Els dimonis de Heidegger.
La vida del filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) vuelve a estar
de actualidad. La madrileña editorial Trotta publica ahora Los demonios
de Heidegger con el sugestivo subtítulo de Eros y manía en el
maestro de la Selva Negra—. El volumen contiene dos extensos ensayos
firmados por los profesores Ángel Xolocotzi y Luis Tamayo; ambos son conocidos
heideggerianos, investigadores en universidades mexicanas que dedican gran
parte de su tiempo a interpretar la filosofía del “Maestro de la Selva Negra”,
así como al estudio de su controvertida biografía. A tenor de la presente obra,
sus logros en este último campo —el biográfico— son muy notables.
En la primera parte del libro, Xolocotzi trata de
"Heidegger y su experiencia del amor". "Debo vivir en
Eros", sentenció Heidegger en una de sus primeras cartas a su amada Elfriede,
su futura esposa. La conoció en 1915, en Friburgo, siendo él un joven profesor
de 26 años y ella, una hermosa y aplicada alumna de 22. La euforia que le causó
la relación con la rubia muchacha estimuló tanto al incipiente filósofo que
vivió un período eufórico y creativo; de ahí, el lema que recuerda Xolocotzi y
que de manera reiterativa parece justificar las demás relaciones eróticas de
Heidegger; muchas, y todas ellas extramatrimoniales, pues jamás rompió con su
legítima esposa, ni ésta con él, a pesar de los disgustos que le causó su
filosófico y seductor marido. Hoy sabemos también, sin embargo, que la sufrida
Elfriede custodiaba un sorprendente secreto. En 2005 Gertrud Heidegger, nieta
del filósofo, publicó (contra viento y marea) las cartas de Heidegger a su
esposa. De su lectura se deduce que, a los dos años de casada, la fiel Elfriede
tuvo un desliz amoroso con un antiguo novio. La aventura trajo consecuencias:
un niño, Hermann. Los Heidegger ya tenían un hijo: el primogénito Jörg. El filósofo
se mostró comprensivo en aquella situación, a fin de evitar un escándalo dio su
apellido al pequeño Hermann y guardó silencio.
Aun así, andando el tiempo, la debilidad de Elfriede daría pie a
Heidegger para exigirle a ella los reiterados perdones por sus numerosos
amoríos extraconyugales. Primero fue la intensa y celebérrima relación con la
despabilada Hannah Arendt. En 1924, durante una visita de la aventajada alumna
judía al despacho de su profesor, éste le confesó su amor. Hans Jonas descubrió
en sus Memorias (Losada, 2003) que —según le refirió la propia Arendt—,
Heidegger había "caído de rodillas ante ella" justo cuando la chica
se disponía a abandonar el despacho del profesor y le había confesado su
irresistible pasión. La relación entre el profesor y la alumna se mantuvo
oculta durante algo más de un año hasta que Hannah no pudo soportar más la
tensión a la que la sometía aquel amorío clandestino y se marchó de Marburgo a
Heidelberg para doctorarse con Karl Jaspers.
La joven Hannah Arendt (a la izquierda) sufrió lo indecible con la
ruptura; nunca olvidaría a quien fuera su amante y maestro; Heidegger, sin
embargo, se consoló enseguida con una breve y fugaz relación con Elisabeth
Blochmann, maestra, también de origen judío, amiga de Elfriede; poco después,
iniciaría otra relación: de nuevo, una antigua alumna llamada Elisabeth
Krumsiek. Y a ésta le siguieron más amores furtivos, y con ellos, también la
potentísima influencia de Eros en el pensamiento de Martin Heidegger —según
afirma Xolocotzi—: “queremos enfatizar la necesidad de Eros para el avance en las diversas direcciones en
las que se movió su pensar”. Es curioso que tanto erotismo generase un
pensamiento tan abstruso y antierótico como es el heideggeriano —por más vueltas
que se le de—.
Los nombres de las amantes del autor de ¿Qué es metafísica? se van desgranando a
lo largo del trabajo de Xolocotzi; así, nos enteramos de la existencia de musas
erótico-intelectuales tales como la aristócrata Margot von Sachsen-Meiningen o
Marielene Putscher y Andrea von Harbor, todas ellas, alumnas en alguno de los
seminarios de Heidegger. Y más nombres
aún; por ejemplo, el de Sophie Dorothee von Podewils y el de Dory Vietta; esta
última romperá con su esposo —el historiador y jurista Egon Vietta— a causa del
affaire con Heidegger. En suma, el filósofo del ser fue un gran amante,
un insaciable admirador del sexo femenino. Xolocotzi no entra en detalles
biográficos de las referidas relaciones sentimentales —hace falta un biógrafo
algo más indiscreto y crítico para reescribir la vida de Heidegger bajo el
prisma del erotismo—. Pero sí ha dado un paso fundamental para comenzar a
descubrir la personalidad de este otro Heidegger donjuanesco y casanova (¿de
ocultos talentos?), a pesar de que a su narración de los hechos —muy centrada en
describir la trayectoria profesional de tan brillante genio filosófico
(incluyendo el período en que se le prohibió impartir clases, después de la II
Guerra Mundial)— carezca de tensión narrativa y dramática. En cuanto a la tesis
que defiende Xolocotzi de que Heidegger necesitaba la fuerza de Eros para
azuzar su pensamiento parece sobredimensionada, una excusa retórica para
revestir con poesía y platonismo las infidelidades matrimoniales del endiosado
profesor.
Otro de los “demonios” de Heidegger fue la política.
Como ya se sabe desde la publicación de los trabajos de Hugo Ott y Víctor
Farías —entre otros—, el mago de la Selva Negra ha visto ennegrecida su memoria
de pensador impoluto por su manifiesta simpatía hacia el nacionalsocialismo y
hacia Hitler (“¡Mire sus hermosas manos!”, le dijo a Jaspers). Rector de la
Universidad de Friburgo en 1933, Heidegger soñaba con una renovación espiritual
de Alemania. Abrazó el movimiento con cierta ilusión, mas se decepcionó pronto
de los nazis, quienes no eran tan espirituales ni filosóficos como a él le
hubiera gustado, y su simpatía inicial hubo de pagarla cara en el futuro: en
1946 los aliados lo consideraron sospechoso de nazismo y se le retiró la venia
docente. Jaspers, quien mantenía con Heidegger una relación de amor-odio, no lo
favoreció ante la comisión “depuradora” que estudiaba el pasado político de los
profesores universitarios. La “traición” de Jaspers y sus consecuencias
provocaron un "colapso" nervioso en el autor de Ser y tiempo;
a este suceso y otros pormenores que lo rodearon durante los años 1945 y
1946 se refiere con detalle Luis Tamayo en la segunda parte de este libro,
titulada: "El accidentado camino a la serenidad". Muy interesante
también porque aclara el grado de implicación de Heidegger con los nazis.
En suma, Los
demonios de Heidegger es un libro necesario, muy informativo —enjundiosas
las entrevistas con Hermann Heidegger y Gadamer, por cierto—; con todo, los
autores se acercan a la vida de Heidegger desde un punto de vista tan
respetuoso y reverente (ni una sola crítica al carácter o la personalidad del
pensador de Friburgo) que caen en la hagiografía. Heidegger parece a menudo un
santo, un inocente mártir del pensamiento, cuando no un potente filósofo
trágico. ¿Qué otros demonios más íntimos se escondían tras esa personalidad
zarandeada por los dáimones del
erotismo y la política? Sospechamos que Heidegger tuvo mucho más de
mistificador filosófico que de héroe trágico comprometido con la vida y el
pensamiento; pero sólo es eso, una sospecha que quizás todavía esté por
desvelar.
Luis Fernando Moreno Claros, Heidegger erótico, Tormenta de ideas,26/12/2012
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