Llenguatge i democràcia.




Martin Amis vio en la primera campaña de Reagan el triunfo de la emoción sobre la razón; si es el caso, Donald Trump ha perfeccionado el modelo empleando –como nos cuenta Argemino Barro en su estupenda crónica El candidato y la furia, recién publicado en La Huerta Grande– un lenguaje comprensible para todo el mundo: de acuerdo con cálculos del Boston Globe, y con el método Flesh-Kinkaid que mide la complejidad del discurso con arreglo a una escala que va del 4 al 21, Trump emplea un lenguaje cuyo nivel medio está en el 4,1, mientras que Bernie Sanders se situaba en el 10,1, Ted Cruz en el 8,9 y Hillary Clinton en el 7,7. Cuanto más simple, mejor: mayor es el número de ciudadanos a los que uno puede convencer. Es razonable pensar que Donald Trump –a quien Sanders considera, según dijo hace poco al Financial Times, un hombre astuto– aprendió ese lenguaje en televisión. No deja de ser misterioso que el mismo público que hace ya años aprendió a lidiar con el lenguaje publicitario, dejando de creer que Mistol lava más blanco o que comprarse un Audi da la felicidad, siga mostrándose tan crédulo con sus candidatos.

Manuel Arias Maldonado, El rey de la comedia, Revista de Libros 05/07/2017

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