Propietat intel.lectual i cervells socials.


Mientras el progreso en las demás especies animales se produce de forma accidental a través de mutaciones genéticas que requieren centenares de miles de años, el progreso humano es muy rápido y adaptativo gracias a esa transmisión de experiencias. Y no sólo eso, sino que los cerebros humanos son órganos muy plásticos, que incorporan modificaciones físicas a partir del aprendizaje. Es decir, que cambian como resultado de la evolución cultural: son cerebros sociales.
Eso es lo que permite que el neurobiólogo Javier de Felipe declare: "Si cogiéramos a un niño actual y lo pusiéramos en la edad de piedra no aprendería nada. Ni Einstein habría sido Einstein así".
Y es que el conocimiento humano es incremental, por lo que se puede comparar a un andamio gigantesco. Pretender llegar del nivel 0 al 200 de un salto (Einstein en el Paleolítico) es un disparate; mientras que ese mismo andamio, subido piso a piso, resulta practicable. Sólo después de Platón y la democracia griega y Maquiavelo con su príncipe y la Revolución Francesa y la Declaración Universal de los Derechos Humanos puede, por ejemplo, una ministra española actual desempeñar su cargo como lo hace. Otro ejemplo: la neurobiología del siglo XXI no tendría nada que decir si Ramón y Cajal no hubiera descubierto en el siglo XIX cómo se conectan las células nerviosas.
Así que todos y todas somos Rowling: no copiones, sino constructores de nuevos universos mentales a partir de los que nos son conocidos. Y, sin embargo, ésa no es razón para que renunciemos a la maternidad de nuestras ideas, es decir, a la propiedad intelectual, ni que dejemos de cobrar por ellas.
Considerar una obra intelectual libre y, por tanto, disponer de ella cuándo y cómo guste no es competencia del usuario, sino del autor. Habrá quien quiera poner su creación a disposición de la ciudadanía. Pero habrá también quien se reservará el derecho a seguir cobrando por su trabajo, sea en política, sea en ciencia, sea cultivando el campo (por cierto, las semillas son más antiguas que las ideas).
Y todavía es más comprensible que alguien que ha creado una obra ejerza su derecho a la propiedad intelectual si quienes la utilizan sin permiso, además, la desnaturalizan. Sería el caso, por ejemplo, de un personaje feminista al que convirtieran en Barbie descerebrada.

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