No som tan racionals com pensem.





Fue en los años 70 del siglo XX, cuando Kahneman, premio Nobel de Economía en el año 2002, y Tversky irrumpieron con un enfoque que ponía en jaque las teorías racionales en cuanto a la toma de decisiones. Sus ideas giraban sobre la base de que existen sesgos cognitivos que participan en la toma de decisiones, que son automáticos y que se activan sin que seamos conscientes de ello. Los investigadores establecieron que las emociones y la influencia de ciertos patrones alteran la capacidad de interpretar adecuadamente la información que recibimos. Como consecuencia de lo anterior, el proceso de toma de decisiones es irracional.
Para comprender la razón de ser de los sesgos cognitivos debemos tener en cuenta que nuestro cerebro necesita una enorme cantidad de energía cuando realiza procesos cognitivos complejos. Esta energía que requiere el cerebro la adquiere en forma de glucosa y oxígeno.
Para ahorrar energía y liberar presión, el cerebro crea atajos. Estas sendas o caminos mentales son necesarios para el cerebro, ya que no sería capaz de procesar toda la información sensorial que recibe de los estímulos externos y necesita filtrarla de manera selectiva. Los atajos, por tanto, son útiles para que el cerebro invierta menos recursos mentales en la resolución de problemas y en la toma de decisiones.
Lo que sucede es que no siempre los atajos desembocan en una buena conclusión. Cada vez que dan como resultado un juicio incorrecto se incurre en un sesgo, que nos lleva a extraer una conclusión alterada, distorsionada o ilógica. Aunque hay catalogados más de cien, vamos a describir algunos de los sesgos más comunes y fáciles de reconocer:
  • El sesgo de la comprobación nos induce y lleva a buscar y encontrar toda información que corrobore y confirme la opinión que tenemos sobre algún asunto, mientras evitamos la información que ponga en tela de juicio nuestras ideas. En este sentido, le concedemos una extrema importancia a la información y a los datos que están en concordancia con nosotros y ninguna a todo lo que la contradiga. Por eso, obviamos los datos contenidos en las declaraciones de los candidatos contrarios a nosotros, aunque esta información esté en línea con nuestro pensamiento. Censuramos a la persona porque convenimos que no corrobora ni representa nuestra opinión.
  • El sesgo de proyección es la inclinación inconsciente a pensar y asumir que las demás personas tienen creencias, pensamientos, visiones o valores similares a los que nosotros tenemos. Nos proyectamos en los políticos, creyendo que están hechos a imagen y semejanza de nosotros y creemos que los conocemos como si fueran personas de nuestro entorno más cercano.
  • El efecto marco indica que las personas se sienten más inclinadas a valorar la forma en la que se presenta la información que la información misma. En esta línea, las palabras usadas tienen un gran poder. Los términos positivos son más valorados que los negativos y pueden hacer que, ante dos propuestas parecidas, las personas se decanten por la que emplea palabras con enfoques positivos, amables y favorables. Por ejemplo, los datos del desempleo tienden a compararse con otros datos más desfavorables del pasado para que resulten más positivos.
  • El efecto arrastre es la inclinación a creer algo solo porque muchas otras personas lo creen. Este efecto tiene que ver con la dimensión social del ser humano y la tendencia a crear grupos. Las tendencias, las modas y ciertos movimientos de opinión se sirven de este efecto. Si nos sentimos identificados con un grupo, es fácil adoptar el criterio general. Por eso desde la política se habla de colectivos y se les atribuye unas características y una forma de pensar para que pasemos a considerarlos como una unidad.
  • El sesgo de autoridad es la credibilidad que otorgamos a los políticos en los datos que presentan porque asumimos o presuponemos que están informados y saben de lo que hablan. Quizá este sesgo funcione menos que antes en política, ya que se ha comprobado cómo se maneja información incompleta o incluso tergiversada en mítines, debates y entrevistas.
  • La correlación ilusoria hace acto de presencia cuando se establece una relación entre dos variables cuando no existe evidencia alguna acerca de su relación. Son las falsas causa-efecto tan usadas en política.
  • El efecto halo hace que tendamos a extender los atributos o rasgos positivos de algo o de alguien, obviando los aspectos negativos. Es un efecto ilusorio mediante el cual permanecemos ciegos a parte de la realidad. Si un político genera efecto halo, se le perdonarán o pasarán faltas o errores y sus partidarios tendrán inclinación a minimizarlos.
Como se puede apreciar, el procesamiento cognitivo y emocional están conectados. Los sesgos hacen que varíe nuestra percepción y que sigamos tendencias y comportamientos inconscientes que condicionan el análisis de la realidad, y, como consecuencia, la toma de decisiones y el voto que emitimos.
Los sesgos son difíciles de cambiar o de neutralizar, pero la próxima vez que escuche a un candidato, reflexione y trate de comprender la acción de los sesgos en su posicionamiento y elección.
En un mundo tan complejo y turbulento como el actual conviene parar y tratar de obtener la imagen completa del cuadro, en lugar de conformarnos con los bocetos rápidos que nos ofrece nuestro cerebro por acción de los sesgos.
Quizá debemos asumir que no somos tan racionales e imparciales como pensamos.

Helena López-Casares Pertusa¿Cómo funciona el cerebro de los votantes?, publico 09/11/2019

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