funció cívica de la filosofia.
Vivimos en una época de generalizado relativismo ético, que entre las nuevas generaciones ha creado una actitud de «todo vale», y también en una época caracterizada por un profundo escepticismo público respecto al papel crítico de la filosofía (algo no ajeno a esa actitud). Ahora, gran parte de la población cree que el compromiso socrático con la búsqueda de la verdad es una pérdida de tiempo y una forma de vivir idealista en un mundo globalizado. A los filósofos se los presenta como insignificantes inventores de conceptos cuyo único objetivo en la vida es luchar por asegurarse un puesto fijo en una universidad norteamericana o europea. Por lo tanto, es probable que la afirmación de que la filosofía es una actividad liberadora se acoja con cinismo y desdén.
Es interesante señalar que hace dos mil quinientos años, Aristófanes, en su obra Las nubes,
retrataba a Sócrates como a un sofista amoral que enseñaba a la
juventud ateniense a engañar mediante arteras argumentaciones. Sin
embargo, en su sombría comedia Aristófanes no disuadía a los filósofos
de abordar y cuestionar algunas de las creencias fundamentales en las
que se basa la existencia del hombre en el mundo. Entre las principales
preocupaciones de la filosofía ha figurado el desafío planteado por el
concepto de libertad y su plasmación social y política. ¿Por qué a los
filósofos les ha preocupado el problema de la libertad? ¿Por qué la
libertad es la cuestión más importante que debe tratar un filósofo? La
mejor manera de responder con claridad a esas preguntas es examinar las
consecuencias que comporta dejar de lado el tema de la libertad.
No hace falta decir que la libertad es la fuerza creadora que subyace
tras el pensamiento filosófico, del mismo modo que la filosofía
contribuye a la comprensión y la evolución del concepto de libertad. En
consecuencia, los filósofos han intentado comprender la libertad de la
forma más exhaustiva y crítica que han podido, no solo haciendo una
aportación a su definición, sino a su propia materialización. "De
ninguna idea se sabe de manera tan general que es indeterminada, ambigua
y susceptible de los más grandes malentendidos (de los que, por tanto,
es realmente víctima) como de la idea de libertad, y ninguna otra
circula con tanta inconsciencia". Esta afirmación de Hegel es tan
certera hoy en día como cuando él la hizo, hace casi 200 años.
El concepto de libertad no solo se ha entendido deficientemente sino
que también se ha utilizado de manera enormemente abusiva. Esta doble
problemática de la libertad pone sobre el tapete de cualquier debate
filosófico tanto la idea de que la propia filosofía constituye una lucha
por la libertad como la de que una parte importante del hecho de ser
libre radica en pensar de manera filosófica. Como se puede ver, el
problema de la libertad se plantea siempre que se aborda la propia
naturaleza del cuestionamiento filosófico. Si el objetivo de la
naturaleza de dicho cuestionamiento es reflexionar sobre el concepto de
libertad, para que los seres humanos puedan avenirse a ella, de alguna
manera habrá que explicar que estos hayan llegado a abandonar ese
cuestionamiento y cómo sería posible recuperarlo. Dicho de otro modo, la
filosofía no es solo una forma de cuestionar el concepto de libertad y
sus aplicaciones sociales y políticas, también es una forma de pensar y
de interrogarse sobre la falta de libertad. El hecho de que el problema
de la libertad y el del cuestionamiento filosófico se enmarquen
mutuamente apunta a la posibilidad de que ambos sean elementos
complementarios de un problema más profundo: ¿de qué manera la acción
humana o la experiencia humana de la política se ven determinadas por
ese entrecruzamiento entre filosofía y libertad?
Quizá, en lugar de coincidir con Kant y con Sartre en que nuestra
humanidad reside en nuestra libertad, debamos reconocer que la creación
política comporta una tensión permanente entre la institucionalización
de la libertad y el cuestionamiento filosófico. De este modo, seremos
libres para pensar en tanto en cuanto podamos optar por un examen más
amplio del propio proceso intelectual. En consecuencia, en el proyecto
que nos lleva a cuestionar y desafiar la realidad imaginable y
materializable, podemos decir que la libertad es un gemelo no idéntico
de la filosofía.
Postular que la filosofía es un conocimiento terminado y exhaustivo
sería como definir y practicar la libertad desde ese mismo postulado. El
encubrimiento del cuestionamiento filosófico por parte de la teología
va unido a la pérdida de la naturaleza creadora y revolucionaria de la
libertad. No cabe duda de que un individuo que ya haya accedido al
cuestionamiento filosófico no podrá evitar la práctica abierta y libre
que supone postular otros tipos de pensamiento y otras formas de lo
imaginable. Es fascinante señalar que el cuestionamiento filosófico es
una forma de pensar que puede producir fisuras en los muros que rodean
el pensamiento establecido. En consecuencia, la filosofía, en tanto que
interrogación crítica, se desarrolla en el espacio que separa el
pensamiento libre que aspira a establecerse y el pensamiento ya
propiamente establecido. Aquí es donde podríamos comenzar a comprender
por qué la filosofía es la tarea constante de insuflar libertad en la
vida política, en forma de correctivo empírico para la vida teológica.
La filosofía tiene la labor cívica de resistirse a la idea de que
existe una teoría total de la realidad. En consecuencia, exigir que la
organización política de una sociedad se base en una teoría total y
completa equivale a proclamar que la política es algo inimaginable y a
poner fin a la libertad de pensar de otra manera, de pensar en algo
nuevo. Dicho de otro modo, no puede haber una sociedad democrática sin
un cuestionamiento democrático o, dicho con más claridad, sin un
cuestionamiento cívico de la naturaleza de la democracia. No tiene mucho
sentido hablar o escribir sobre filosofía si no hay que reflexionar
sobre la naturaleza de la propia filosofía. Esta es la razón de que se
deba mantener la función del filósofo cívico, en tanto persona cuyo
intelecto observa las inhumanidades e injusticias del mundo (casi
siempre en nombre de la filosofía), a pesar de que el concepto haya
perdido hoy en día su vigor político. Aunque el carácter de los tiempos
así lo sugiera, el académico en busca de plaza fija no puede sustituir
al filósofo, que sigue teniendo mucho que aportar a la democratización
de la sociedad. Sin duda los filósofos serán socialmente útiles mientras
los seres humanos continúen creyendo que la palabra filosofía no es
baladí. En cierto modo, la tarea cívica de la filosofía actual radica en
la pugna entre pensamiento crítico y fanatismo. Sea cual sea el precio
que los filósofos hayan de pagar por tener las manos vacías en su
batalla contra tiranías irreflexivas y dominaciones hegemónicas, podemos
esperar la victoria de un pensamiento democrático incluyente
Ramin Jahanbegloo, ¿Cómo ser filósofo hoy en día?, El País, 29/12/2012.
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