La gramàtica i la sociabilitat humana.


En las sociedades avanzadas, la población se concentra en núcleos urbanos y la promiscuidad humana acentúa aún más la necesidad de alguna clase de protocolo de urbanidad que reglamente la civilizada vida en común. Una restricción como ésta a la libertad puede parecer fastidiosa, pero ocurre como con la gramática: sólo el respeto de unas reglas previamente aceptadas por todos permite la comunicación social. La tarea de la filosofía contemporánea se resume en llevar esta metáfora hasta sus últimas consecuencias. Quien aprende un idioma no está siendo alienado por un déspota explotador —el gran Gramático— que le somete a una morfología, una sintaxis y una semántica opresivas, sino que ese aprendizaje le ofrece instrumentos para salir de la balbuceante infancia (palabra cuya etimología designa la incapacidad de hablar) y entrar así en la sociedad de los hombres, sin olvidar que le está prestando categorías y conceptos para pensarse a sí mismo incluso en soledad. La gramática conforma un código social que nos obliga a observar una conducta, pero precisamente al orientar el uso de nuestra libertad nos faculta para superar el estadio animal de los chillidos ininteligibles y nos distingue como entidades dotadas de logos (voz griega que significa a la vez razón, palabra y pensamiento, atributos característicos de lo humano). El ejemplo gramatical muestra que determinados límites sociales impuestos a nuestra espontaneidad, lejos de enajenarnos, ensanchan paradójicamente la libertad que tanto amamos y esto ocurre porque en el proceso de socialización (en la interiorización consentida de ciertos límites externos) el hombre se constituye como individuo y encuentra su forma más propia y genuina. La gramática de las relaciones personales es la amistad: seleccionamos a nuestros amigos por afición, pero el trato liga nuestro corazón a ellos porque —se dice— les tenemos ley, lo que supone una gozosa autolimitación para el yo. Como lazo que los hombres eligen voluntariamente para atar su libertad, la amistad es el paradigma de la socialización no coercitiva.

Escribió Schiller: “El antiguo es poderoso por el arte de la limitación; el moderno lo es por el arte de la infinitud”. Ninguna época puede prescindir de una poética que designe a la literatura su misión civilizadora, porque, parafraseando a Nebrija en el prólogo que puso a su Gramática, siempre la lengua fue compañera de la civilización. La poética democrática tiene el cometido de urbanizar los anhelos de esa subjetividad moderna, acostumbrada en su corazón a los excesos de la infinitud, y de devolverle al placer de la limitación cuando, como la amistad, es libremente elegida, lo que favorece la concordia social y a la vez le perfecciona como individuo. Esa literatura que nos enseñó en los últimos tres siglos a ser libres bien podría ahora educarnos para ser elegantes, término cuya raíz denota un modo atractivo de elegir (de ahí la elegancia) usando para lo mejor una libertad ya conquistada.

Javier Gomá Lanzón, Poéticamente correcto, Babelia.El País, 29/09/2012

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