La idea d'Europa i el nacionalisme (Stefan Zweig)



Stefan Zweig

Reconozcamos ante todo, por lo tanto, la efectiva superioridad fáctica de la idea opuesta, la idea del nacionalismo en el marco de nuestra época. La idea de Europa no es, como el sentimiento patriótico, un sentimiento primario, no se parece en nada al sentimiento surgido de saberse parte de un pueblo determinado; no es algo que nazca de un instinto ancestral, sino a lo que se llega gracias a una conclusión, no es producto de la pasión espontánea, sino el fruto de la lenta floración de un modo de pensar más avanzado. La idea europea carece totalmente, en primer lugar, de ese instinto apasionado tan propio del sentimiento patriótico, de modo que el sacroegoísmo nacionalista seguirá siendo para el hombre medio algo más palpable que el sacroaltruismo del sentimiento europeísta; y es que siempre será más fácil reconocer lo propio que entender, con actitud de respeto y abnegación, lo del vecino. A ello se añade el hecho de que el sentimiento nacional está organizado desde hace centenares de años y encuentra para promoverse a aliados muy poderosos. 

El nacionalismo cuenta para su causa con la escuela, el ejército, los periódicos, los uniformes, los himnos y emblemas, la radio, el lenguaje; tiene al Estado como protector y la resonancia de las masas, mientras que nosotros, para nuestra idea, no disponemos de nada más que de la palabra y la letra impresa, dos cosas que solo tienen una eficacia insuficiente ante esos recursos probados con éxito durante siglos. Con libros y folletos, con conferencias y debates no llegaremos más que a una parte ínfima de la totalidad de Europa, y, de manera funesta, esa parte será la de aquellos que ya están convencidos, con lo cual dilapidaríamos nuestros esfuerzos si estos no supiesen servirse de igual manera de las nuevas formas técnicas y visuales de la agitación y la propaganda. 

Reconozcamos con admiración el modo en que el nacionalismo -precisamente él, que de por sí tiene a su disposición todas las fuerzas del Estado- sabe representarse con los recursos del arte y del teatro; recordemos el discurso de Mussolini ante doscientas mil personas, o aquel primero de mayo en el Tempelhofer Feld, que reunió a millones de manifestantes, recordemos los desfiles en la Plaza Roja de Moscú, donde dos millones de obreros y soldados han marchado en cerradas filas. 

Aprendamos de ello una cosa: que la masa siente con más júbilo su cohesión allí donde se siente visible y se evidencia como masa. En todas estas acciones masivas predomina una fuerza hipnótica, en todas aflora la embriaguez de la exaltación, imprescindible para la verdadera fe, algo que nunca puede inocularse en el hondo sentir de las naciones con la lectura de un folleto o de un periódico. Si nosotros, paralelamente, no conseguimos despertar desde lo más hondo, desde donde hierve la sangre de los pueblos, la misma pasión por nuestra idea, todo planteamiento será inútil, ya que nunca un cambio se ha generado en la historia a partir de lo puramente espiritual, de la mera reflexión. Tenemos que dar a nuestra idea, sobre todo, visibilidad, insuflarle pasión, llevarla del plano ideológico al ámbito de la agitación y la organización e impregnarle, en lugar de un carácter lógico, un carácter demostrativo. En ese sentido práctico y organizativo habrán de concentrarse nuestros pensamientos y sugerencias, y cada uno de nosotros debe buscar, por la parte que le toca, otras posibilidades prácticas y psicológicas.

Stefan Zweig, La unión de Europa. Un discurso, el cultural 17/11/2017


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