"Mi niña".

El camino de regreso era siempre muy doloroso. Volvía arrasada. Eran tantos los kilómetros de distancia para aquella hija como inmenso era el sentimiento de culpabilidad. Visitaba a su madre muy a menudo, pero aún no había aprendido a protegerse de lo que veía. Aunque, la verdad, tampoco quería. La rutina era siempre muy parecida hasta hace pocas semanas. Estaba con ella unas horas en la residencia por donde paseaban con los brazos entrelazados. Lejos quedaban aquellas mañanas soleadas cuando las mujeres de la familia, las tres generaciones, atravesaban la verja y salían a comer fuera. Siempre había que volver, pero esas horas juntas compensaban las ausencias y los silencios.

Hacía años que su madre había comenzado a olvidar, pero antes era más llevadero. Cuando empezó a percibir el desgaste, la hija se propuso atesorar recuerdos. Sencillos gestos capaces de rellenar sonrisas y oxigenar días completos. Como aquel «mi niña» que le regaló una mañana de marzo cuando entró en su habitación. No podía recordar el nombre de su hija, pero la manera con la que pronunció las dos divinas palabras y la fuerza con la que estrechó sus manos hizo que volvieran a estar conectadas durante unos segundos. Después volvió esa mirada de la que ella y otros familiares hablan a menudo, del no saber, del no encontrar… La mirada del miedo. También duraba unos segundos hasta saltar a otro entretenimiento con algún objeto que tuviera alrededor. Era breve, pero ese abismo de la nada es con el que pelean muchos familiares, quienes con una valentía asombrosa superan el día a día de la mejor manera posible. Cuidadores sin cuidados y sin recursos a los que la crisis está machacando sin piedad.

Sentí un escalofrío al otro lado del teléfono cuando me contó algunos de los detalles de la última visita. Su madre ya casi no comía y por supuesto apenas se comunicaba. Pero no quiso pararse demasiado en su propio dolor y subió el tono para tragarse las lágrimas y pasar a hacerme la foto fija de muchas otras familias que, como ella, tenían plaza en una residencia pública. El recorte de fondos para la dependencia es desde hace tiempo muy evidente. Cada vez hay menos personal sanitario a pesar del esfuerzo por tener a su cargo enfermos en condiciones muy delicadas. Esa hija, esa mujer fuerte a la que yo tanto admiro, representa la radiografía de una parte de la sociedad abierta en carne viva, luchando contra un monstruo y defendiendo la memoria como herramienta de supervivencia para el futuro. Feliz Navidad para ti y para las familias de las 800.000 personas que estos días amarran recuerdos y después seguirán, como siempre, peleando contra el Alzheimer en España.

Ana Pastor, Recuerdos, SModa. El País, 22/12/2012

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