283: Jane Qiu, Perseguir a los coronavirus





Varios fenómenos están transformando nuestro planeta: las poblaciones humanas ocupan cada vez más los hábitats silvestres y provocan cambios sin precedentes en el uso de la tierra; la fauna salvaje y el ganado son transportados entre países, y sus productos, a lo largo y ancho del globo; y cada vez hay más viajes tanto domésticos como internacionales. Si se tienen en cuenta todos ellos, las pandemias de nuevas enfermedades son una certidumbre casi matemática.

El 24 de febrero, China anunció la prohibición permanente de consumir y comerciar con animales silvestres excepto para la investigación científica, el uso médico o la exhibición, lo que acabará con una industria que tiene un valor de 76.000 millones de dólares y que dejará sin trabajo a 14 millones de personas, según un informe de 2017 encargado por la Academia China de Ingeniería. Algunos lo vieron con buenos ojos, pero otros, como el ecólogo de enfermedades Peter Daszak presidente de Eco Health Alliance, están preocupados por el hecho de que una prohibición total pueda, simplemente, llevar a la clandestinidad el negocio si no hay un esfuerzo por cambiar las creencias tradicionales o por proporcionar un medio de vida alternativo. «El consumo de animales silvestres ha formado parte de la tradición cultural» de China desde hace miles de años, explica Daszak. «Eso no cambiará de un día para otro.»

En cualquier caso, «el comercio y el consumo de animales salvajes constituyen tan solo una parte del problema», comenta Shi Zhengli, la “mujer murciélago”, viróloga apodada así por sus colegas . A finales de 2016, los cerdos de cuatro granjas del condado de Qingyuan en Guandgdong (a 96 kilómetros del lugar en el que se originó el brote de SARS) sufrieron vómitos y diarreas graves, y casi 25.000 de esos animales murieron. Los veterinarios locales no lograron detectar ningún patógeno conocido y llamaron a Shi para que les echase una mano. La causa de la enfermedad, el síndrome de diarrea aguda porcina (SADS, por sus siglas en inglés), resultó ser provocada por un virus cuya secuencia del genoma era un 98 por ciento idéntica a la del coronavirus encontrado en los murciélagos de herradura de una cueva cercana.

La epidemia es la séptima causada por virus presentes en murciélagos en las tres últimas décadas, después de la del Hendra en 1994, la del Nipah en 1998, la del de Marburgo en 1999 (y varios episodios posteriores), la del SARS en 2002, la del MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio) en 2012 y la del Ébola en 2014. Pero «los animales [en sí mismos] no son el problema», indica Wang. De hecho, los murciélagos fomentan la biodiversidad y la salud del ecosistema al comer insectos y polinizar las plantas. «El problema es cuando entramos en contacto con ellos.»

Los científicos también están intentando desarrollar vacunas a toda prisa. A la larga, el equipo de Wuhan planea desarrollar vacunas y fármacos de amplio espectro contra los coronavirus considerados peligrosos para los humanos. «La epidemia de Wuhan es una llamada de atención», apunta Shi.

Muchos científicos opinan que el mundo debería hacer algo más que responder a los patógenos mortales cuando aparecen. «La mejor manera de proceder es la prevención», indica Daszak. Dado que el 70 por ciento de las enfermedades infecciosas emergentes de origen animal proceden de la fauna silvestre, nuestra máxima prioridad debería ser identificarlas y desarrollar mejores pruebas de diagnóstico, añade. Hacerlo significará continuar en una escala mucho mayor lo que investigadores como Daszak y Shi han estado haciendo antes de que sus proyectos se quedaran sin fondos este año.

Esos esfuerzos deberían centrase en los grupos víricos de alto riesgo presentes en mamíferos propensos a las infecciones por coronavirus, como murciélagos, roedores, tejones, civetas, pangolines y primates no humanos, explica Daszak. Añade que los países tropicales en vías de desarrollo en los que la diversidad de vida silvestre es enorme deberían ser la primera línea en esta guerra contra los virus.

Daszak y sus colaboradores han analizado unas 500 enfermedades infecciosas humanas del pasado siglo. Descubrieron que la aparición de nuevos patógenos suele ocurrir en lugares en los que una densa población ha estado cambiando el paisaje, con la construcción de carreteras y minas, la tala de bosques y la intensificación de la agricultura. «China no es la única zona conflictiva», y añade que otras economías emergentes importantes, como India, Nigeria y Brasil, también son zonas de gran riesgo.

Cuando los posibles patógenos hayan sido localizados, los científicos y los funcionarios de salud pública podrán comprobar con cierta regularidad si producen infecciones; para ello deberán analizar muestras de sangre y frotis del ganado, de los animales silvestres que se crían en granjas y con los que se comercia y de poblaciones humanas de alto riesgo, como granjeros, mineros, aldeanos que viven cerca de murciélagos y gente que caza o maneja animales salvajes, explica Gray. Este enfoque, conocido como «Una sola salud», intenta integrar la gestión sanitaria de los animales salvajes, el ganado y las personas. «Solo entonces podremos detectar un brote antes de que se convierta en epidemia», apunta, y añade que la estrategia podría salvar los cientos de miles de millones de dólares que puede costar una epidemia.

De nuevo en Wuhan, donde el aislamiento se levantó el 8 de abril, la mujer murciélago de China no está para celebraciones. Se siente angustiada porque tanto en Internet como en los principales medios de comunicación han sugerido repetidamente que el SARS-CoV-2 saltó accidentalmente de su laboratorio, a pesar de que la secuencia genética del virus no coincide con ninguna de las que estudiaban allí. Otros científicos han descartado rápidamente esa acusación. «Shi dirige un laboratorio de primera categoría mundial que cuenta con los más altos estándares», explica Daszak.

A pesar del enfado, Shi está decidida a continuar con su trabajo. «La misión debe seguir. Lo que hemos descubierto es solo la punta de un iceberg», comenta. Está planeando dirigir un proyecto nacional para analizar sistemáticamente virus presentes en las cuevas de murciélagos, con un ámbito mucho más amplio y con mucha más intensidad que los intentos anteriores. El equipo de Daszak ha calculado que, en los murciélagos, hay más de 5000 cepas de coronavirus esperando a ser descubiertas.

«Los coronavirus presentes en los murciélagos provocarán más brotes», indica Shi, con un tono de inquietante certeza. «Debemos encontrarlos antes de que ellos nos encuentren a nosotros.»

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