267: Jean-Luc Nancy, Del neoliberalismo al neoviralismo
Recientemente se vienen escuchando voces cada más impacientes por denunciar el error del confinamiento y explicarnos que, al dejar que los virus y las inmunidades disponibles hagan su trabajo, habríamos obtenido un mejor resultado a un costo más bajo. Los costos humanos, según ellos, estarían limitados a una ligera aceleración de las muertes programadas para antes de la pandemia.
Cada uno de los ideólogos de lo que puede denominarse el “neoviralismo” —en tanto reescribe el neoliberalismo económico y social en el campo de la salud— prosigue con un arsenal de figuras y referencias a las que todos aquellos en puestos de avanzada de la información y la experiencia no dejan de responder. Pero este debate no les interesa a los neovirales, que están a priori convencidos de la ignorancia o ceguera de todos aquellos en el corazón de la toma de decisiones. Y no tienen reparo, para esto, en hablar de una subordinación del conocimiento al poder, poder que en sí mismo es calificado de ignorante o maquiavélico. En cuanto a los demás, todos nosotros, para ellos somos idiotas.
Es siempre interesante ver aparecer a los que dan lecciones. Generalmente, llegan un poco tarde y reescriben la historia. Ya lo sabían todo con anticipación. Por ejemplo, que las condiciones de vivienda en los hogares de ancianos son con frecuencia poco atractivas. Si ya lo sabían, ¿por qué no usaron su conocimiento antes para cambiar este estado de la cuestión? La cuestión de las condiciones y el significado mismo de las vidas, algunas veces prolongadas en su mayor parte por la supervisión médica y social, ha sido una pregunta formulada por mucho tiempo. He escuchado preguntarlo a los ancianos. También he escuchado a algunos preguntar por qué no se les permitía terminar con su vida más rápido.
Dicho esto, no todas las personas mayores de 70 años, incluso con una discapacidad en particular, están por fuerza virtualmente muertas. Bajo la hipótesis del libre comercio con el virus —es el virus el que se habría encargado de la selección— sin mencionar a los menores de 70 años, porque todavía quedan algunos pocos. Sería entendible de todas formas si no tuviésemos algunas medidas de protección. Hay un círculo vicioso que es el de nuestra tecnociencia médica. Cuanto más sepamos cómo cuidarnos, más complejas y rebeldes serán las enfermedades, y menos podremos dejar que la naturaleza —de la cuál sabemos muy bien en qué mal estado se encuentra, en general— siga su curso.
Pero es bastante natural que los neoviralistas lo digan sin hacerlo explícito: una sabia disposición natural hace posible eliminar a los virus al eliminar a los viejos inútiles e infelices. Por un momento se nos dice que bien podría fortificar la especie. Y esto es lo que es intelectual y políticamente deshonesto, tanto como moralmente cuestionable. Porque si el problema está alojado en nuestra tecnociencia y en las condiciones socioeconómicas de su práctica, entonces el problema está en otra parte. Está en la concepción misma de la sociedad, sus objetivos y sus riesgos.
Del mismo modo, cuando estos neovirales estigmatizan a una sociedad incapaz de soportar la muerte, se olvidan de que todo lo natural y sobrenatural que una vez nos permitió sostener relaciones fuertes y, en suma, “vivas” con la muerte ha desaparecido. La tecnociencia ha descompuesto a lo natural y lo supernatural. No nos hemos vuelto unos debiluchos: al contrario, nos hemos imaginado todopoderosos…
El conjunto de crisis en las que estamos atrapados, y de las cuales la pandemia de COVID-19 es solo un efecto menor en comparación con muchos otros, proviene de la extensión ilimitada del uso gratuito de todas las fuerzas disponibles, naturales y humanas, para una producción que ya no tiene otro propósito que ella misma y su propia potencia. El virus ha llegado a señalar que hay límites. Pero los neovirales son demasiado sordos para escucharlo: solo escuchan el ruido del motor y el crujido de las redes. Por lo tanto, son arrogantes, llenos de suficiencia e incapaces del mínimo de simple modestia que es esencial cuando la realidad es compleja y reacia. En el fondo, todos ellos se comportan –incluso si no cargan con armas- como aquellos que se manifiestan en público contra el confinamiento llenos de rifles de asalto y granadas. El virus ha de reírse. Pero hay más por lo que llorar, porque el neoviralismo surge del resentimiento y conduce al resentimiento. Quiere vengarse de los tímidos inicios de la solidaridad y las demandas sociales que se manifiestan en nuevas formas. Quiere poner un fin a cualquier deseo por cambiar el autoinfectado mundo. Quiere que nada amenace a la libre empresa y el libre comercio, lo que incluye a los virus. Quiere que el planeta continúe dando vueltas en círculos y que se hunda en el nihilismo y el barbarismo que estas así llamadas libertades esconden tan mal.
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