La interrogació i l'actitud filosòfica.
El planteamiento ingenuo de interrogaciones está mal considerado por el mundo
cultural. Se ha instalado subrepticiamente la idea de que para tener derecho a
avanzar alguna de los asuntos que ocupan a filósofos, científicos, artistas, o a
todos a la vez, hay ya de entrada que estar bien informado. Más que una persona
tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, se exige de
entrada ser una persona culta y hasta una persona erudita. Esto alcanza, desde
luego, al mundo académico: un especialista en genética, por ejemplo, no sólo se
siente incompetente para emitir una opinión sobre algún interrogante de interés
general pero técnicamente objeto de la física, sino para formular el
interrogante mismo, siendo obviamente cierta la recíproca, es decir, el temor a
meter la pata del físico tratándose de uno de los abismos filosóficos a los que
conduce la genética.
Se diría que la información ha de preceder a la
interrogación...incluso tratándose de las interrogaciones universales, cuya
temática concierne a todos y cada uno de los humanos (otra cosa es que-como
hemos visto- se hayan visto forzados a repudiar de sus vidas tales
interrogantes). Ante este estado de cosas, se impone tomar posición:
Cabe
eventualmente sentirse abrumado por la complejidad de los instrumentos con los
que especialistas de una u otra materia (también curiosamente los filósofos, que
no son especialistas de materia alguna, aunque deban alimentarse de muchas)
abordan ciertos problemas cuyo origen es sin embargo muy elemental, pero no hay
en absoluto que sentirse abrumado ante la cuestión misma, que no sólo todo el
mundo está en condiciones potenciales de abordar, sino que probablemente ya ha
abordado alguna vez. La formulación de una interrogación cabalmente filosófica
nunca puede ser sofisticada en los términos (1).
Sólo si la interrogación es
lo que ha conducido a la búsqueda de los elementos informativos, estos alcanzan
pleno sentido, pues se revelan entonces como instrumento para lo que realmente
importa y no como fin en sí. Reitero la tesis, clave en esta reflexión: la
información es no sólo válida, sino imprescindible cuando constituye un arma
para abordar un objetivo esencial; pero disponer de información por el hecho de
estar informado (como sí el espíritu humano fuera esa tabula rasa, en sí vacía
de contenido, a la que se refiere críticamente Steven Pinker) no tiene más
interés que el que tiene para un saco estar lleno de patatas o de piedras. Pero
el espíritu humano no es un mero recipiente. Es una estructura en la que se
articulan múltiples facultades que pugnan por desplegarse. Se trata tan solo de
vencer la inercia que impide tal despliegue (2).
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(1) Retomo ahora el ejemplo que ya presente aquí en anterior ocasión ¿Hay o
no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y
la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad
coincide aparentemente con la mía? Los instrumentos para responder en uno u otro
sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas
filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los
pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo
sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la
misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo
permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos
eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos.
(2) Tratando de estos asuntos del lazo entre filosofía y razón común o razón
compartida, escribía yo hace un año "Lo democrático de la filosofía consiste en
que todos podemos instalarnos en la actitud filosófica a poco que nos liberemos
de las barreras que lo dificultan, en realidad barreras que impiden realizar
nuestra naturaleza". Un lector realizó entonces un comentario crítico que
(abstracción hecha del tono que parecía tender a personalizar el asunto) es
representativo de una actitud que también es filosófica, y que desde luego no
cabe ignorar. Transcribo lo esencial:
"... supongo que es parte de esa actitud democrática la de linchar a quien
opte por seguir un rumbo que contradiga, niegue o relativice, el punto de vista
democrático entre otros puntos de vista. De la absoluta tolerancia a la absoluta
intolerancia hay poco trecho (...) Las formas de la tortura son múltiples y la
que se práctica por el "bien del prójimo" no es de las menos salvajes, Es
innegable por descontado que el democratismo filosófico afilia con suma
facilidad a legiones de seguidores, sobre todo una vez han sido colocados en el
lugar de lujo que a todos democráticamente corresponde"
Curiosamente estoy totalmente de acuerdo con la tesis de que "el bien del
prójimo" puede ser coartada para toda clase de actitudes canallescas. De hecho
he desconfiado toda mi vida de las disposiciones samaritanas. Y precisamente en
función de una confianza en lo que de común tenemos los seres de razón. Es casi
un asunto de instinto: si el entorno es miserable no hay fiesta posible. Y ello
vale tanto tratándose de los regocijos del cuerpo como de los del alma. La
defensa de un orden social en el que se den las condiciones materiales que
posibiliten e incentiven prácticas como la ciencia el arte y desde luego la
filosofía es una exigencia perfectamente "egoísta", si así se puede llamar al
sano deseo de vivir bien, es decir estar en condiciones de pensar y amar.
Transcribo el entero texto que tanto irritó al citado lector:
" El motor
de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo como
restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que
eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser
sorprendentes. Sería ocioso para un investigador en física ocuparse a estas
alturas de las fórmulas de la relatividad restringida, pero el filósofo que ve
en ellas la cristalización de una puesta en tela de juicio de la idea que nos
hacemos del mundo, tiene todo el derecho a seguir hurgando en ellas con vistas a
extraer toda su significación. Lo democrático de la filosofía consiste en que
todos podemos instalarnos en la actitud filosófica a poco que nos liberemos de
las barreras que lo dificultan, en realidad barreras que impiden realizar
nuestra naturaleza. La filosofía da efectivamente vueltas y vueltas a las cosas.
Pero tales vueltas no siempre son coincidentes, lo que se repite no es
exactamente lo mismo; la metáfora no sería la del círculo sino la de la espiral.
Esto es la esencia de la interpretación: un núcleo a partir del cual se
despliega una pluralidad de puntos de vista".
Víctor Gómez Pin, Del buen uso de la erudición, El Boomeran(g), 20/12/2012
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