno del mundo contemporáneo. La violencia del torturador no está dirigida a obtener información sino a romper estos lazos con el mundo. Sironi relata las lógicas de la tortura con empirismo científico, pues sostiene que hay que hablar de los daños y no esconderlos. Las privaciones, el terror, el dolor, las violaciones de los tabús sexuales y la deshumanización, humillaciones y violación de los tabús culturales, la creación de escenarios de horror. La persona torturada convierte a su cuerpo en su enemigo. Son sus órganos los que la afixian y los que se vuelven contra ella. La palabra del torturador se asocia con sistemática redundancia al dolor para conseguir, primero, romper los lazos con la comunidad, después, lograr el sometimiento e incluso la inversión de lazos, atando de por vida la víctima a su victimario.
No siempre la ruptura explícita de lo ordinario es necesaria. A veces es conveniente su mantenimiento bajo condiciones controladas. La crisis financiera actual fue resultado de una sistemática depredación de lo ordinario por parte de una compleja coalición de gobiernos, agentes financieros y empresas de construcción durante años: se producía una deuda sistemática, privada y pública, colonizando la confianza y esperanza, haciendo creer que la deuda era asumible, sabiendo que al final llegaría el día del pago. Nunca se explicó que se estaba manipulando la confianza básica en el intercambio económico cotidiano. Cuando llegó el día en que la deuda no podía demorarse más sin poner en peligro los beneficios, se recurrió a la estrategia del shock: una mezcla de amenazas políticas y económicas bajo el nombre de "rescate", que no eran sino rupturas de lo cotidiano: grandes masas de trabajadores y trabajadores fueron expulsadas a espacios de exclusión social y exilio, más como ejemplo que como resultado de alguna lógica económica. La deuda de las grandes corporaciones se cargó a los estados, que asumían ahora su función de controlar la indignación mediante nuevas formas de violencia y amenaza implícitas.
La fractura de lo ordinario que inducen estos episodios de excepción generan una ola a largo plazo de desconfianza y temor que enferma a la confianza básica en la que consiste lo ordinario. Las generaciones mayores sueñan con una vida cotidiana que ya no existe y las nuevas generaciones, nacidas en la onda del schock, sospechan sistemáticamente de que lo ordinario no sea acaso una forma de trampa. Confían sólo en sus breves y cortos lazos afectivos, pero ya no en el mundo que les rodea. El escepticismo, sostenía Cavell, es el precio que se paga por la ruptura de lo ordinario. La sospecha del otro se difunde con una psicopatología de la vida cotidiana que refleja bastante literalmente la de la persona o grupos torturados: interiorización del agresor, reducción del futuro al presente continuo, sospecha sistemática, incapacidad de socialización, cinismo e inestabilidad de carácter,...
Sironi conecta bien las nuevas formas de violencia. Señala cómo el flujo de emigrantes políticos en Europa, en otros tiempos ligados a la práctica de la tortura y violencia colectiva en diversos lugares del mundo, se mezcla ahora en una multitud indistinguible donde las causas políticas, sociales y económicas del horror se han entreverado en una única fuerza de huida de mundos desfondados donde lo ordinario pertenece ya a un pasado perdido. Cree necesario un nuevo campo que denomina la psicología clínica geopolítica, que aborde el tratamiento y la terapia para restaurar lo ordinario allí donde se ha destruido.
Las fracturas de lo ordinario en muchas ocasiones no son notorias a primera vista. Como otras formas de psicopatología, a veces coexisten con una apariencia de normalidad. La vida cotidiana continúa, pero los sentidos subyacentes han sido dañados y tienen difícil reparación. Si uno atiende a los medios públicos actuales, pienso fundamentalmente en España, pero podría decir cosas similares respecto a otros territorios, parecería que las tensiones y reyertas ideológicas, los comentarios y controversias siguen siendo interminablemente los mismos que otrora. Pero una segunda mirada, con más detenimiento, nos habla de una pérdida colectiva de sentido: una generación ha perdido las referencias, otra generación la esperanza. Se impone el cinismo, la violencia implícita en amenazas soterradas o en monopolio del control de los medios de comunicación. Mayores que miran a sus menores con miedo, con diversas formas de miedo. Menores que miran a sus mayores con desconfianza, con diversas formas de desconfianza. Palabras que han dejado de significar. Conversaciones que se convierten en gritos. Donde había un mundo ordinario ahora hay una gallera.
Sostiene Sironi que ya no es posible el diván. Que sólo la terapia en acción es posible, Que el terapeuta debe aprender en acción y que las víctimas deben restaurar en acción su mundo ordinario. Ha trabajado con numerosos casos: veteranos rusos de la guerra de Afghanistán, torturados de medio mundo, exiliados del terror. Y también victimarios y torturadores. Restaurar los lazos con el mundo y la confianza básica implica crear nuevas prácticas, nuevos espacios de vida cotidiana defendidos del odio. Implica la restauración de la vida. La palabra es aquí a veces innecesaria y otras insuficiente. La investigación en acción y la acción terapéutica son nuevos caminos para una posible y necesaria psicopatología geopolítica. La necesitamos.
Fernando Broncano, Fragilidad de lo ordinario, El laberinto de la identidad 21/02/2016
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