La irracionalitat estructural de les nostres societats.



Haría falta un tratado para responder adecuadamente a esta pregunta, no unas pocas líneas. Doy sólo un par de indicaciones. Hay una fuente de irracionalidad estructural en nuestras sociedades que podemos describir como la destrucción de las posibilidades de una esfera pública deliberativa a manos de las malformaciones comunicativas que hoy predominan. No cabe profundizar aquí en análisis tan importantes como los de Guy Debord y Jürgen Habermas, entre otros. Baste recordar que como observó Neil Postman en su importante libro de 1985 Divertirse hasta morir (Amusing Ourselves to Death), el surgimiento de la televisión introdujo no sólo un nuevo medio, sino una nueva forma de discurso: un cambio gradual de una cultura tipográfica a una cultura visual. Esto implicó un cambio de la racionalidad a las emociones (permítaseme simplificar), y una creciente exposición a dosis cada vez mayores de entretenimiento (hasta el punto de que incluso el periodismo “serio” tiende hoy a degenerar en infotainment). “En un mundo centrado en las imágenes y en el placer, Postman señaló que no hay lugar para el pensamiento racional, porque simplemente no puedes pensar con imágenes”, recuerda el ensayista iraní-canadiense Hussein Derajshan.
Las esperanzas de un giro hacia el discurso racional que se manifestaron en los comienzos de internet (inicialmente un medio textual) se han visto rápidamente defraudadas a medida que se imponían las pantallas móviles (el smartphone sobre todo) y los llamados social media.Esas sedicentes “redes sociales” que, como bien suele decir Belén Gopegui, no son tales, sino megaempresas capitalistas que mercantilizan nuestra necesidad de comunicación y nuestra afición al entertainment. Bien, ante este complejo panorama, las y los filósofos pueden aportar algo de argumentación y una práctica de sosiego (no hay manera de hacer cuadrar la filosofía y la prisa, así que en nuestro mundo no parece haber demasiado lugar para la filosofía).
No se trata por cierto de ninguna dicotomía simplista “razón frente a emoción” (como si fuese posible razonar sin emociones), sino de que, conscientes del poder arrollador de estas últimas (todos los mamíferos somos antes que nada animales emocionales) y de la debilidad de la razón, apoyemos a la más débil (como pide la decencia básica incluso en las peleas de barrio). Tratemos de comprender primero; luego ya veremos si toca reír o llorar. Sigamos en eso -como en tantas otras cosas- al viejo Spinoza.
Jorge Riechmann, en el día mundial de la filosofía, una reflexión sobre la función de la misma, tratar de comprender, tratar de ayudar 16/1172017

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