L'economia conductual aplicada als polítics.


Y, evidentemente, las implicaciones de los hallazgos de Thaler no quedan confinados dentro del perímetro de la ciencia económica: si, en determinados contextos, los seres humanos no siempre eligen bien según sus propios criterios de qué es “elegir bien”, entonces puede ser necesario empujarlos a tomar las decisiones que ellos mismos estiman correctas. ¿Cuáles son esos contextos en los que las personas no eligen bien? Pues cuando las decisiones que han de tomar son muy complejas e infrecuentes en su día a día y, sobre todo, cuando los costes de decidir mal sólo aparecen en el muy largo plazo. En tales escenarios, lo normal es que la mayoría de las personas escoja mal justamente porque no somos perfectamente racionales y porque carecemos de un perfecto autocontrol.
¿Qué hacer en estos casos? Una opción sería dotarnos de un dictador benevolente que obligara a la gente a tomar decisiones correctas: cercenar la libertad individual e imponer un mandato político universal. Thaler, por el contrario, no defiende el uso de prohibiciones y obligaciones: su propuesta consiste, más bien, en rediseñar el marco decisorio dentro del que actúa cualquier persona para, sin entrometerse en su libertad individual (o entrometiéndose de un modo mínimamente invasivo), abocarla a elegir bien. Más que por la orden, Thaler aboga por el empuje ('nudge'). Es por eso que el economista de Chicago ha denominado a su idea “paternalismo liberal”: generar reglas paternalistas que en última instancia sigan siendo respetuosas con la libertad individual.
Por ejemplo, las personas pueden desear ahorrar lo suficiente durante su vida laboral como para disfrutar de una jubilación digna, pero a su vez pueden carecer o de los conocimientos necesarios para determinar cuánto hay que guardar cada mes o de la fuerza de voluntad para hacerlo: en tal caso, los políticos podrían decretar que, por defecto, todos los trabajadores deban efectuar contribuciones mensuales a un plan de pensiones, si bien aquellos que así lo deseen se les siga permitiendo tramitar su renuncia a tales contribuciones.
A su vez, muchas personas pueden estar empáticamente de acuerdo con donar sus órganos a terceros en caso de muerte cerebral; sin embargo, si para poder utilizar sus órganos el sistema sanitario exige que hayan prestado explícitamente su consentimiento en vida, entonces muchas de esas mismas personas podrían terminar lo haciéndolo por simple inercia o descuido: de ahí que una vía, respetuosa con la libertad individual, para maximizar las donaciones sea presumir que, por defecto, todos los individuos están de acuerdo con donar sus órganos salvo que expliciten su oposición.
Como vemos, el paternalismo liberal consiste en cambiar la inercia de los diseños institucionales (crear opciones “buenas” por defecto) al tiempo que se sigue permitiendo que las personas, asumiendo costes relativamente pequeños, puedan optar contra tales inercias. Para varios liberales, empero, el paternalismo liberal de Thaler no tiene nada de liberal: el paternalismo estatal tiene mucho más que ver con la agenda conservadora que con los principios liberales de respetar las elecciones vitales de cada ser humano tal como se manifiestan (con sus aciertos y con sus errores). Personalmente, es verdad que no veo el paternalismo liberal de Thaler como algo consustancial al liberalismo, pero sí como algo compatible con el mismo en al menos dos dimensiones.
Pero una vez abrimos la puerta a que los políticos —o las asambleas populares— utilicen las herramientas estatales para manipular a las personas por su propio bien, ¿qué impide que los políticos instrumenten esa hiperlegitimidad moral para manipular las instituciones sociales en su propio beneficio? O aun suponiéndoles buenas entonces, ¿qué nos garantiza que esos mismos políticos no sean víctimas de las mismas limitaciones cognitivas que el resto de seres humanos y, por tanto, orienten al resto de personas a tomar malas decisiones?
A la postre, el paternalismo liberal de Thaler se vindica como una forma pragmática y realista de contrarrestar la ingenua e idealista visión liberal de una sociedad compuesta por personas racionales y comprometidas con la justicia: “Debemos analizar al ser humano tal cual es y debemos diseñar las instituciones sociales según esa auténtica naturaleza del ser humano, no según su descripción idealizada”. ¿Pero acaso el paternalismo liberal de Thaler no adolece exactamente de esa misma ingenua e idealista visión con respecto a los políticos encargados de planificar los “empujones” que integrarán las instituciones sociales? ¿Cómo se nos puede instar, por un lado, a que analicemos al ser humano tal cual es y tal cual actúa (economía conductual) mientras que, por otro, se nos reclama que obviemos cómo son y cómo actúan los políticos? Economía conductual sí, pero Elección Pública también: es decir, dejemos de idealizar tanto al 'homo economicus' como también al 'homo politicus'.
Juan Ramón Rallo, Contra el paternalismo liberal de Richard Thaler, El Confidencial 13/10/201

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