L'home i el llop.
Hace medio siglo el cineasta italiano Guiseppe de Santis (realizador de la
célebre "Arroz amargo") nos ofrecía una sobria y dura historia, protagonizada
por Pedro Armendáriz, Silvana Mangano e Yves Montand, en la que se entrecruzaba
el destino de los lobos y el destino de los hombres.
Una región de alta
montaña asolada por inviernos extremadamente duros, enmarca la tragedia de un
hombre cuya mujer se siente atraída por un forastero que provoca la desconfianza
de los montañeses, pero que acaba legitimándose ante ellos al ayudarlos en su
lucha cíclica contra manadas de lobos que diezman el ganado, amenazan a los
hombres y determinan la vida cotidiana y hasta los trazos psicológicos de los
habitantes, presas de un sentimiento de fragilidad y de una permanente inquietud
rayana en el terror.
Enfrentados a veces entre sí tanto por la defensa de
intereses legítimos, como por la codicia o la envidia los montañeses se hallan
unidos por la necesidad de medirse con la naturaleza, que parece siempre
dispuesta a vengarse por el hecho de que, con tensión extrema, esos hombres le
arranquen año tras año lo necesario para la subsistencia y para un elemental
decoro de sus casas. Venganza para la cual dispone de fenomenal aliado en esa
manada de lobos que asola la comarca...
En una atmósfera social como la
evocada en la película de Giuseppe de Santis, marcada por la ancestral lucha
entre hombres y lobos, poner el énfasis en la analogía entre ambas especies
apuntaría sobre todo a una mejora de la estrategia de combate, sustentada en un
buen conocimiento del enemigo. Pero la historia de los hombres y los lobos no
está hecha tan sólo de combate mortal, en el cual por así decirlo las dos
especies están homologadas por comunidad de objetivo:
En noviembre de 2002 se
publicaron en Science dos estudios comparativos de material genético de más de
seiscientos perros de los cinco continentes y 38 lobos euroasiáticos. Del
trabajo se infería que todas las razas de perros, pese a su enorme diversidad,
tendrían origen común hace unos quince mil años en Asia como resultado de la
domesticación del lobo. El proceso de domesticación habría sido muy lento, pues
se remontaría de hecho al menos a cuarenta mil años atrás. Y cabe imaginar que
ello supuso un encarnizado combate entre ambas especies, combate en el cual
acabaría primando la inteligencia. Se sospechaba desde hace tiempo que los
perros conviven con los hombres desde antes de que lo hicieran las cabras, los
caballos y hasta las vacas, pero la confirmación científica de estos hechos ha
venido a conferir una suerte de legitimidad a la especial consideración que en
las sociedades urbanas de occidente reciben estos animales, la cual algunos
hacen extensiva al ancestro común de todas sus variedades.
Los etólogos han
puesto de relieve que los lobos son, como nosotros, cazadores sociales que
tienden a jerarquizar las relaciones entre ellos. Es de señalar que en esta
jerarquizada sociedad lobuna tenga gran peso tanto el sentido de la
responsabilidad como el sentimiento de solidaridad (lo cual invalida, desde
luego, la tesis popular de que la "maldad" del lobo se reflejaría en el hecho de
ser el animal que, precisamente, come carne de lobo).
Importantísimo es ese
momento en el que el hombre no se propuso destruir a su enemigo sino vencerlo, a
fin de poseerlo, someterlo a su voluntad y en definitiva reducirlo. Pero el
verbo reducir es equívoco. En ocasiones se entiende por tal la eliminación de
las propiedades superfluas, de tal manera que lo reducido gana en intensidad,
tal es el caso de la condensación de una substancia en sus componentes
esenciales. Tratándose de seres humanos, la reducción tiene un componente de
confrontación que puede ser entendida de dos maneras. Se habla de la reducción
de un pueblo o un ejército que se ve forzado a asumir una derrota, pero ello no
significa forzosamente que tal pueblo o ejercito es privado de sus
características, aunque ello obviamente puede ocurrir: caso de los pueblos
vencidos conducidos a interiorizar la pérdida de rasgos tan fundamentales como
los ritos y costumbres distintivos, la religión y en los casos más extremados (y frecuentes) la propia lengua.
En el caso de los animales y concretamente
de los animales en cuyo devenir biológico se ha cruzado el hombre la distinción
entre ambos tipos de reducción es muy clara. Retomemos el caso del hombre que
temiendo la fuerza del lobo... acaba por admirarla, a la vez que se apercibe del
provecho que puede sacar de la misma. Admira el hombre en el lobo su potencia
específica, no obviamente su mera animalidad. Admira aquello que es susceptible
de ser canalizado en su propia lucha contra otras fuerzas naturales: sus
prodigiosos olfato y oído que le hacen percibir con gran acuidad la presencia de
una presa o de un peligro; su fuerza y destreza en la confrontación, lo incisivo
y temible de su dentadura. Esta admiración es obviamente la motivación subjetiva
que llevó al hombre a intentar el tremendo proceso de domesticación de
canis-lupus. Si el lobo fuera un frágil depredador de sus bienes lo habría
aniquilado simplemente, en modo alguno habría intentado incorporarlo.
En la
domesticación, canis lupus fue perdiendo ciertamente alguna características,
alimentarias por ejemplo (el can doméstico de nuestras ciudades es, a imagen de
su amo, un animal casi omnívoro), pero conservaba lo esencial y precisamente por
ello ha sido tan precioso y preciado a lo largo de historia de las sociedades
humanas. Y desde luego es también gracias a la conservación de lo esencial que
juega aun un papel predominante en las sociedades agrarias de nuestro tiempo.
Pues para ser eficaz vigilante de las tierras o el rebaño, como para ser
auxiliar en la caza, el lobo-perro ha de permanecer tal, ha de mantener la
agudeza de sus facultades, ha de responder a su condición específica, cosa que
no ocurre cuando es confinado en un ámbito de exposición o en un angosto espacio
urbano, erigido en sustituto asténico de la compañía humana, en imposible
paliativo de esa soledad para la que solo la complicidad en la palabra y el
relevo de la misma en el ciclo de las generaciones constituye adecuada medicina.
Imaginemos por un momento que el perro de un hogar americano, que comparte a
veces la mesa con los miembros de la familia, que recibe regalos navideños y es
llevado a la peluquería, fuera transportado a un medio rural y se intentara que
llegara a realizar alguna de las tareas que habitualmente se encomienda a sus
congéneres. Obviamente sería muy difícil que se aclimatara; cabría decir que es
ahora un animal desarraigado. Desarraigado, curiosamente, en el lugar dónde
cabría que se desplegaran aun las potencialidades de su especie. ¿Su especie?
Carente como se muestra de los atributos que eran corolario de la puesta en
marcha de sus facultades específicas, puede a veces hacerse difícil afirmar su
filiación. Se trata de un individuo reducido no precisamente por supresión de
rasgos superfluos respecto a su especificidad, sino por supresión de rasgos que
son corolario de sus atributos esenciales. Y es que no sólo no despliega las
potencialidades de la especie sino que en ocasiones procede ya de quien tampoco
las desplegaba. Convertido en animal literalmente de compañía, parece carecer de
función propia. Y sin embargo...
La reducción radical que tantas veces supone
el confinamiento de animales en espacios urbanos no les desnaturaliza
totalmente, pues un rescoldo resiste. En el registro pro-creativo en primer
lugar: cabe esperar progenitura viable en el caso de cruce con un miembro
sexualmente diferenciado de la misma especie o subespecie, pero no sólo en este
registro. En el más confinado de los perros de compañía urbanos, es difícil
abolir toda huella de canis lupus, pues la especificidad natural pugna
literalmente por recrearse, por revivir en el yermo.
Experiencia que conocen
las víctimas de perros que abandonados individualmente en las calles urbanas de
Bucarest se agrupan y recuperan su estado semi- salvaje. Ello ocurre también con
algunos de los perros abandonados en las carreteras durante los períodos de
vacaciones, un tiempo frágiles y aislados pero susceptibles de adaptase al nuevo
estado y agruparse, siendo entonces potencial amenaza para ganaderos y
agricultores. "Por mucho que se expulse a la naturaleza con una furca siempre
retorna" sentencia de Horacio a la que Freud añadía por su cuenta "retorna en la
furca misma".
En cada individuo la específica naturaleza pugna por restaurarse y
desplegarse. Ello ocurre en los individuos de la especie canis lupus y en los de
esa esa singular especie animal que es la del hombre. De ahí que hasta en el ser
humano mayormente diezmado por la penuria, la humillada sumisión, el trabajo que
esclaviza y el ocio que embrutece será imposible anular toda exigencia de
respeto a la palabra y todo gusto por los frutos de la misma, es decir,
imposible anular la originaria inclinación a simbolizar y conocer. ¿Moraleja? No
se confíen aquellos que (impulsados quizás por la imposibilidad de asumir su
condición y consiguiente odio de sí mismos, dispuestos antes a aceptar la mera
vida que la vida humana) son alcahuetes, o hasta capataces, en las tentativas de
reducción de los individuos de esa especie natural que constituye el hombre.
Harían mal en tomar por definitivos los signos de que su nihilista causa está
ganada:
Tras ser abandonado en carretera, en el fútil perro de apartamento
urbano renace quizás el canis lupus que, asociado con otros que tuvieron
idéntica suerte, puede erigirse en temible amenaza para los bienes de quien
otrora le redujo y hoy le repudia.
Tras ser mayormente desterrado a los
arcenes de la vida social, carente de la menor seguridad pero también de
obediencias, en ese individuo humano mutilado en sus potencialidades creativas y
cognoscitivas revivirá quizás el dormido instinto de su humanidad y buscará la
alianza de los que sobreviven en los mismos confines, para simplemente acabar
con la causa de los usurpadores y restaurar la causa del hombre en su lugar.
Víctor Gómez Pin, Irreductibilidad del can e irruductibilidad del hombre, El Boomeran(g), 13/12/2012
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