Vida d'Heràclit (Diògenes Laerci).
1.
Heráclito, hijo de Blisón, o según algunos, de Heración, fue efesino, y
floreció hacia la Olimpíada LXIX. Sentía en las cosas muy elevadamente, como
consta de sus escritos, donde dice: «El aprender muchas cosas no instruye la
mente.» Y que enseñó a Hesíodo, a Pitágoras y aun a Jenófanes y a Hecateo;[1] pues
la verdadera y única sabiduría es conocer la mente,[2] que
puede disponer o gobernar todas las cosas por medio de todas las cosas. Decía
que Homero era digno de ser echado de los certámenes y de ser abofeteado, y lo
mismo Arquíloco. Que los ímpetus de una injuria deben apagarse más que un
incendio, y que el pueblo debe defender las leyes lo mismo que los muros.
2.
Reprendió vivamente a los efesinos porque habían echado a su compañero
Hermodoro, diciendo: «Todos los efesinos adultos debieran morir, y los
impúberes dejar la ciudad, entendido de aquellos que expelieron a Hermodoro, su
bienhechor, diciendo: Ninguno de nosotros sobresalga en merecimientos; si
hay alguno, váyase a otra parte y esté con otros.» Como le
pidiesen que les pusiese leyes, lo omitió por causa de que la ciudad estaba ya
depravadísima en las costumbres y mal gobierno, y retirándose al templo de
Diana, jugaba a los dados con los muchachos. A los efesinos que estaban a su
alrededor les dijo: «¿Qué os admiráis, perversos? ¿No es mejor hacer esto que
gobernar la república con vosotros?»
3.
Finalmente, fastidiado de los hombres, se retiró a los montes y vivió
manteniéndose de hierbas; pero acometiéndole de resultas una hidropesía,
regresó a la ciudad, y preguntaba enigmáticamente a los médicos «si podrían de
la lluvia hacer sequía». Como ellos no lo entendiesen, se enterró en el
estiércol de una boyera, esperando que el calor del estiércol le absorbiera las
humedades. No aprovechando nada esto, murió de sesenta años. Mi epigrama a él
es como sigue:
Me admiré muchas veces
de que viviese Heráclito otro tiempo
sufriendo tantos males y miserias,
para después morirse.
Regando al fin su cuerpo
con enfermas y malas humedades,
extinguió de sus ojos
Pero
Hermipo asegura que Heráclito dijo a los médicos que «si alguno podía sacar
humedad oprimiendo la tripa»; y respondiendo que no, se puso al sol y dijo a
los muchachos que lo cubriesen y emplastasen con estiércol; con lo cual se
apresuró la vida y murió al día siguiente, y fue enterrado en el Foro. Neantes
Ciziceno dice que no pudiendo quitarse el estiércol ni eximirse de él,
permaneció allí y se lo comieron los perros, no habiéndolo conocido por causa
del disfraz del estiércol.
4. Fue
admirado desde niño, y siendo mancebo decía «que no sabía cosa alguna»; pero
cuando llegó a la edad perfecta decía que «lo sabía todo». De nadie fue
discípulo, sino que él mismo se dio a las investigaciones, y decía haberlo
aprendido todo por sí mismo. Sin embargo, dice Soción que algunos lo hacen
discípulo de Jenófanes, y que Aristón asegura, en el libro De Heráclito, que
curó de su hidropesía y murió de otra enfermedad. Esto mismo dice también
Hipoboto.
5. El
libro que de él nos queda, por su contenido se intitula De la
naturaleza, bien que está dividido en tres discursos, a saber: Del
Universo, De política y De Teología. Lo depositó en el templo de
Diana; y, según algunos, lo escribió de industria oscuro para que sólo lo
entendiesen los eruditos, y por vulgar no fuese desestimado. Píntalo también
Timón diciendo:
Y entre ellos se me erguía y engreía
el cuclillo importuno,
murmurador del pueblo,
Heráclito, inventor de quisicosas.
Teofrasto
dice que la melancolía le hizo dejar sus escritos, unos a medio hacer y otros a
veces muy ajenos de verdad. La señal de su grandeza de ánimo, dice Antístenes
en las Sucesiones, es haber cedido el reino a su hermano.[4] Su
libro se hizo tan célebre, que llegó a tener secuaces, llamados heraclitanos.
6. Sus
opiniones en común son las siguientes: «Todas las cosas provienen del fuego, y
en él se resuelven. Todas las cosas se hacen según el hado,[5] y
por la conversión de los contrarios se ordenan y adaptan los entes. Todo está
lleno de almas y de demonios.» Acerca de las mudanzas que acontecen en el
estado de las cosas del mundo, sintió así: «Que el sol es tan grande cuando
aparece.» Afírmase también que dijo que «la naturaleza del alma no hay quien la
pueda hallar por más camino que ande: ¡tan profunda es esta cuestión!» Al amor
propio lo llamaba «mal de corazón,[6] y
que la vista y aspecto engañan».
7. En
su obra habla algunas veces clara y sabiamente; tanto, que cualquiera, aun duro
de entendimiento, lo entiende fácilmente y conoce la elevación de su ánimo. La
brevedad y gravedad de sus interpretaciones es incomparable.
8. Sus
dogmas en particular son como se sigue: «Que el fuego es elemento, y que todas
sus vicisitudes o mutaciones se hacen por raridad y densidad.» Pero nada de
esto expone distintamente. «Que todas las cosas se hacen por contrariedad, y
todas fluyen a manera de ríos. Que el universo es finito. Que el mundo es
único, es producido del fuego y arde de nuevo de tiempo en tiempo
alternadamente todo este evo. Que esto se hace por el hado. Que de los
contrarios, aquel que conduce las cosas a generación se llama guerra y lucha o
contención, y el que al incendio, concordia y paz. Que la mutación es un camino
hacia arriba y hacia abajo, y según éste se produce el mundo. Que el fuego
adensado se transforma en licor, y adquiriendo más consistencia para en agua.
Que el agua condensada se vuelve tierra, y éste es el camino hacia abajo.
Liquídase de nuevo la tierra y de ella se hace el agua, de lo cual provienen
casi todas las demás cosas», refiriéndolo a la evaporación del mar. «Éste es —dice—
el camino de abajo arriba. Que las evaporaciones o exhalaciones se hacen de la
tierra y del mar unas perspicuas y puras, otras tenebrosas. De las puras se
aumenta el fuego; de las otras, el agua.»
9. Lo
que encierra la circunferencia no lo explica; pero dice «hay allá unos como
cuencos, vuelta hacia nosotros la parte cóncava, en los cuales, acopiándose las
exhalaciones puras y perspicuas, forman las llamas, que son los astros. Que la
llama del sol es clarísima y calidísima; los demás astros están muy distantes
de la tierra, y por ello lucen y calientan menos. Que la luna, estando más
cercana a la tierra, anda por paraje no puro; pero el sol está en lugar
resplandeciente y puro, y dista de nosotros conmensuradamente; ésta es la causa
de calentar más y dar mayor luz. Que se eclipsan el sol y la luna cuando sus
cuencos se vuelven hacia arriba, y que las fases mensuales de la luna se hacen
volviéndose poco a poco a su cuenco. Que el día, la noche, los meses, las
estaciones anuales y los años, las lluvias, los vientos y cosas semejantes se
hacen según la diferencia de exhalaciones, pues la exhalación pura inflamada en
el círculo del sol hace el día, y cuando obtiene la parte contraria hace la
noche. Que de la luz, aumentándose el calor, se hace el estío, y de sombra
crece la humedad y se hace el invierno». Consecuentemente a éstas disputa de
las demás causas. Sobre cuál sea la tierra nada dice ni tampoco de los
referidos cuencos. Hasta aquí sus dogmas.
10. Cuál
fuese el parecer de Sócrates acerca de Heráclito, habiendo visto un libro
suministrado por Eurípides, como dice Aristón, lo dijimos en la Vida del
mismo Sócrates. Seleuco Gramático dice que un tal Crotón escribe en su Buzo que
un cierto Crates fue el primero que trajo este libro a Grecia y que dijo que
«necesita uno de un nadador delio para no ahogarse en él». Algunos lo intitulan Musas; otros, De
la naturaleza; Diodoto, Exacto gobernalle para el nivel de la vida. Otros,Gnomon
de las costumbres, y complemento y ornato de una cierta medida para todas
las cosas. Dicen que preguntado por qué callaba, respondió: «Porque
vosotros habláis.» Aun Darío deseó su compañía, y le escribió en esta forma:
«EL REY DARÍO, HIJO DE HISTASPIS, AL SABIO
HERÁCLITO EFESINO: ALEGRARSE.
«Publicaste un libro difícil de comprender y de
explicar. En algunos lugares, si se entiende a la letra, parece encierra cierta
fuerza de especulación de todo el mundo y de cuanto en él se hace, lo cual está
constituido en el movimiento divinísimo; pero muchas cosas tienen asenso;[7] y
así, aun los que han leído mucho, quedan dudosos del recto sentido que parece
quisiste dar a todo. El rey Darío, hijo de Histaspis, quiere ser uno de tus
oyentes y participar de la erudición griega. Ven, pues, en breve a nuestra
vista y real palacio, pues los griegos, por lo común, no acostumbrando
distinguir los varones sabios, menosprecian las cosas que éstos demostraron
dignas de que se oigan y aprendan con estudio y diligencia. Conmigo tendrás el
primer lugar, cada día una comunicación grave y honesta, y una vida sujeta a
tus exhortaciones.»
«HERÁCLITO EFESINO AL REY DARÍO, HIJO DE HISTASPIS:
ALEGRARSE.
«Cuantos viven en estos tiempos huyen de la verdad
y de practicar lo justo, dándose todos a la insaciabilidad y vanagloria por
falta de juicio; mas yo, por cuanto doy al olvido toda injuria y declino de
toda familiar envidia; asimismo, porque huyo de vanidad y fasto, no pasaré a
Persia, contentándome con mi cortedad, que es lo que me acomoda.» Tal fue este
varón para con el rey.
11.
Demetrio dice en sus Colombroños que también menospreció a los
atenienses por la excesiva opinión que de sí tenía; y aunque desestimado de los
efesinos, eligió el vivir con ellos. Hace también memoria de él Demetrio
Falereo en la Apología de Sócrates. Hubo muchos que interpretaron su
libro, como son Antístenes, Heráclides Póntico y Esfero Estoico, a quienes se
añaden Pausanias el llamado Heraclitista, Nicodemes y Dionisio, y de
los gramáticos Diodoto, el cual dice que aquel escrito no es de física, sino de
política, pues lo que trata de física es allí por modo de ejemplo. Jerónimo
dice que Escitino, poeta yámbico, emprendió el poner en verso dicho libro.
12.
Corren muchos epigramas escritos a él, de los cuales es uno el que se sigue:
Soy Heráclito, sí, necios e ignaros;
¿qué me estáis abatiendo?
No he trabajado, no, para vosotros,
sino para los sabios y peritos.
Váleme por tres mil un hombre solo,
e infinitos, ninguno.
Esto digo también a Proserpina.
Y
otro:
el volumen de Heráclito Efesino;
es para ti camino muy impervio,
lleno de oscuridad densa y opaca;
pero si mente sabia te dirige,
aún más claro que el sol lo verás todo.
13.
Hubo cinco Heráclitos. El primero, éste. El segundo, un poeta lírico de quien
hay un Encomio de los doce dioses.[9] El
tercero, un poeta elegiaco natural de Halicarnaso, a quien Calimaco compuso los
versos siguientes:
Uno tu muerte, Heráclito, me dijo,
y me sacó las lágrimas al punto.
Me acordé de cuantas veces
solíamos pasar soles y soles
en sabias juglerías; pero ahora,
Halicarnasio amigo, eres ceniza.
Moriste, sí, moriste;
pero la melodía de tu canto
vivirá eternamente. Y aunque Pluto
se lo arrebate todo,
no alcanzarán sus manos a tu fama.
El
cuarto fue lesbio, y escribió la Historia de Macedonia. Y el quinto,
un truhán, el cual, de citarista que era, se dio a este modo de vida.
[1] Por prolepsis (según entiendo, e indica el
aoristo I, que pone Laercio), pues éstos eran ya muertos.
[2] Casaubono interpreta por Dios la palabra Gnomen,
Mente. Tengo por legítima esta interpretación, por razón de lo que añade
Laercio de nuestro filósofo y lo que de él escriben algunos Santos Padres.
[4] Reino, decimos, aunque también esta voz
ordinariamente significa cierta magistratura de Éfeso, que presidía a los
sacrificios, y allí tenía este nombre, como entre los romanos Rex
sacrificulus. o Rex sacrorum. Su mujer se llamaba Regina, y su
palacio, Regia.
[5] Porque Heráclito decía que “la esencia del
hado, es una razón trascendental a la naturaleza del universo”, según escribe
Plutarco, lib. I, cap. XXVIII, De las opiniones de los filósofos.
[7] Sigo la versión común de los intérpretes;
pero no dudo debe traducirse así: pero en muchas cosas se debe suspender
el asenso. Éste es el significado filosófico de la correspondiente voz
griega.
[8] Los latinos decían: ad umbilicum usque. Eran
los cabitos torneados, con su botoncito, del palo en que se arrollaban los que
llamaban, volúmenes.
[9] Los doce dioses principales de los gentiles,
llamados dioses consentes, seis machos y seis hembras. Ennio los
incluye en estos versos:
Juno,
Vesta, Minerva, Ceresque, Diana, Venus, Mars,
Mercurius,
Jovis, Neptunus, Vulcanus, Apollo
Diógenes
Laercio, Vidas de los filósofos más ilustres
Traducción
del griego: José Ortiz y Sanz Buenos Aires, Espasa Calpe, 1950
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