224: Bruno Latour, La plasticidad del orden mundial
La actual crisis sanitaria solo tiene una ventaja y es que tiene una dimensión equivalente a la de las siguientes crisis, esas que englobamos bajo el nombre de ecología o cambio climático. Hasta ahora, las medidas que se toman en nombre del medioambiente parecen siempre mínimas —incluso irrisorias— en comparación con lo que está en juego: un carril bici por aquí, un coche eléctrico por allá. Por más que los científicos dijeran que debemos cambiar de rumbo “radical” y “duraderamente” y reexaminar “todas nuestras condiciones de vida”, la gente asentía con la cabeza y pensaba en otra cosa.
Sin embargo, el gran mérito de la crisis sanitaria provocada por la covid-19 es haber conseguido, a toda velocidad y en todo el mundo, una transformación radical y, por desgracia, duradera, de nuestras condiciones de vida, a una escala que, por la magnitud del desastre, las fuerzas movilizadas y las víctimas, no tiene apenas equivalente más que si hablamos de las dos últimas guerras mundiales. En medio del dolor más extremo, estamos viendo que el orden mundial, que se nos decía que era imposible de cambiar, tiene una plasticidad asombrosa, y que, como colectivo, los seres humanos no están indefensos. Todo depende, por supuesto, de la capacidad que tengan de resistirse a regresar al orden anterior.
Y esta es la segunda y fascinante característica del virus: está consiguiendo todo eso sin ir más allá del contagio de persona a persona, un contagio que cada uno de nosotros puede interrumpir o, por el contrario, facilitar. Eso significa que el viejo modelo de actuación que tanto nos desesperaba (¿cómo va a luchar un individuo solo contra un sistema aplastante?), en realidad, no tiene sentido: un virus salido de China, por sí solo, y que viaja boca a boca, puede perfectamente derribar el orden establecido. Una maravillosa lección: no hay ningún sistema capaz de resistir a la viralidad de la acción política, solo hay que ponerla en práctica con los instrumentos adecuados.
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