Independentisme i societats anònimes.


Hemos perdido ya tanto tiempo en discutir tonterías que no viene de uno o dos años más. Así que echemos cuentas, no sin antes advertir que el lenguaje de la contabilidad es particularmente perverso. En los asuntos que nos interesan, en la nación de ciudadanos libres e iguales, está viciado por principio. Sucede como con el amor, que la indecencia arranca en el mismo instante en que se formula la pregunta: “¿y qué gano yo con esto?”. En nuestro caso, cuando la pregunta aparece se puede dar por terminado el limpio vínculo que une a la democracia con las decisiones más justas: el compromiso compartido con el interés general. Una comunidad política no es un fondo de inversión. Entre conciudadanos no cabe la contabilidad sino la justicia.

Lo hemos repetido hasta la fatiga: todas y cada una de las “denuncias” que los nacionalistas arrojan a cuenta del supuesto expolio español las podríamos hacer, dentro de Cataluña, a cuenta de las relaciones entre comarcas. ¿Le conviene al Valle de Arán, la comarca más rica de Cataluña, compartir comunidad política con el Baix Llobregat, la Selva o el Anoia, las más pobres? ¿Por qué no desprenderse de ellas? Y ya puestos, por qué no entramos en detalle y hacemos una lista con nombres propios, de personas “desechables”, para decirlo con la precisa y atroz calificación con la que en Bogotá se conoce a los mendigos. Si los nacionalistas no hacen esas cuentas, si sus balanzas son de vuelo limitado, es porque, sencillamente, los principios de igualdad y justicia no alcanzan a sus conciudadanos. Para ellos, unos, los de su etnia –de su supuesta etnia– son los suyos y los otros no. Como el que no paga impuestos “por el bien de su familia”. Con los demás, solo si salen a cuenta. Nada más lejano de la democracia en su sentido más genuino. No es el compromiso con el Estado –el instrumento de realización de los principios de libertad, igualdad y fraternidad–, sino el vínculo de la víscera, la comunidad de la identidad, de la identidad inventada. Con los otros, la única relación que entienden es la de sociedad anónima, el interés o la amenaza, la que unía al dentista del chiste con su cliente: “doctor, no nos vamos a hacer daño”.

Como muchas voces, mudas cuando se entonaba la cantinela de la identidad, se han unido al coro para entonar “España nos roba”, quizá haya que dirigirse a ellas también, aunque solo sea para decirles que su contabilidad es incompleta, que, si quieren ser precisas, si se toman en serio la verdad, tienen que ampliar el foco. Las cuentas correctas –para decirlo en el léxico de los economistas– se han de hacer teniendo en cuenta el coste de oportunidad. Lo que me cuesta una actividad es aquello a lo que renuncio cuando opto por ella. Por ejemplo, ustedes están pagando el alto precio de dejar de emplear este rato en otras actividades, seguramente provechosas, algo que en verdad les agradezco. Cuando las cuentas se hacen debidamente, la fábula muestra su exacta condición.

Félix Ovejero Lucas, Cataluña y los intelectuales incomparecientes, Letras Libres, Diciembre 2012

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