La naturalització del capitalisme.








En tanto consumidores nos comportamos respecto a la circulación de mercancías —ya casi reducida a circulación comunicativa— como con una naturaleza completamente sobreentendida, cuya representación podemos mantener en estado de latencia, sin llevarla a reflexión ni construir una experiencia. La técnica del capitalismo se encarga de ordenar nuestras expectativas en la medida en que domina la oferta sobre la demanda. Pero en tanto que el capitalismo se nos muestra como naturaleza catastrófica, atravesada por las crisis, de forma curiosa, no ponemos reflexivamente en duda todos los sobreentendidos anteriores y no somos capaces de activar la complejidad de la mirada de la modalidad.

 Sigue siendo nuestro mundo de la vida, un objeto que parece completamente opaco a la teoría, plagado de sobreentendidos y supuestos que aspiran todos ellos a una “naturalización”. Con ello llegamos a la verificación de las tesis de Foucault como el ideal de la representación del capitalismo: se trata de lo natural, de una especie de naturalización de la acción humana. 

Si la crisis del mundo de la vida permite la emergencia de una modalidad que distingue entre lo que subsiste como necesario, frente a lo que desapareció como posible, con la crisis del capitalismo no tenemos estas prestaciones. Sólo podemos insistir en lo sobreentendido. Justo cuando superaba el mundo de la vida originario, el humano tenía un horizonte, una diferencia entre lo necesario y lo posible, y sólo en esta estructura mundana de la modalidad la subjetividad se concedía un papel vinculado con nuevas posibilidades, un papel práctico. Pero en la crisis del capitalismo, por el contrario, parecen activarse todos los automatismos de reincidencias que reducen la acción humana y sus posibilidades a la impotencia. El fatalismo de la facticidad es la imposición de lo sobreentendido, de lo que no puede pensarse de otra manera.

Ahora debemos preguntarnos qué es lo que pasa para que la crisis del mundo de la vida del capitalismo no dispare la reflexión, no distinga entre necesidad y posibilidad, no genere un mundo posible y no permita una subjetividad práctica como facilitadora de indeterminaciones. ¿Qué es lo que determina que se siga apegado al mundo de la vida capitalista como conjunto de sobreentendidos que muestren su eficacia y su ejecutividad compacta a pesar de la crisis, de la catástrofe? Propiamente, su representación como naturaleza de las cosas. Ése es el triunfo fundamental del neoliberalismo con su absolutización del mundo económico como esfera única de sentido. Una crisis, como una catástrofe, como una pandemia, no cambia la naturaleza. Nos muestra su naturaleza no específicamente humana, trascendente, pero no genera una alternativa. Al contrario, nos vuelca a pedir los dones que puede dar ese inmenso mercado de virtualidad, ese refugio ante toda dimensión catastrófica. Su rostro catastrófico intensifica su rostro donador. No es ésta la última de las características teológicas del capitalismo, y el neoliberalismo las ensalza como doctrina.

José Luis Villacañas, El neoliberalismo hace que consideremos el capitalismo como lo natural, El País 29/05/2020

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