256: Fernando Savater, Paradojas éticas de la salud (1)
Lo que tienen en común los dos cabos de la duración vital (nacimiento y muerte) es que suponen el estado de máxima invalidez del sujeto. Son los casos en que las soluciones pertinentes deben siempre ser tomadas por otros: un poco después de nacer y un poco antes de morir solemos estar sin remedio en manos de los demás. Se dirá, no sin razón, que por ello mismo la exigencia imprescriptible de respeto a lo humano es tanto más urgente, porque entonces nos vemos convertidos en objetos de manipulación (son las situaciones en las que el otro se encuentra más cosificado) (111)
Son ocasiones en la que la reclamación subjetiva apenas cuenta, mientras que la presión objetiva de la sociedad de hace más imperiosa que nunca. (111-112)
El precedente moral que establece esta preeminencia es peligroso: (…) se tenderá a extender la inercia objetiva de los casos límite a las situaciones en las que debe predominar la opción libre. (112)
No vendrá mal hacer notar aquí que en el interés prioritario por aquellos estados vitales en los que la inercia orgánica domina o anula la intimidad que sabe dar cuenta de sí misma coinciden los científicos más positivistas y los curas. Sotanas y batas blancas evolucionan con profesional presteza allí donde predomina la inconsciencia. (112)
¿Cómo se considera la vida desde esta óptica? Para los curas parece ser un milagro; para los positivistas, una obligación; para el Estado que los emplea a todos, una tarea productiva. En cualquier caso, la vida es algo que tenemos en préstamo, algo muy valioso -pero sobre cuyo valor no se nos va a consultar individualmente- y que debemos conservar en buen uso y libre de deterioros voluntarios, so pena de graves sanciones. (112-113)
El énfasis actual sobre la vida (…) dificulta y culpabiliza la preocupación por mi vida, la cual funda, empero, la verdadera exigencia ética. (113)
Si nacimiento y muerte están relacionados con la obligación sagrada de la vida (…), los demás asuntos biomédicos están vinculados a una obligación no menos imperiosa y tampoco carente de aura sacralizadora, que es la salud. (113-114)
La religión imponía (…) una serie de comportamientos en nombre de la salvación, (la medicina) parece ser la versión laica de aquélla y conserva, por tanto, la mayor -no diremos la mejor- parte de sus funciones. Tal como fue la salvación, la salud es el fin de la vida del hombre sobre la tierra; ambas son bienes que se da por supuesto que el hombre debe anhelar, incluso sin saberlo, salvo perversión diabólica de la voluntad o de la mente (locura); en ambos casos existe un cuerpo de especialistas dedicado a concretar cuáles son las vías para alcanzarlas y condenar cualquier iniciativa herética individual; una y otra son, en último término, impuestas -por el bien de todos- mediante instituciones oficiales destinadas a impedir las tentaciones y sancionar los extravíos. (114)
(Según Thomas Szasz) el dogma fundamental del Estado terapéutico es que es malos aquello que va en contra de la salud y bueno cuando la favorece. (114)
El Estado terapéutico no confía en la iniciativa individual -los ciudadanos no siempre saben lo que les conviene- e impone la salud -él sí sabe siempre lo que conviene a los ciudadanos- por medio de prohibiciones y castigos (114-115)
Fernando Savater, El contenido de la felicidad, Barcelona, Círculo de Lectores/El País 1987
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