Contra els dogmàtics (Sext Empíric).

Contra los dogmáticos, unido a Contra los profesores, en el tratado conocido por su título latino Adversus Mathematicos, es el texto más amplio y más informado del escepticismo antiguo. Junto con los Esbozos pirrónicos, que resume sus tesis básicas, atestigua la agudeza y la erudición polémica de Sexto Empírico, un filósofo del siglo II después de Cristo, sólo conocido por estas obras. Cinco siglos antes Pirrón de Élide había fundado la escuela escéptica que afirma que no sabemos nada y no es posible demostrar la verdad de nada. Más allá de la duda metódica de un Sócrates, Pirrón decía que ni siquiera es posible saber que no sabemos nada, inmersos en mundos de apariencias contradictorias. Los escépticos se dedicaban a demoler todos los argumentos de quienes afirmaban cualquier dogma. En Contra los profesores Sexto ataca a otros profesionales de varias ciencias: oradores, gramáticos, geómetras, aritméticos, astrónomos y músicos, y en Contra los dogmáticos Sexto amontona las críticas contra los lógicos, los físicos y los moralistas. El último libro, y el más interesante, va contra los éticos, contra quienes sostienen que existe una ciencia del vivir feliz o un sentido final para la vida humana.

Pirrón fue un pensador extraño y original, y su escuela se mantuvo durante siglos, a pesar de la comprensible enemistad de todos los demás filósofos, dogmáticos. Luego el escepticismo resurgió en pensadores renacentistas, para eclipsarse o cobrar formas mitigadas (en David Hume, por ejemplo). Sexto Empírico es más un erudito que recoge y discute muchas citas de pensadores anteriores; ése es su mayor mérito. Su estilo es poco brillante y la aglomeración de argumentos para demostrar que todos los que afirman algo en serio son ilusos o estafadores es bastante pesada. Los cínicos eran más divertidos que estos escépticos tan atareados en demostrar que nada es demostrable. Algo que, con más gracia, ya lo había dicho el sofista Gorgias, en su opúsculo Sobre el no ser: pensamiento, lenguaje y realidad son inconmensurables. Todo es invención y apuesta ilusoria. Sexto Empírico pertenece al helenismo tardío, tiempo de herederos de una cultura libresca, brillante y prestigiosa. Era contemporáneo de Diógenes Laercio, historiador de la filosofía más frívolo y más divertido, que trazó una breve biografía del enigmático Pirrón, viajero a India en la tropa de Alejandro Magno.

Esta es la primera vez que se traduce al castellano este extenso y documentado texto, “la summa del escepticismo antiguo” y aquí tenemos, completa, la vasta obra de Sexto, profesionalmente un médico de la escuela llamada “empírica”, de donde le viene sobrenombre. (Su rigor escéptico exceptúa, curiosamente, el saber médico). Está bien que, en un país y una época pródiga en dogmáticos de todo tipo, se traduzca al fin al antiguo escéptico. No porque a los “lógicos” ni los “físicos” de hoy les importen mucho las teorías de los filósofos aquí apaleados, que son los estoicos antiguos. Sólo el breve libro contra los maestros de ética conserva aún cierta actualidad. El escéptico niega cualquier “criterio de verdad” y da muchas razones, contra los filósofos y moralistas. Niega cualquier certeza sobre qué es el bien y qué es el mal, y también que exista un “arte de saber vivir” o “saber morir”. Todo es relativo y opinable, y en la discusión aporta estupendas citas. (En ese terreno de la ética y las citas Montaigne mostró su cordial simpatía con los viejos escépticos, como en la misma época renacentista lo hizo el ibérico Francisco Sánchez en su Quod nihil scitur, “que nada se sabe”).

En Les scepticismes (2008) apunta Carlos Lévy : “El escepticismo es una construcción cultural griega, con el mismo título que el Partenón o la tragedia clásica”. Es verdad, aunque menos reconocida. “Escepticismo” viene de skepsis, “examen a fondo”. El escéptico se escruta a sí mismo, la vida, los dioses, y se queda ahí, sin afirmar nada, vacilante, perplejo e indeciso. Sobrio espectador, extrañado del mundo, lee a los antiguos con cautela infinita. Paradójico mensaje vital: a partir de la duda infinita lograr la ataraxia, la serenidad de ánimo, y así vivir serenos sin creer en nada. Hubo otros escépticos: en la Academia de Platón unos derivaron al escepticismo y otros al idealismo místico, dos extremos opuestos y fantásticos. Una anécdota significativa cuenta que sus amigos acompañaban a Pirrón para evitarle tropezones, ya que, al negar la realidad de las sensaciones, se exponía a chocar con todo lo que encontraba al paso.

Está bien que, tomando ejemplo de Montaigne, releamos a los escépticos, buena vacuna contra dogmáticos y pedantes. Al fondo de sus citas chispeantes se dibuja el paisaje griego de filósofos discutidores, maestros de la ironía, la duda y la tolerancia. 

Contra los dogmáticos. Sexto Empírico. traducción de Juan Francisco Martos Montiel. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid, 2012. 750 páginas. 45 euros.

Carlos García Gual, Contra dogmáticos y pedantes, Babelia. El País, 02/06/2012

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