Causas perdidas (article publicat a El País, 18/10/1990)



Ahora mismo, otro viejo amigo que en todos estos años tan sólo acudió a las urnas una vez. Y fue para votar que no a la OTAN, me dice que va a enviar a su hijo a estudiar el COU a los EEUU. Y de verdad que no hay contradicción ninguna en ello. Ni tiene sentido mezclar antiguos resabios ideológicos con la preparación de nuestros hijos para la dura lucha por el bienestar que se nos avecina. Que no cuestión de que ellos paguen el precio de nuestras caprichosas afinidades electivas y se vean obligados a luchar con el futuro así lastrados, con una mano atada a la espalda. El conocimiento del inglés ya se ha hecho imprescindible y, lo queramos o no, América es el futuro que nos aguarda. Y con él tantas y tantas cosas han dejado de tener sentido que no nos cabe otro gesto casi sino encogernos de hombros y decirnos unos a otros que qué quieres, que todo es irreversible, irremediable, fatal. Como no nos queda sino nuestra expresión de perplejidad ante la apatía consumista de los más jóvenes. ¿Qué puede hacerse si las cosas son así? Oponerse al curso de los tiempos siempre ha sido una causa perdida. Y sin embargo, si la generación de nuestros mayores no nos hubiera obsequiado su orgullo de perdedor ni nos hubiera enseñado ese respeto por la libertad que sostenía el ideal republicano, ¿quién de nosotros hubiera sido antifranquista?
(...) Ahora, profundos conocedores de la inutilidad de pelear por causas perdidas, gobernamos incluso nuestra vida con la misma sabiduría realista y pragmática de la que hacen gala los políticos que nos merecemos: asumiendo sin fisuras que la cuestión de la calidad de vida es lo único importante y que ésta es sinónimo de nivel de vida, exiginos el derecho a nuestra pequeña porción de prepotencia, respetando y haciendo respetar escrupulosamente las redes jerárquicas de todo tipo en las que estamos atrapados. Reconociéndonos únicamente por lo que nombramos valores profesionales desconociendo de modo deliberado las miserias morales que éstos alimentan y de las que se sustentan. Al contrario, nos sentimos satisfechos por poder mandar un poco, y por ser finalmente tan fácilmente gobernables.
Miguel Morey, Pequeñas doctrinas de la soledad, Sexto Piso España, Madrid 2007

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