La matèria comuna que constitueix el món segons els filòsofs milesis.
El segundo paso hacia la idea de que el mundo podía ser comprendido, casi igual de importante, se remonta a Tales. Se trata del reconocimiento de que la materia que constituye el mundo, a pesar de su infinita variedad, tiene tanto en común en sus diversas formas que debe contener intrínsecamente el mismo elemento. Bien podemos denominar a esto la hipótesis de Proust en estadio embrionario. Fue el primer movimiento hacia una comprensión del mundo, en consecuencia hacia la puesta en práctica de lo que hemos denominado el primer paso, la convicción de que el mundo puede ser entendido. Desde nuestra perspectiva presente cabe decir que allí se tocó el punto esencial y que la conjetura fue asombrosa mente adecuada. Tales se aventuró a considerar el agua (ΰδωρ) como elemento básico. Pero haríamos bien en no identificar esto ingenuamente con nuestro «H20», sino más bien con líquidos o fluidos (τά ύγρά) en general. Tales debió de haber observado que todo lo vivo parece originarse en lo líquido o en lo húmedo. Al juzgar el líquido más familiar (agua) como el material único del que todo se compone, implícitamente sostenía que el estado físico de agregación (sólido, fluido, gaseoso) era un asunto secundario, no demasiado esencial. No podemos esperar que se quedara satisfecho —como correspondería a una mente moderna— simplemente diciendo: vamos a dar a esto un nombre, llamémoslo materia (ΰλη), y a investigar sus propiedades. (…)
De hecho, la «exageración» o «temeridad» de Tales al avanzar sus hipótesis generales fue rápidamente corregida
por su discípulo y asociado (έταίρος) Anaximandro,
unos veinte años más joven. Este negó que la materia universal fuera idéntica a
ninguna materia conocida e inventó un nombre para ella: lo ilimitado o infinito
(άπειρον). Se habló mucho en la Antigüedad acerca de este interesante término,
como si fuera algo más que un nombre de nuevo cuño. No me detendré en ello,
sino que seguiré la corriente de las ideas físicas esenciales indicando lo que
quisiera de nominar el tercer paso decisivo en este desarrollo. Se debe a Anaxímenes, colaborador y discípulo de Anaximandro, aproximadamente unos
veinte años más joven (muerto hacia el 526 a.C.)· Anaxímenes reconoció que las transformaciones más obvias de la
materia eran la «rarefacción» y la «condensación». Mantuvo explícitamente que
todo tipo de materia podía encontrarse en estado sólido, líquido o gaseoso
según las circunstancias. Eligió el aire como sustancia básica, apoyándose así
de nuevo sobre una base más firme que su maestro. De hecho, si hubiera dicho
«gas hidrógeno disociado» (cosa que difícilmente podía esperarse que dijera) no
hubiera estado lejos de nuestro punto de vista actual. A partir del aire, decía
Anaxímenes, los cuerpos más ligeros
(por ejemplo, el fuego y elementos aún más puros y ligeros en lo más alto de la
atmósfera) se formaban por rarefacción creciente, mientras que la niebla, las
nubes, el agua y la tierra sólida resultaban de etapas sucesivas de condensación.
Estas afirmaciones son todo lo adecuadas y correctas que permitían los
conocimientos y concepciones de la época. Téngase en cuenta que no se trata
sólo de pequeños cambios de volumen. En la transición desde el estado gaseoso
ordinario al estado sólido o líquido la densidad se incrementa por un factor
entre mil y dos mil. Por ejemplo, una pulgada cú bica de vapor de agua a
presión atmosférica, al condensarse, se contrae en una gota de agua de poco más
de una décima de pulgada de diámetro. La hipótesis de Anaxímenes, según la cual el agua líquida, e incluso una piedra
firme y sólida, están formadas por la condensación de una sustancia gaseosa
básica (aunque parezca tener el mismo peso que la perspectiva opuesta de Tales) es aún más audaz y mucho más
cercana al punto de vista actual. Pues nosotros consideramos un gas como el
estado más simple, más primitivo, «no-agregado», a partir del cual la formación
relativamente complicada de líquidos y sólidos se sigue de la intervención de
agentes que tienen un papel subordinado. Que Anaxímenes no se complacía en fantasías abstractas, sino que estaba
impaciente por aplicar su teoría a hechos concretos, puede apreciarse en las
conclusiones sorprendentemente correctas a las que llegó en algunos casos. Así,
a propósito de la diferencia entre granizo y nieve (consistentes ambos en agua
solidificada, es decir, hielo), nos dice que el granizo se forma cuando se
hiela el agua que cae de las nubes (esto es, gotas de lluvia), mientras que la
nieve resulta de nubes húmedas que alcanzan por sí mismas el estado sólido.
Cualquier texto moderno de meteorología contará aproximadamente lo mismo. Las
estrellas (dicho sea de paso y sin que venga a cuento) no nos proporcionan
calor, decía Anaxímenes, porque se
encuentran demasiado lejos. (82-85)
Erwin Schödinger, La
naturaleza y los griegos, Tusquets Editores, Metatemas, Barna 1997
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