La memòria és un dipòsit de potencialitats.

La utopía está en el pasado, opina Marcuse en su teoría de la "anamnesis". La liberación se apoya en la recuperación de los sufrimientos y las alegrías ya ocurridas. La sociedad represiva quiere esos recuerdos borrados, lo que hay es lo que hay y lo único que puede haber. La memoria es un depósito de potencialidades que acecha la unidimensionalidad de la existencia.

Volver al pueblo en verano es ponerse inmediatamente en contacto sensible con la infancia, los amores familiares que se fueron y los que aún están, la experiencia de otra relación con el tiempo, con el cuerpo, con la vida. Agosto, en su apagón de la productividad, habilita un estado de trance apto para la rememoración y la imaginación, recordar un pasado diferente y anhelar un futuro distinto.

Pero, ¿cómo salva Marcuse el abismo entre el recuerdo personal, lo colectivo y lo histórico? ¿Qué pueden importarle mis recuerdos a la política? El pasado que la memoria atesora es el de la infancia de la especie, el de la "herencia arcaica" y su "felicidad prehistórica" (Freud). Un tiempo dilatado, el cuerpo entero como zona erógena, la sensibilidad extrema por los objetos y los lugares, el encuentro entre la actividad y el placer. Otra piel para otra vida.

Después vino la caída, nos vimos forzados a entrar en el tiempo, a trabajar y envejecer, la erótica del pequeño perverso polimorfo se convirtió en ansiedad, productividad, insatisfacción permanente porque algo-siempre-falta... No hay vuelta atrás, esa herida es para siempre, pero Eros alienta a no ceder ni rendir los recuerdos que empujan nuevas fugas en el presente. Nuevas porque viejas.

La memoria mantiene una promesa de felicidad que es subversiva porque no es ninguna especulación a futuro, sino que "ha sido satisfecha alguna vez en su tenue pasado".

Amador Fernández-Savater, Toda cosificación es un olvido, 02/08/2023