La vida com a experiència artística.

Podría pensarse que nacemos de una vez por todas. Por otra parte, no son buenos tiempos para enfrentarse con el desafío de vivir si nos reducimos a lo que ya somos. La necesidad de una permanente creación de nosotros mismos es también el trabajo de la libertad, la búsqueda práctica de otro modo de vivir. Bien sabemos lo que esto puede significar, pero no siempre cuál será su alcance. A veces hemos perdido nuestro poder de ser, y no somos capaces de hacer ser. Ni siempre ni a todos cabe achacarlo, pero está claro que, a pesar de nuestra constitutiva indigencia, permanentemente hemos de revivir.
by Picasso
Séneca insiste en que hemos de vivir como a punto de morir, como si nuestra acción y nuestro momento fueran los últimos, como si nos encontráramos en la tesitura de enfrentarnos con una definitiva posibilidad de nuestra vida. Pero asimismo hay algo más que inaugural que nos hace vivir siempre como a punto de nacer, como si no acabáramos de hacerlo nunca del todo, como si el crecer y el fructificar fueran formas de madurar ese nacimiento. Así, a nuestro modo, naceríamos permanentemente, no sólo con el amanecer. El constante brotar y surgir sostenido en nuestra decisión de vida nos permitiría insistir en nacer, un renacer una y otra vez que hemos de cuidar y de cultivar desde nuestra libertad. 

Queda claro que la vida no se reduce al hecho de nacer, pero el nacer tampoco se limita al acto del alumbramiento. Para que sea efectivo, hemos de revivirlo y constantemente hemos de revivirnos, y lograr que ese acto sea una acción persistente que alcance a toda nuestra existencia. Y revivir no sólo las manifestaciones y expresiones de la vida, como vivencia, según Dilthey nos dice, sino como el único modo de fluidificar lo que somos y quienes somos, de impedir que se reduzca a lo que nos encontramos y a aquello en lo que ya nos hallamos.

Ciertamente nacemos a una singularidad. No es preciso insistir en que nadie nacerá por nosotros. Pero asimismo nacer es vérnoslas en lo imprevisible, en una cierta intemperie e indefensión, en lo que nos resulta inconmensurable. Y no es un simple momento inicial. Ello nos acompaña siempre, ya que nacemos a la vida, y no deja de provocarnos este desconcierto determinante. En cierto modo, vivir es habérnoslas siempre en la permanente aventura ante lo que tanto se nos ofrece como posibilidad, cuanto como abisal enigma. Ni siquiera cuando nos decimos que hemos de dejarnos de complicaciones, la vida deja de ser compleja. En alguna medida, vivir es proceder como la vida, lo que no impide que con frecuencia clausuremos el nacer en un simple acto. Pero a su vez eso nos insta a hacer brotar de nuevo las posibilidades y los desafíos en que consistimos. 

Dilthey caracteriza esta situación como una madeja de cuestiones que impregnan los objetos, las experiencias, los bienes, los fines; cuestiones torturadoras y arrebatadoras de placer intelectual y de dolor, tenidas en una unidad: en efecto, el enigma de la vida. El pensamiento trata de asir, de expresar en conceptos, ese rostro huidizo y de encontrarse con la totalidad de la realidad y de la vida.

No se trata simplemente de una actividad intelectual o propia de quienes no se hallan desafiados y acuciados por el vivir. O de cuantos lo están en modo extremo. En todo caso, es cuestión de reactivar el crear, de corresponder a nuestra manera a la necesidad de comprender y de comprendernos, de revivir y de revivirnos. De lo contrario, nuestro nacer no habría pasado de ser una forma más o menos sofisticada de fallecer. Nos limitaríamos, por ahora, a durar. Y ya el nacimiento no sólo preludiaría el acabamiento, sería la expedición de la partida de finiquito, la aparición del finado.

De ahí que vivir sea en verdad un permanente nacer. Y eso supone saber dar y recibir vida. No es difícil toparse con quienes más parecen empeñados en quitarla, en hurtarla, en dilapidarla, en no dejar fructificar ni crecer, en secar, en agostar, la existencia. Y nosotros mismos cedemos ante tal nacimiento dándolo por clausurado. 

Sin embargo, resulta atractivo encontrarse con quienes son capaces de reactivar el vivir, de revivir, al hacer brotar en sí mismos, en los demás, en cuanto hay, las mejores posibilidades. No ponen a funcionar lo peor de nosotros mismos, ni lo alientan, ni generan desazón y desconfianza, ni llaman realismo a la entrega a lo ya dado, ni sospechan, ni descalifican permanentemente, mientras estiman que eso es inteligencia, astucia y decisión. Ni queman vida, ni proponen meros florecimientos que no responden ni a lo que somos ni a lo que perseguimos ser. Con ellos se renace.

De las diversas lecturas sobre la afirmación de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, no parece adecuado reducir la sentencia de Protágoras a una propuesta de mero relativismo, o al sometimiento del conocimiento a la percepción. Ni basta la interpretación de Platón y su referencia en el Teeteto. La máxima sigue convocándonos a una memoria, la de un mundo que no deja de ser desbordante porque establezcamos como prioridad el vivir humano, humanizado. Así, las creaciones permanentes serán modos de recreación que ofrezcan otras posibilidades de existencia y nuevas formas de vida, diferentes maneras de vivir. Y conviene que intervengamos con nuestra acción y decisión. Puesto en cuestión quiénes somos, la tarea de creación y de pensamiento es tarea artística de vida y de recreación. De lo contrario, nada humano renacerá. Ni demasiado humano, ni en modo alguno.

Ángel Gabilondo, Renacer, El salto del Ángel, 28/12/2012

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